domingo, 7 de abril de 2024

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La gorra del autócrata


Petro quebró las EPS al no girarles lo debido, y ahora las interviene porque dice que se quebraron.


Mauricio Vargas

7 de abril de 2024


Solo aquellos ingenuos u oportunistas que, sin ser petristas, decidieron acompañar la candidatura del Presidente –y luego su gabinete o sus embajadas– se creyeron el cuento de que Gustavo Petro era un demócrata que respetaría las reglas de la Constitución de 1991, que el propio M-19 de Petro ayudó a redactar.




No voté por Petro. Primero, por su descomunal incapacidad de ejecución mostrada en la alcaldía de Bogotá. Segundo, por su obsesión estatista y antiprivados. Y tercero, porque presentí que, al verse acorralado, se dejaría tentar por la falsa democracia de balcón y por la deriva autoritaria de “el Estado soy yo”, como le atribuyen haber dicho al rey francés Luis XIV, paradigma del absolutismo.
Pero Colombia no es Francia en el siglo XVII ni Venezuela en el XXI. A pesar de los males que las aquejan, nuestras instituciones funcionan. Me lo dijo esta semana un profesor de la afamada Sciences Po de París, experto en América Latina: “Petro se ha estrellado contra un aparato institucional y unas convicciones republicanas muy fuertes, que la gente respalda desde hace 70 años”. Por eso, en las encuestas más del 60 % rechaza su gestión.
Muchos se burlaron de mí cuando sostuve que el Congreso no se le iba a regalar a Petro. Muchos se mofaron cuando predije que las altas cortes le tumbarían decretos y leyes que violaran la Constitución. Pero eso es exactamente lo que ha pasado, en el Congreso y en las cortes. Así quedó confirmado esta semana cuando nueve senadores de la Comisión Séptima enterraron el pésimo proyecto de reforma del sistema de salud.
La respuesta de Petro –que ahora luce una gorra como si buscara inspirarse en el quepis militar– fue empujar a la Supersalud a intervenir las EPS con ánimo expropiatorio o, como él dijo con desvergüenza, “lo que podía ser una concertación tranquila, ordenada, sin problemas, ahora es de golpe”. ¿De golpe de Estado?
Dos falacias se ocultan tras ese rollo presidencial. La primera, que su espantoso proyecto de reforma planteaba una transición tranquila, cuando lo que proponía era desbaratar –sin saber de dónde sacaría los enormes recursos fiscales que la iniciativa exigía– un sistema que, si bien tiene mucho por corregir, le permitió al país pasar, en 30 años, de apenas 22 % de la población con una cobertura de seguridad social en salud a más del 95 %.
Petro sostiene que las EPS feriaron sus reservas financieras y que, como se quebraron, el Gobierno tiene que intervenirlas. Segunda falacia: si las EPS se quedaron sin reservas fue sobre todo porque el Gobierno, de manera intencional, dejó de transferirles los pagos a que estaba obligado. Petro las quebró y justificó en esa quiebra su intervención. Qué cinismo.
Son las maniobras del autócrata que busca por medios ilegales lo que no obtuvo por los legales. Pero las instituciones lo van a parar. Sus insultos al Congreso, respondidos de manera firme por el presidente del Senado, Iván Name, acabarán de desbaratar sus ya exiguas mayorías. Sus intervenciones a las EPS no pasarán el examen de la Procuraduría, ni de la Contraloría ni de los jueces.
Si lo que Petro quiere es un choque institucional, lo va a encontrar, porque lo que pretende –violar la ley– no les gusta a la mayoría de los congresistas, ni a los jueces y magistrados a quienes también ha atacado (como en el violento asedio a la Corte Suprema en febrero). Es un juego tremendamente peligroso. Pero la ligereza presidencial puede volverlo inevitable.
Con esa misma ligereza, al hablar sobre microtráfico ante un auditorio lleno de policías y sus familiares, Petro generalizó que “todo policía de barrio sabe dónde queda la olla, lo que pasa es que la olla compra al policía”. La respuesta del auditorio fue una sonora rechifla. ¿Puede sobrevivir un Presidente que ataca a los congresistas, indigna a los jueces y magistrados e insulta a los policías?

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