viernes, 19 de julio de 2019

Hijos del escándalo / Buñuel, Lorca, Dalí


Salvador Dalí, Luis Buñuel y Federico García Lorca


HIJOS DEL ESCÁNDALO

Buñuel, Lorca, Dalí, tres excéntricos centrales

Carlos Fuentes
3 de febrero de 1987


El escritor mexicano, que vive temporalmente en Gran Bretaña preparando un filme sobre la cultura hispánica para una cadena de televisión británica, ha visto en ella un programa sobre tres españoles excéntricos: Buñuel, que durante tantos años fue un exiliado en México, Dalí y García Lorca. Estas tres figuras capitales de la cultura de este siglo le sirven para reflexionar sobre su historia común.

La segunda cadena de la televisión británica, BBC-2, ha dedicado tres programas de una hora y media cada uno a tres figuras estelares del arte español contemporáneo, Salvador Dalí, Luis Buñuel y Federico García Lorca. La cadena británica no ha escatimado esfuerzos para presentar una visión particularmente rica en testimonios y contrastes. Mirando los programas, recordé que poco antes de su muerte, en 1966, André Breton, el animador del movimiento superrealista, le dijo a Luis Buñuel: "Querido amigo: Ya nadie se escandaliza de nadie". Días más tarde, Buñuel me contó esta anécdota en París. La recordé ahora porque los tres españoles fueron, en su momento, hijos del escándalo aunque sólo Dalí persistió, con un sarcasmo cínico, en pretender que el artista podía escandalizar aún a la sociedad.

Rebanando ojos

Buñuel, ex estudiante jesuita, se abrió paso hacia las pantallas del mundo rebanando ojos con navajas y arrojando dinamita, como dijo de él, Henry Miller.
Fue recompensado en especie por las bandas paramilitares fascistas que arrojaron tinteros contra la pantalla durante la exhibición de La Edad de Oro en el cine de las ursulinas de París. El escándalo de Lorca fue más tranquilo: una mujer vestida de negro da fervorosas gracias de que su hija murió sin perder la virginidad.
Se detuvieron. O fueron detenidos. Un artista es tan grande como los obstáculos que es incapaz de superar. Lorca, que había hecho poesía y teatro de su vida, fue detenido por el escándalo más grande de todos, la muerte, un 19 de agosto de 1936, en Granada: acompañado de un maestro de escuela, dos novilleros y un par de ladrones, fue ejecutado por los sanguinarios hermanos de los mismos que arrojaron los tinteros contra Buñuel.
A Buñuel lo detuvo la historia, incluyendo la historia que asesinó a su amigo García Lorca. Ya no era posible seguir las instrucciones de Breton para el perfecto acto superrealista -salir a la calle y disparar indiscriminadamente contra la multitud cuando era esto lo que hacían, realmente, Hitler y Stalin. Ningún escándalo estético podía superar el escándalo histórico de Auschwitz y el Gulag. La grandeza de Buñuel consistió en ir más allá del escándalo superrealista hacía el escándalo de la historia: somos los autores de la historia, pero también sus víctimas.
Las maravillosas imágenes de Los olvidados -el sueño de los niños de las barriadas de México, la corrupción de la pobreza y de El discreto encanto de la burguesía -las pesadillas de la cocina francesa, la necesidad de la riqueza-, de Robinson Crusoe -un hombre solitario en una isla debe decidir si el aborigen que lo acompaña será su amigo o su esclavo- y de El ángel exterminador -el terrible temor, tan actual como eterno, de vivir capturados dentro o desamparados fuera- forman un cuerpo incomparable de comentario crítico en el cine.
Son, asimismo, una de las más espléndidas declaraciones acerca de la amplitud y el límite de la libertad conseguible mediante el arte.
El superrealismo inundó nuestro tiempo con imágenes que habíamos olvidado, soñado o descubierto apenas gracias a un nuevo mundo de velocidad física y confort material. Dalí, cuyos escritos sobre la paranoia crítica y pinturas de relojes derretidos se convirtieron en parte del canon estético de nuestro tiempo, se convirtió él mismo en el principal proveedor de un superrealismo del decorado, la publicidad y el comercio. Los escandalosos descubrimientos de los años veinte son hoy parte de nuestra vida cotidiana: anuncios de televisión, diseños industriales, técnicas de edición cinematográfica, aparadores de la Quinta Avenida. García Lorca no tuvo tiempo de entrar a la sociedad de consumidores. Su muerte sucedió contra el muro gris de la Andalucía rural.
Luis Buñuel entró al mundo del consumo para decirnos que no era el mejor de los mundos posibles. Dalí, Pangloss perverso, promovió este mundo y, desde luego, su propio sitio en él, cosechando sus recompensas, moldeando (y modelando) un universo de celebridad y entretenimiento que se ha convertido en la sombra luminosa de nuestra muerte. El homenaje de Dalí al escándalo consistió en convertirse en todo lo que denunció de joven: justificador de Franco y de la religión, monarquista, marqués, pecho condecorado. Quizá fue el más valiente de los tres: cortejó al diablo. O sólo fue el bufón del fuego.
Los tres hombres fueron amigos y compañeros tempranos. Uno murió joven; los otros vivieron hasta su octava década. Están vivos para un público mundial. Pero su originalidad, como su amistad juvenil, está profundamente enraizada en España.
En España encontraron los tres las imágenes latentes, los significados universales que el mundo moderno había olvidado. Son inseparables de la tradición de la picaresca de Cervantes y Velázquez; del otro escandaloso, Quevedo, y del místico san Juan, y sobre todo de la luz popular y de la amarga oscuridad de Goya. No eran portadores de ilusiones, aunque sí de esperanza: ésta fue su paradoja. O, como dijo Kafka, otro excéntrico europeo demasiado central: "Habrá mucha esperanza, pero no para nosotros". Dalí, Lorca y Buñuel, de todas maneras, significan que España, la antigua finiterrae de Europa, acabó por convertir su excentricidad en centralidad del siglo XX.

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