jueves, 24 de octubre de 2019

Casa de citas / Thomas Bernhard / Salzburgo

Salzburgo

Thomas Bernhard
SALZBURGO

La ciudad, poblada por dos clases de personas, los que hacen negocios y sus víctimas, sólo es habitable, para el que aprende o estudia, de forma dolorosa, una forma que turba a cualquier naturaleza, con el tiempo la disturba y perturba y, muy a menudo, sólo de forma alevosa y mortal. Las condiciones meteorológicas extremas, que irritan y debilitan continuamente y, en cualquier caso, enferman siempre a las personas que viven en ella, por una parte, y la arquitectura salzburguesa, que en esas condiciones produce unos efectos cada vez más devastadores en la constitución de las personas, por otra, ese clima prealpino, que oprime a todas esas personas dignas de compasión, de forma consciente o inconsciente pero, en sentido médico, siempre dañina y, en consecuencia, que las oprime en su mente y su cuerpo y en todo su ser, al fin y al cabo totalmente a merced de esas condiciones naturales, y con brutalidad increíble produce una y otra vez esos habitantes irritantes y debilitantes y enfermantes y humillantes e insultantes y dotados de una gran vileza y abyección, engendran una y otra vez a esos salzburgueses de nacimiento o llegados de fuera que, entre sus muros fríos y húmedos, amados con predilección por el aprendiz y estudiante que fui hace treinta años en esa ciudad, pero odiados por experiencia, se entregan a sus estúpidas terquedades, absurdida001-496 Relatos.indd 15 29/4/09 16:15:42 www.elboomeran.com 16 des, barbaridades, asuntos brutales y melancolías, y constituyen una inagotable fuente de ingresos para todos los médicos y empresarios de pompas fúnebres posibles e imposibles. Quien se ha criado en esa ciudad, según los deseos de quienes tenían sobre él la patria potestad pero en contra de su propia voluntad y, desde su más temprana infancia, con la mayor predisposición sentimental e intelectual en favor de esa ciudad, ha estado encerrado por una parte en el proceso espectacular de la celebridad mundial de esa ciudad como en una perversa máquina de belleza en tanto que máquina de falsedad, productora de oro y oropel y, por otra parte, con la falta de medios y de ayuda de su infancia y juventud, por todas partes desamparadas, como en una fortaleza de miedo y de horror, condenado a esa ciudad como la ciudad en que desarrollaría su carácter y su espíritu, tiene de esa ciudad y de las condiciones de existencia en esa ciudad un recuerdo, para no expresarlo en forma demasiado grosera ni demasiado frívola, más bien triste y más bien oscurecedor de su primerísimo y primer desarrollo, pero en cualquier caso funesto, cada vez más decisivo para toda su existencia y horrible, y ningún otro. En contra de la calumnia, la mentira y la hipocresía, tiene que decir, al escribir la presente indicación, que esa ciudad, que impregnó todo su ser y condicionó su entendimiento, fue siempre para él, y sobre todo en su infancia y juventud, en la época de desesperación, en tanto que época de maduración, en que existió y se ejercitó en ella durante dos decenios, una ciudad que lesionó más bien su espíritu y su ánimo, que, efectivamente, sólo maltrató siempre su espíritu y su ánimo, una ciudad que lo penó y apenó ininterrumpidamente, directa o indirectamente, por faltas y crímenes no cometidos, y que sofocó en él la sensibilidad y el sentimiento, de cualquier naturaleza que fueran, y no una ciudad que fomentara sus dotes creadoras. En esa época de estudios, que sin duda alguna fue su época más espantosa, y de esa época de estudios suya y de las sensaciones que tuvo en esa época de estudios se habla aquí, tuvo que pagar, para el resto de su vida, un alto precio y probablemente la más alta de las sumas. Esa ciudad no merecía el afecto y el amor que, como afecto anticipado y amor anticipado por su parte, había heredado él de sus mayores, y siempre y en todas las épocas y en todos los casos, hasta