Anaïs Nin, 1934 |
Anaïs Nin
DE CÓMO EN LA VIDA
ENCONTRÉ A HENRY MILLER
I
Me hace pequeñas bromas. Me mordisquea las orejas y me besuquea; a mí me gusta su fiereza. Me empuja al sofá, pero consigo zafarme. Soy consciente de su deseo. Me gusta su boca y la fuerza experta de sus brazos, pero su deseo me espanta, me repele. Creo que es porque no lo amo. Me ha excitado pero no lo amo, no lo deseo. En cuanto me doy cuenta de esto (su deseo apunta hacia mí y es como una espada entre nosotros), me libero y me marcho sin herirle en parte alguna.
II
Unos pocos días después me encontré con Henry. Estaba esperando que llegara el momento de encontrarme con él, como si tal cosa fuera a resolver algo, y así fue. Al verle, pensé: «He aquí un hombre a quien yo podría amar.» No tuve miedo.
III
Me siento absorbida por Henry, que es inseguro, crítico consigo mismo y sincero. Regalarle dinero me produce un placer enorme y egoísta. ¿En qué pienso cuando estoy sentada junto al fuego? En sacar un montón de billetes de tren para Henry; en comprarle Albertine disparue. ¿Que Henry quiere leer Albertine disparue? Rápido, no me sentiré feliz hasta que tenga el libro. Soy idiota. A nadie le gusta que le hagan estas cosas, a nadie más que a Eduardo, e incluso él, depende del humor de que esté, prefiere la indiferencia absoluta. Me gustaría darle a Henry un hogar, comida estupenda, una renta. Si fuera rica, no lo sería por mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario