AMANTE DESGRACIADO
Todo artista es un amante desgraciado. Y los amantes desgraciados quieren contar su historia.
Todo artista es un amante desgraciado. Y los amantes desgraciados quieren contar su historia.
Si la preeminencia de Murdoch no se aprecia con tanta claridad quizás se deba a su rareza, una rareza particularmente rara, pese a que sus novelas, por complejas y matizadas que sean, no le cobran al lector la tasa de acceso de la dificultad (uno de sus poderes es hacernos parecer más inteligentes al leerla que de costumbre); ni tampoco abordan cuestiones extravagantes: al contrario, uno de sus temas recurrentes es la locura del enamoramiento, la más corriente de las ocupaciones del ser humano adulto. Si nos parece que Murdoch lleva las páginas que dedica a la fascinación entre humanos a extremos inverosímiles (y con frecuencia criminales) quizás sea que hace mucho que no nos tomamos en serio la lectura del periódico.
Murdoch es una moralista de primer orden, una pensadora sagaz, pero donde no tiene rival es en la puesta en escena
La rareza de Murdoch deriva más bien de que su poética nunca ha quedado alineada con las corrientes literarias dominantes. Las modas cambian y la posición excéntrica de El mar, el mar se mantiene constante. En tiempos de experimentación verbal, saltos en el tiempo y libertinaje tipográfico las novelas de Murdoch preservaban una superficie narrativa plácida: se puede pasar de Orgullo y prejuicio a El príncipe negro sin transiciones. En tiempos de férrea adoración por lo verosímil, la honestidad y la documentación artesanal Murdoch nos introduce en espacios caprichosos, dominados por un tiempo lento, lleno de trampantojos, independiente de hitos sociales reconocibles. Que desde ambas perspectivas los propósitos de Murdoch parezcan anticuados nos informa mucho menos de sus novelas (originales, imprevisibles…) que de la entrañable pretensión de que existe una manera de escribir más acorde a "los tiempos". Las novelas de Murdoch transcurren en los espacios engañosos de los cuentos de hadas, pero somos nosotros quienes creemos en duendes.
Allí donde Shakespeare triunfó en su antojo de encajar la novela en una obra de teatro (aunque necesitó dos: las dos partes de Enrique IV) Murdoch parece haber satisfecho su capricho de subir la novela a un escenario. Murdoch es una moralista de primer orden, una pensadora sagaz, construye grandes personajes… de acuerdo, pero donde no tiene rival es cuando se trata de "escenificar" una narración larga. Los talentos teatrales de Murdoch son variados: disfruta del nervio dramático de dirigir a sus protagonistas hasta el núcleo de embrollos formidables; tiene la capacidad (a primera vista artesanal y con un poco de reflexión casi sobrehumana) de que el lector visualice a todos los personajes que participan en sus complicadas escenas dialogadas, y es una maestra de la puesta en escena: ¿qué son sus novelas sino representaciones de trastornos narcisistas, alteraciones de la percepción, ataques prolongados de celos? Parece como si Murdoch en lugar de explorar las mentes de los personajes con el vocabulario y el instrumental del psicoanálisis (como tantos de sus colegas) hubiese subido sobre las tablas los trastornos encarnados para examinarlos "teatralmente".
Iris Murdoch |
Fue difícil Londres. Me costó un año entero hacerme a Golders Green. En Brent, a un paso de la estación de metro de Brent Station, me alquilaron la buhardilla contigua a Miss Strauss, una judía alemana que golpeaba la pared cuando yo escribía a máquina. Esto era en el caserón de Golda y Silvia Casimir, donde viví los primeros años. Ahí oía la radio, un transistor pequeño. Tenía veintiséis años. Era 1966, el año de la publicación de The Time Of The Angels. Ahí leí, para un curso sobre Iris Murdoch en el City Literary Institute, The Bell. Me pareció la narración más íntimamente relacionada conmigo que había leído nunca. "Michael había digerido y redigerido sus viejas experiencias. Y pensaba que había alcanzado una suficientemente sobria apreciación de sí mismo. Ahora no sentía un excesivo o cegador sentimiento de culpabilidad acerca de sus propensiones. Y había comprobado, a lo largo de mucho tiempo, que podían mantenerse bien, e incluso fácilmente, bajo control. Era lo que era y aún sentía que podría convertirse en sacerdote".