hoy, lo ha rechazado, repelido y, en cualquier caso, herido en su indefenso amor propio. Si no hubiera podido dejar atrás a esa ciudad que, en definitiva, hiere y zahiere y, finalmente, aniquila a las personas creadoras, y que, por mis padres, es a un tiempo para mí ciudad materna y paterna, en un instante determinado y, precisamente, en el instante decisivo y salvador de la máxima tensión nerviosa y la mayor lesión posible de mi espíritu, hubiera dado ejemplo, como tantas otras personas creadoras de esa ciudad y como tantas otras a las que estuve unido y en las que confié, con la única prueba que caracteriza a esa ciudad, matándome súbitamente, como tantos se han matado súbitamente en ella, o pereciendo lenta y miserablemente entre sus muros y en su atmósfera que provoca la asfixia y nada más que la asfixia, como han perecido en ella, lenta y miserablemente, tantos otros. Con mucha frecuencia he podido reconocer y amar la especial forma de ser y la peculiaridad absoluta de ese paisaje materno y paterno mío, hecho de una naturaleza (famosa) y de una arquitectura (famosa), pero los imbéciles habitantes que existen y, de año en año, se multiplican aturdidamente en ese paisaje y esa naturaleza y esa arquitectura, y sus leyes viles y su interpretación aún más vil de esas leyes suyas, han matado siempre enseguida mi reconocimiento y mi amor por esa naturaleza (como paisaje) que es una maravilla, y por esa arquitectura, que es una obra de arte, los han matado ya siempre enseguida en sus comienzos, y mis medios de existencia, confiados sólo a mí mismo, se han sentido siempre enseguida indefensos contra la lógica pequeñoburguesa que impera en esa ciudad como en ninguna otra. Todo en esa ciudad está en contra de lo creador y, aunque se afirme lo contrario cada vez más y con vehemencia cada vez mayor, la hipocresía es su fundamento, y su mayor pasión la falta de espíritu, y dondequiera que la fantasía se atreva a mostrarse siquiera en ella, es extirpada. Salzburgo es una fachada pérfida, en la que el mundo pinta ininterrumpidamente su falsedad, y detrás de la cual lo (o el) creador tiene que atrofiarse y pervertirse y morirse lentamente. Mi ciudad de origen es en realidad una enfermedad mortal, con la que sus habitantes nacen o a la que son arrastrados y, si en el momento decisivo no se van, se suicidan súbitamente, directa o indirectamente, antes o después, en esas condiciones espantosas, o perecen directa o indirectamente, lenta y miserablemente, en ese suelo de muerte, arquitectónico-arzobispal-embrutecido-nacionalsocialista-católico, y en el fondo totalmente enemigo del ser humano. La ciudad es, para quien la conoce y conoce a sus habitantes, un cementerio en la superficie hermoso, pero bajo esa superficie en realidad horrible, de fantasías y deseos. Para el que aprende o estudia, e intenta encontrar su orden y su derecho en esa ciudad, que sólo es famosa en todas partes por su belleza y su construcción, y que en la época de los llamados Festivales es además famosa todos los años por el, así llamado, Gran Arte, esa ciudad no es pronto más que un museo de la muerte, frío y expuesto a todas las enfermedades y vilezas, en el que crecen todos los obstáculos imaginables e inimaginables que desintegran y hieren en lo despiadadamente más profundo, sus energías y dotes y disposiciones intelectuales, y pronto la ciudad no es ya para él una hermosa naturaleza y una arquitectura ejemplar sino nada más que una impenetrable maleza humana, hecha de abyección y vileza y, cuando camina por sus calles, no camina ya rodeado de música sino que se siente nada más que repelido por el lodazal moral de sus habitantes. La ciudad es en ese estado, para quien se ve en ella de repente engañado en todo, como corresponde a su edad, no una desilusión sino un espanto, y tiene para todo, también para esa conmoción, sus argumentos de muerte. 

Thomas Bernhard
Relatos autobiográficos / El origen

No hay comentarios: