El sacerdote ortodoxo Andrii Halavin, en la iglesia de San Andrés de Bucha, un día antes de Nochebuena. | G. R. P. |
Vadim Yevdorkimenko, en la calle Yablonska de Bucha, este lunes. | G. R. P. |
BUCHA, SÍMBOLO DEL HORROR DE LA INVASIÓN EN UCRANIA
El cura y el peluquero
Las atrocidades que sufrieron los habitantes durante los 33 días de ocupación rusa que vivieron entre el 26 de febrero y el 1 de abril de 2022 conmocionaron al mundo. A la calle Yablonska la bautizaron como la avenida de los cadáveres, por los 78 cuerpos que yacían a la vista de todos cuando la ciudad fue liberada. Su exhibición era el escarmiento y la amenaza para cualquiera que osara salir de los sótanos donde se escondían los 2.300 vecinos que quedaron de los 50.000 habitantes de la ciudad. Mataron a 509 y raptaron a 79.
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El cura Andrii Halavin también se quedó. Recuerda los bombardeos constantes, el suelo que temblaba, el campo de batalla en el que se convirtió Bucha. Señala restos de metralla en los muros de la iglesia blanca con cúpulas doradas y dos ventanas rotas para el recuerdo. Pero por lo que se conoce a San Andrés y a su sacerdote es por la fosa común que cavó en el terreno de la iglesia durante la ocupación, tras convencer a los rusos, para dar sepultura temporal a 116 muertos. Los transportaba, con ayuda de vecinos, en carritos del supermercado.
En el interior del templo, helado, se exhiben las fotografías que documentaron la barbarie. Halavin resulta impenetrable: “No puedo compartir mis emociones de entonces. Si me dejase llevar por ellas, no podría vivir”. “Puedo compartir los hechos”, y muestra en su móvil un vídeo del coro de la iglesia. Apunta con el dedo a uno de los cantantes, un hombre joven. A continuación muestra una foto de su cuerpo calcinado, mutilado. “Es inhumano”. Y otro en las mismas condiciones, más pequeño, su hijo. “Es extremadamente duro, todos los días. Pero no puedo tener sentimientos. Es una debilidad y no me la puedo permitir”.
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A Vadim Yevdorkimenko no le queda más remedio. Este joven de 22 años, que trabaja como peluquero voluntario con militares, cuenta su particular calvario, sentado en una sala de un centro cultural frente al bloque donde vive, en esa calle. Su padre, enfermo, fue a refugiarse en un garaje con sótano con un vecino cuando llegaron las tropas rusas. El 3 de marzo de 2022 se acercó al bosque a por leña. “A partir de ahí, perdimos todo contacto”, lamenta.
Le llamaron a mediados de abril para decirle que habían encontrado los restos de varios cuerpos, también calcinados, entre los que podía encontrarse su padre. Hasta agosto de este año no le confirmaron que efectivamente lo era. Todavía quedan 63 víctimas sin identificar, según el alcalde. “Yo no había perdido la esperanza de que no fuese él, de que él en realidad estuviera en otro sitio, como el frente”, confiesa el muchacho. “Estoy intentando superarlo, no pensar en el horror. Intento ser útil”, dice Yevdorkimenko atropelladamente. “He trabajado con psicólogos y he entendido que tengo que seguir con mi vida”.
Gloria Rodriguez-Pina
El País
Bucha, 25 de diciembre de 2024