martes, 24 de marzo de 2020

Triunfo Arciniegas / Diario / Un buen día



Triunfo Arciniegas
UN BUEN DÍA
23 de marzo de 2020

Fue una jornada de veinticuatro horas, deliciosa. Hoy he estado durmiendo a ratos para recuperarme. Esta mañana salí a la tienda no sólo por el pan sino porque quería contemplar la soledad de las calles. El silencio, qué maravilla. Los vecinos han tenido la prudencia de no encender equipos de sonido. Estamos tranquilos pero se siente la gravedad en el aire.

Así que empecé la jornada a las once de la noche del 21 y terminé a las once de la noche del 22. Estuve en la cama con el celular, leyendo pendejadas sobre todo, y a medianoche empecé a subir los blogs. Con el internet tan lento se me fueron casi tres horas. Estuve trabajando en una ilustración para "Reproches", uno de los textos que recién entró a Mester de brevería: unas piernas de mujer, una foto ajena. No se notan las tres horas que le dediqué. Luego pensé en dormir un rato y desistí. Me concentré en los cinco nuevos textos de Mester de brevería: una cosecha mexicana de finales de 2013 que recogí de una libreta de tapas rojas. Ahora el libro consta de veintinueve. Con esos haremos la edición de Trespies.

He terminado un libro, al menos una primera versión, y lo he terminado en una fecha sagrada: 22 de marzo. Tres mujeres que han sido importantes en mi vida cumplen años.

La libreta de tapas rojas ha sido toda una sorpresa. Seguiré recuperando textos.

Imprimí Mester de brevería y grabé en el celular algunos textos para probarlos. Descubrí este método con Dulce animal de compañía. Grabo y escucho mientras sigo el texto en el papel. Una buena manera de atrapar erratas e incongruencias. Una buena manera de sondear el ritmo. Se los leí a la Chiquita por el celular.

Voy mezclando tareas. Leo, escribo, preparo las comidas, ordeno la biblioteca, barro la azotea, lavo ropa, llamo a la gente que amo. Me sorprendió la cuarentena con crisis de electrodomésticos: sacaron la mano la licuadora, la lavadora, el horno microondas y el televisor. Estoy sin jugos y sin Neflix. 

El registro del trasteo de libros requería un montón de páginas. El rincón japonés, por ejemplo, estaba muy perdido. Pensé en bajarlo a la sala y luego decidí dejarlo a la vista cerca de mi escritorio. Libros mal puestos son libros que no existen. Sándor Márai y  Bohumil Hrabal y Naguib Mahfuz estaban perdidos: se fueron a la sala. Milan Kundera y Orhan Pamuk siguen de un lado a otro. En general, se trata de escritores, maravillosos escritores, que no pertenecen a las grandes literaturas o al menos las grandes literaturas que nos dominan: norteamericana, inglesa, francesa, italiana, rusa, japonesa, latinoamericana, china. Y por eso mismo se dificulta su ubicación. 

Por otra parte, la biblioteca es móvil. La construcción o la adquisición de otra casa, el amontonamiento de libros, las lecturas de cada año, las obras maestras, los libros pendientes, las últimas adquisiciones, todo eso obliga a los cambios. Me gusta que sea así. Disfruto de los trasteos. La contemplación de lomos y tapas es un fin en sí mismo.

Seguí con la nueva lectura de La muerte en Venecia: capítulos tres y cuatro. El primer capítulo describe un paseo aburrido del protagonista, un hombre mayor, escritor reconocido, y el segundo el oficio y la obra. La novela en realidad empieza en el tercero, el más largo de todos, cuando el personaje viaja a Venecia y queda fascinado con el muchacho polaco. El cuarto trata de la contemplación: Venecia y el muchacho. El quinto, la peste. Confieso que leí esta novela con más entusiasmo en la adolescencia y que jamás olvide su trágica atmósfera.

Me resulta difícil recuperar el día en la memoria. Sólo sé que estuve trajinando sin pausa, sin televisión, sin siesta. Que después de las diez de la noche me fui a la cama, terminé de leer La muerte en Venecia y apagué la lámpara.


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