Tom Hanks (en primer plano), Tom Cruise (sentado, a la izquierda) Jack Nicholson (con tabaco), Edward Norton (a la derecha, de pie), Brad Pitt (con el brazo apoyado en Nicholson) y Harrison Ford (al centro, atrás), fotografiados allá por 2003.
Tom Hanks (en primer plano), Tom Cruise (sentado, a la izquierda) Jack Nicholson (con tabaco), Edward Norton (a la derecha, de pie), Brad Pitt (con el brazo apoyado en Nicholson) y Harrison Ford (al centro, atrás), fotografiados allá por 2003.
De un día para otro
sin rastro alguno
desapareció
Sólo fui uno más
una breve estación
un viento
No se lavaba
cuando venía
a visitarme
Tal vez antes
Nunca después
La veía
contemplar la ciudad
desde la ventana
Su espalda
sus nalgas
sus piernas infinitas
La geografía
de mi dicha
Una tras otra
se encendían las luces
Era verano
pero no en su entrepierna
La ciudad
animal hambriento
muerto de sed
Como yo
Vagaba
por las siniestras calles
con mi olor
Su marido
la recibía gozoso
embriagado
como un perro
Un día elemental. No desperté tan temprano porque me acosté tarde. Amanecía. No salí a caminar, entre otras razones, porque estoy sin Toto. Revisé la comida y el arenero de los gatos. Pasé por el cajero, fui a desayunar al mercado nuevo y visité a Darío en el taller. Operación seguridad en marcha: ya está lista la reja de la ventana y el portón va de maravilla. Todo para el tercer piso. Hice mercado de verduras y pasé por D1 porque se me a acabaron las pastas, el aceite y el café. Compré arena y alimento de gatos. Al fin pedí el gas. Llevo cocinando con luz tres o cuatro días. Pasé la escoba y el trapero. Me corté un dedo alistando la basura. En esta casa los martes de jueves son Jueves son de basura. Una herida menor, pero qué escandalosa la sabes. Soy torpe. Ya partí dos de mis cuatro lujosos pocillos de colores. No hay vajilla que me aguante. Subí más gringos al tercer piso, donde la biblioteca está casi lista.
Compré mi primer panel solar ayer. Va bien la cosa. Tengo un montón de cosas por aprender, sobre todo ahora que voy a hacer casa en La Mancha.
Leí de un tirón Mouse Tales. Un inglés elemental para siete poderosas historias. Arnold Lobell es grandioso. Un genio. Ante Lobell y Roald Dahl, señores, me quito el sombrero. Debo estudiar francés. Se avecina el viaje a París y de pronto me toca solo. ¿Y si voy a Portugal? Ni creo que tenga problemas con el portugués. Lo leo bastante bien y ya estuve en Brasil dos largas temporadas. ¿ Y si vuelvo a Venecia? No sin compañía. Tampoco Florencia y Bologna. ¿Y Roma? Un próximo viaje. De manera que por ahora no voy a preocuparme por el italiano. De pronto, con tantas maravillas, ni siquiera salgo de París.
Estuve largo rato buscando el manuscrito de Los olvidos de Alejandra: la última versión. Pensé que sería un trabajo rápido y fácil. Pero el texto me ha sorprendido. Viene de hace veinte años y aún suelta escenas jugosas. Ha crecido. Un trabajo muy divertido, muy regocijante. Sé que los editores andan desesperados, pero un día más más que retenga el manuscrito me parece una dicha.
Llamé a Octavio Escobar para preguntarle un detalle sobre mi viaje a la Feria del Libro de Manizales y nos divertimos un rato.
De pronto me sentí muy cansado. La energía necesaria para la escritura se me fue en los pequeños asuntos de la vida cotidiana.
Fui a la cama y dormí la siesta. Después preparé el almuerzo. Se supone que es al revés. Le alisté a Alejandra el dinero de los gastos de septiembre y octubre. Le pedí a la negra Eufemia que pasara por la libros prometidos y el dinero. Llevará las cuentas con Alejandra. Seguí con la biblioteca gringa del tercer piso. Mañana, de madrugada, pasaré a limpio Los olvidos de Alejandra y tendré entonces la versión que se va publicar.
Vuelvo a la cama. Veré algo en Netflix, cualquier cosa, mientras me quedo dormido.
Cuando tenía quince años los negros no podían tomar las bebidas locales; fabricaban las suyas con maíz. Había redadas. En una ocasión salimos al patio y vimos que la policía revisaba las pertenencias de nuestra sirvienta. Mis papás se quedaron parados y no cuestionaron a la autoridad. De este suceso nació una de mis primeras historias de aventuras. Me llamó la atención cómo los blancos se habían quedado de pie mientras las pertenencias de esta mujer iban a dar al suelo. (…) No es una cuestión de deber. Si vives en una situación de opresión el contexto presiona para escribir sobre tu entorno. En mi caso, me parecía normal escribir sobre racismo porque así era el clima en que vivía. Si vives en un lugar donde hay nieve, seguramente tus libros tendrán climas fríos. Tus escenas de vida provienen del lugar en el que vives.
Hay de todo, desde libros en italiano (Salman Rusdhie, Milan Kundera, Vargas Llosa, García Márquez, Kafka) hasta novelas en inglés (The Hotel New Hampshire, Tender is the Night, The Longest Journey, Our Game, The Brothers Karamazov, The Picture of Dorian Gray), pasando por Kazuo Ishiguro, Alberto Moravia, Italo Calvino, Mario Puzo, Poe, biografías, libros de pintura, griegos (Sófocles, Eurípides, Aristófanes), guías de turismo, libros para niños.
Han tenido la precaución de subir por la derecha, pero se les nota la prisa. Se mueven de noche, cuando apago las luces.
Están buscando sitio en el tercer piso, que aún no se termina y que será la parte más cómoda y lujosa de la casa. Por ahora, tienen lugar asegurado los autores norteamericanos. La grandiosa literatura norteamericana. Cuestión de espacio, sobre todo. Ya casi se rebosan los siete estantes y todavía no han llegado Poe, Mario Puzo, John Irving, Scott Fitzgerald, John Updike…
PHILIP GLASS EN NUEVA YORK
Philip Glass (sin helado) con un par de amigos en East Village. Amado y grandioso Philip Glass. Y cómo se nota que la amistad lleva años. Se ven tan cómodos. Parecen niños que interrumpieron sus juegos porque alguien se acercó a tomarles una foto.
Los tres visten de manera sencilla, con ropas holgadas. Predomina el negro. Ninguno se preocupa por las apariencias. La belleza, como el talento, va por dentro.
Me encanta esta foto.
Nueva York, 2022.
Acabo de terminar la lectura de un libro muy singular: "Un verdor terrible" (Anagrama, 2021), de Benjamín Labaut, escritor nacido en los Países Bajos y radicado desde los 14 años en Chile.
En esta obra su autor recrea las historias de varios científicos europeos cuyas vidas transcurrieron entre finales del siglo XIX y buena parte del siglo XX: el judío alemán Fritz Haber; el matemático alemán, devenido francés, Alexander Grothendieck, y los fundadores de la mecánica cuántica, el austríaco, nacionalizado irlandés, Erwin Schrödinger, y el alemán Werner Heisenberg.
Todos ellos desarrollaron investigaciones trascendentales que dieron un giro de 180 grados a sus respectivos campos de estudio. Y la vida de cada uno ilustra el dilema que han enfrentado muchos científicos desde los inicios del siglo XX al intuir los riesgos, potenciales o reales, que conllevaban sus descubrimientos para la humanidad.
Llama la atención en este libro la claridad expositiva de Labaut al momento de exponer ideas y principios muy complicados de ciencias tan complejas y abstractas como aquellas que fueron el terreno de estudio de estos investigadores. A esto hay que añadir la riqueza literaria con que cuenta sus historias a las que, en algunos casos, suma elementos de ficción que hacen más subyugantes sus relatos.
Al cerrar el libro me quedo sobrecogido por los mismo terrores que inquietaron Grothendieck, quien buscó durante años "el corazón del corazón", un principio "capaz de alumbrar todas las encarnaciones posibles de un objeto matemático". Cuando lo atisbó, sintió temor ante el alcance de sus descubrimientos y se apartó no solo de la comunidad científica, sino también de su familia y de la sociedad.
Quizás el hombre pueda investigar, experimentar y obtener conocimientos parciales sobre el universo al que pertenecemos, pero desde tiempos muy antiguos se ha dicho que Dios es y está en todo lo que existe, y por tanto cabe esperar que se reserve los derechos de "propiedad intelectual" en ciertos asuntos relacionados con su propia naturaleza.
Además, aunque el hombre sea capaz de develar parte de los secretos de la estructura del universo, somos bastante imperfectos, y hay conocimientos riesgosos que pueden derivar hacia aplicaciones nefastas y ocasionar nuestra propia destrucción (esto ya se ha visto) y de todas las formas de vida en el planeta. Así que mejor nos iría no jugando a ser Dios y dejando los dados en sus manos.
("Un verdor terrible", de Benjamín Labatut. Editorial Anagrama: Barcelona, 2020.)
Con Nino |
EL ARCO Y LA LIRA
Octavio Paz
Fondo de Cultura Económica. México, 1956.
