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VIDAS ROTAS
Se acomodó en el sillón, tocó la campanilla y pidió que le trajeran té. Ana Sergeyevna seguía de espaldas a él, mirando por la ventana. Lloraba de emoción, al darse cuenta de lo triste y dura que era la vida para ambos; sólo podían verse en secreto, ocultándose de todo el mundo como si fueran ladrones. ¿No eran las suyas vidas rotas?
Antón Chéjov / La señora del perrito
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