Ciertamente yo no quise nunca llegar a ser un sacerdote, y tuve –precisamente a partir de mi vida en Londres– una creciente convicción de que mi manera de ser, mi singularidad sexual, era parte esencial de mi talento. Creer esto en 1966, estar seguro de esto, era una novedad que yo, en mi aislamiento londinense, creía que era una experiencia que sólo yo experimentaba. No se trataba de un razonamiento analógico, nunca he necesitado –declaro esto con sencillez– de ninguna explicación acerca de mí mismo. Ya entonces, con veintiséis años, había enumerado todas las explicaciones y había cerrado el circuito de la justificación. Como Michael Meade estaba persuadido de que la libertad es una necesidad conocida, el aquilatado peso del propio corazón, la propia sensibilidad. Pero yo fui en Londres un solitario errante durante muchos años. Incluso durante mis cuatro años de Filosofía en el Birkbeck College, donde fui relativamente sociable e hice algunos amigos, me sentí solitario errante y empeñado en escribir poemas y relatos a la vez que lamentaba, sin decirlo, mi falta de elocuencia. Iris Murdoch me fascinó desde un principio por una elocuencia narrativa dentro de la cual yo era equivalente a muchos de sus personajes o a muchos lados de muchos de sus personajes.
Hasta que no llegó esta misma tarde del 18 de junio una llamada de El Cultural, no me había dado cuenta de que este año celebramos el centenario de Iris Murdoch (1919-2019) y yo estoy ahora escribiendo dos novelas cómicas a la vez (Iris Murdoch siempre decía que la novela es esencialmente un género cómico, como la vida humana). Tengo cien folios entre las dos novelas, que ahora van confluyendo en una sola a la cual faltan otros doscientos folios más o menos para cerrar la configuración completa del relato. Y da la casualidad de que ahora mismo, en una semana, he releído –aparte de la traducción de Andreu Jaume de La soberanía del bien y su excelente introducción, cuatro novelas de Iris Murdoch seguidas en unos diez días: Nuns and Soldiers, The Black Prince, The Sea, The Sea y Time of The Angels. ¿Y por qué he releído a Iris Murdoch ahora? Porque necesitaba rehacer de nuevo la experiencia de la resolución y la desenvoltura narrativa. Un relato es una experiencia, una configuración plegada sobre sí misma. Escribir un relato es desplegar esa experiencia única y personal que, como las novelas de Iris Murdoch, designa lo universal mediante la inmersión en lo particular y concreto. Releo a Iris Murdoch estos días con enorme fruición para coger carrerilla y correr, a lo largo de lo que queda de este año, ochocientos metros en menos de dos minutos. La ejercitación narrativa y la ejercitación deportiva son lo mismo, incluso a los ochenta y con una fuerte artrosis articular. ¿Pero –se preguntará el lector– cómo andas de articulación mental? Todavía no estoy logrando hacer en el tiempo debido mis primeros ochocientos metros. Iris Murdoch entendería a la perfección lo que me pasa.
Releo a Iris Murdoch estos días con enorme fruición para coger carrerilla y correr 800 metros en menos de dos minutos. Ella me entendería a la perfección
Con todo y con ser esta reflexión la más ajustada a un incondicional lector y meditador de nuestra autora, deja aún mucho por decir, y en especial en lo relativo a la conjunción de filosofía y novela. La introducción a La soberanía del bien de Andreu Jaume que he mencionado más arriba se titula precisamente así: Iris Murdoch: entre la filosofía y la novela. "Murdoch –nos dice Andreu Jaume– estaba tratando de desbaratar los esfuerzos por encorsetar la ética y la moral con patrones científicos y universales, llamando la atención acerca de las particularidades del individuo a lo largo de su historia y pidiendo una nueva configuración de las virtudes a la luz de este cuidado". Y más adelante, en el mismo ensayo, añade: "Murdoch terminó por dedicarse en especial a la novela porque aquello que le interesaba filosóficamente –la vida moral– podía estudiarse y representarse mejor a través de la literatura…".
Con estos dos textos tengo suficiente para responder a dos últimas preguntas acerca de Iris Murdoch. A saber: por qué a los ochenta años sigo leyendo sus novelas y animando a que el lector haga lo mismo, y por qué considero que estar entre la filosofía y la novela es una cualidad impagable para un escritor. La filosofía de ayer y de hoy contiene todo el humanismo y toda la ciencia que necesita el hombre de nuestros días para realimentar su imaginario. Hay que saltarse, por supuesto, una parte de los tecnicismos de ambas disciplinas para que el fluido intelectual penetre de verdad en la conciencia. Eso es lo que hizo Iris Murdoch contando historias de personajes a lo largo de sus ochenta años de vida.
La Guajira, miseria y sufrimiento |
Pocas veces he visto un robo tan descarado y tamaña indiferencia. Nunca esperen progreso alguno en La Guajira mientras atraquen de esa manera las arcas públicas.
No crean los guajiros que tendrán algún día agua potable, ni alimentación escolar el curso completo, ni colegios dignos en todas partes, ni vías terciarias, ni niños nutridos que no mueran de hambre
La plata la seguirán despilfarrando en obras inútiles porque es la manera más sencilla de engordar los bolsillos de los dirigentes políticos. Y porque la impunidad es casi absoluta. No confíen en que la Procuraduría o la Contraloría harán algo para impedir el asalto permanente al erario. No sabría decir si les importa cero; si es cierto que solo pueden intervenir una vez consumado el robo; si las ías provinciales son corruptas y las compran los ladrones o si carecen de suficiente personal ante la corrupción desbordante. O todas las anteriores.
Tampoco esperen nada de los Gobiernos nacionales. Los de antes no actuaron y el de ahora, que pasó toda una semana en La Guajira para prometer que cambiarán la tendencia, resultó igual de inoperante. Ninguno del nutrido séquito advirtió el robo de 300.000 millones en un abanico de obras inútiles a la vista de todos.
La primera vez que viajé a Dibulla para conocer el proyecto del centro deportivo de alto rendimiento, en noviembre del 2021, fui una ingenua. Creí que bastaba denunciar un atraco en ciernes para que las ías lo detuvieran de inmediato.Volví al año siguiente, en el mismo mes, y no daba crédito. La construcción avanzaba. Y todo en ella era absurdo. Empezando por el enclave elegido. A 4 kilómetros del casco urbano, en un cruce de caminos. Si los barrios del pueblo carecen del suministro de agua, es inimaginable llevarla a un descampado.
Aunque se supone que el citado centro está destinado a formar deportistas de élite, sobre todo, de Dibulla y Urumita, no les servirá ni a los propios lugareños. Los dibulleros me dijeron que el transporte resultaba demasiado costoso hasta allá y la vía es solitaria y peligrosa de noche.
Las 19 disciplinas deportivas previstas son otra tomadura de pelo. Incluyen, entre otros, BMX, tenis y jabalina. Lo de esta última dejaba más en evidencia las verdaderas intenciones del exgobernador Nemesio Roys y los alcaldes que se prestaron para el negocio. ¿Cuántos guajiros conocerán ese tipo de lanzamiento?
Retorné este mes de julio. No tienen vergüenza. Las obras van a mil como si fuesen algo distinto a un gigantesco elefante blanco.
Lo primero que llama la atención es una enorme explanada, rematada por una tarima para conjuntos musicales en un extremo. En el otro han instalado unos juegos infantiles, grandes y de plástico. ¿No dizque era para deportistas?
También sorprende la raquítica pista de tenis, rodeada de plantas. Quien la proyectó nunca ha cogido una raqueta.
Al margen de las canchas, en las que meterán una parte pequeña de los miles de millones que cuesta el elefante, asaltan más preguntas: ¿dónde están los dormitorios, comedores y vestuarios de los futuros atletas de élite? ¿Quién pagará su manutención, el transporte y el salario de los entrenadores? ¿Y el mantenimiento del centro?
Como te creen pendejo, me explicaron que está proyectado tanto para los habitantes de Dibulla como de Urumita, a tres horas de distancia, donde construyen una piscina semiolímpica. Aseguran que habrá un intercambio constante de deportistas.
En Urumita indigna aún más la piscina porque la situaron en el barrio Villa Amparo, que pasa varios días sin agua. En otros barrios solo llega una vez a la semana. Me explicaron que cuentan con suficientes fuentes hídricas de la serranía del Perijá, pero por falta de fondos no amplían el acueducto ni hacen una planta de tratamiento.
No contento con lo que se robarán con la piscina, el alcalde está engendrando otra manada de elefantes blancos. En contra de numerosos vecinos, que interpusieron demandas, tutelas y toda suerte de recursos, arrebató un enorme pedazo de terreno al Instituto Agropecuario para construir una ciudad deportiva por 19.000 millones. Comprensible la frustración de quienes dieron la batalla para frenarlo.
Barrancas también obtuvo una suculenta tajada de los 300.000 millones: 21.000 millones para mejorar el espacio público. Solo apuntaré que no saldrán de su asombro si visitan el derroche de barandas de acero inoxidable en lugares absurdos. Son tan sinvergüenzas que ni disimulan.
En San Juan del Cesar el regalo de 11.000 millones lo están empleando en arreglar parques. Es decir, en tumbar unos árboles preciosos, poner unas palmas que no dan sombra, llenarlo de cemento y embolsillarse el resto.
En esa población existe otro glorioso monumento a la corrupción: el terminal de transporte, de gran tamaño.
En resumen, una vez más, ganan los ladrones.
GATOS
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