Carlos Lomas
21 de julio de 2022
En este libro ya clásico se recogen las reflexiones de Octavio Paz sobre el fenómeno poético, su lugar en la historia y, singularmente, en nuestra época y en nuestra vida personal, y se refleja el testimonio del poeta acerca de una cuestión nunca dilucidada del todo. En la primera parte el autor examina la naturaleza del poema y hace un análisis de sus componentes - lenguaje, ritmo e imagen. El estudio del poema lleva a Octavio Paz a reflexionar sobre el siguiente interrogante: ¿En qué consiste la creación poética, esto es, la creación de poemas? En la segunda parte del libro, Paz examina las diferencias y semejanzas entre la experiencia poética y la religiosa, dedica un capítulo al espinoso problema de la 'inspiración' y concluye afirmando que la experiencia poética es irreductible a cualquiera otra.
Enlace de lectura y descarga en
https://redescolar.ilce.edu.mx/sitios/micrositios/19abril_aniver_luctuoso_octavio_paz/opar.pdf
Alan Turing |
Gustavo Petro |
Triunfo Arciniegas
MALPARIDEZ VIl
1
Fábula colombiana para el 7 de agosto: se va el cerdo y llega el zorro. El cerdo se va porque así es la ley, pero no espere que el zorro haga lo mismo en cuatro años. Algo se inventará por el camino para quedarse en el sillón del poder. Además, terminará comiéndose sus gallinas.
2
Fábula colombiana para el 7 de agosto: se va el cerdo y llega el lobo disfrazado de oveja amorosa. El cerdo se va porque así es la ley. Pero el lobo no. Arroja la piel de oveja y hace la ley que le permita perpetuarse en el poder. El lobo hace lo que le da la puta gana.
No sobra advertir que el cerdo no se lo come a usted. Usted se come al cerdo. Pero el lobo sí se lo come a usted.
Después del lobo afuera, no vale Santa Lucía.
Tatiana Nevo en Buritica |
Tatiana Nevo
CUANDO TENÍA FAMILIA
6 de julio de 2022
Hoy, mientras pensaba como iba decorar la instalación de la activación - porque me vale verga el render- me senté en la playa y recordé mi último escenario de vida, de hace 3 meses, cuando tenía "Familia"...mi "familia secreta".
Recordé ese último momento tan harto y de mierda en un restaurante pequeño italiano al que nos metimos por hambre y la lluvia en el parkway.
Mi hijo de tan solo dos años hacia berrinche por un pastel de la mesa de al lado y mi amado refunfuñaba por la carta y la comida y defendía a mi hijo que tampoco quería estar ahí - los dos dándose Cova y así no se trata un bebé y como se amaron, el infierno...- mi amado y no paraba de repetir que fuéramos para su casa que el hacía pasta que le iba quedar mejor, mi hijo no paraba de llorar y de pedir un pastel y los perros no se quedaban quietos y velaban y mi amado los regañaba pero éramos la "familia indeseada" para todos los comensales, solo nos miraban. Yo cerré los ojos un momento y me dije: "que rico mandar a estos cuatro en un avión a Estambul y estar en la playa escuchando b52, ni un fin de semana en paz o hasta cubriendo una historia en Afganistán".
Obvio peleamos y a mal...mucho estrés. La mesera me trajo servilleta para que YO me secara la lágrimas. Ya me habían sacado la piedra. Tanto que mi amado se fue con los perros y yo me fui con mi hijo en un taxi, y mi hijo que el tío Juan y Tauro ( el perro) ...¡No tragamos! ¡Pelea extrema! Seguimos peleando por Whatsapp, me tocó comprar una patineta de 100 mil pesos en el aeropuerto para que dejara de llorar por Tauro hasta que nos dijimos lo peor y desde ese día, a las 24 horas ocurrieron las tragedias, y me quedé sola, bronceándome sola el culo en la playa porque por ninguno podía hacer nada y no podía perder la cabeza.
Si pudiera devolver el tiempo a ese mento los besaría y abrazaría a toditos los cuatro, hasta al chandoso ese como caca de loco y les diría cuánto los amo y los extraño y necesito con el alma; con babas, popó, loza sucia, gritos y berrinches.
Solo dolor disfrazado de vacaciones.
Y se me vino esa canción de Coldplay... scientist y en nombre de mi familia secreta hice el mejor montaje ever que he hecho en mi vida...
Leïla Slimani |
Si quieres escribir una novela, la primera norma es saber decir no. No, no iré a tomar esa copa. No, no puedo cuidar de mi sobrino enfermo. No, no estoy libre para una comida, una entrevista, dar un paseo, ir al cine. Hay que saber decir no tantas veces que al final las invitaciones escasean, el teléfono deja de sonar y hasta lamentas recibir por correo electrónico solo mensajes publicitarios. Decir no conlleva que te consideren una misántropa, una arrogante, enfermizamente solitaria. Que alces a tu alrededor un muro de rechazo contra el cual se estrellarán todas las ofertas. Eso me dijo mi editor cuando empecé a escribir novelas. Eso leía en los ensayos sobre literatura, desde Roth a Stevenson, pasando por Hemingway, quien lo resumía de manera simple y anodina: “los mayores enemigos de un escritor son el teléfono y las visitas”. Y añadía que, de todos modos, una vez que adquieres la disciplina, y la literatura se ha convertido en el centro, el núcleo y el único horizonte de tu vida, la soledad se impone. “Los amigos mueren o desaparecen, hartos quizá de nuestros rechazos”.
Mamá murió una semana después de tomarnos esta foto. Pasó los últimos venticinco años de su vida peleando contra un cáncer al que vencía cada seis años. Un día cualquiera me pidió acompañarla a una notaría para firmar el documento de "morir con dignidad". El cancer habia regresado y ella decidió no realizarse una quimioterapia más. En la notaría traté de disuadirla con frases como "te quieres morir y yo estoy limpiando el arma", me consolaba diciendo que había que abrir campo para que vinieran más personas. Acariciaba mi cabeza y secaba mis lágrimas mientras repetía mi nombre. De la notaría salimos directo al oncólogo. Ella quiso contarle su decisión. Cuando llegamos el doctor la miró aterrado y le dijo: "Estas viva por los avances de la medicina. Si no te haces la quimio te vas a morir". A lo que ella respondió con la suavidad de siempre:
-Usted también, doctor.
Algunas palabras manoseadas
entraron en estado de coma.
La palabra rosa
ocultó sus pétalos
entre un seto
de ortigas y yerbajos.
La palabra luna
se escondió
tras los tanques
de asbesto en las terrazas
y de unos señores
que fingen
atrapar sueños
con una red
de cazar mariposas.
Agobiadas
por centurias de necios
algunas palabras
lograron huir de la jauría
y ponerse a buen recaudo
en casa de un hombre mudo.
Muchas se niegan
a ser exhibidas
como botines de guerra.
Esta noche vi pasar
la palabra amor:
huía de sermones y baladas.
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada .
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua:
Habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
Juan Carlos Onetti |
Juan Carlos Onetti
UN SOLO CAMINO
Hay solo un camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los árboles enanos.
Carl Sagan |
Cuando mi esposo murió, como era tan famoso y conocido por no ser creyente, mucha gente venía a mí (aún pasa, a veces) y me preguntaba si Carl (Sagan) cambió de idea al final y se convirtió a una creencia en el más allá. También me preguntan con frecuencia si creo que lo veré de nuevo. Carl enfrentó su muerte con un coraje incansable y nunca buscó refugio en ilusiones. La tragedia era que sabíamos que no volveríamos a vernos. No espero reunirme nunca con Carl. Pero lo grandioso es que cuando estuvimos juntos, por casi veinte años, vivimos con una intensa valoración de lo breve y preciosa que es la vida. Nunca trivializamos el significado de la muerte fingiendo que no era una despedida definitiva. Cada momento particular en que estuvimos vivos y estuvimos juntos fue milagroso, pero no milagroso en el sentido de inexplicable o sobrenatural... Que el puro azar pudiera ser tan generoso y tan amable... Que pudiéramos encontrarnos el uno al otro, como escribió Carl tan bellamente en Cosmos, "en la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo"... Que pudiéramos estar juntos durante veinte años. Eso es algo que me sostiene y es mucho más significativo. La forma en que me trató y yo lo traté a él, la forma en que nos cuidamos el uno al otro y a nuestra familia, mientras vivió. Eso es algo mucho más importante que la idea de que lo veré algún día. No creo que vuelva a ver nunca a Carl. Pero lo vi. Nos vimos el uno al otro. Nos encontramos el uno al otro en el cosmos, y eso fue maravilloso.
No es lo mismo “recorrí sólo los bares” (es decir, ningún otro tipo de establecimiento) que “recorrí solo los bares" (es decir, sin compañía de un nadie). La tilde eliminada por la Academia evitaba la confusión entre el adverbio y el adjetivo. Como adverbio y con tilde, en el primer caso, equivale a solamente. En fin, los médicos también se mueren.
Ayer leí un memento con un ejemplo más contundente:
Señores de la RAE:
No es lo mismo “tuve sexo sólo una hora” que “tuve sexo solo una hora”.
Los académicos se caerán de culo si alguna vez les llega el mensaje. Temo que les corresponde el segundo caso. Se merecen el adjetivo. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes eliminaron la tilde. Mientras con una mano se encargan de las tildes, con la otra ya saben qué.