viernes, 22 de septiembre de 2017

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Triunfo Arciniegas
Véra y Nabokov
22 de septiembre de 2017


Véra, quien mecanografiaba los manuscritos de Nabokov, controlaba la agenda y se encargaba de la correspondencia, llamó personalmente para cancelar una cena con Marilyn Monroe. El célebre marido aprovechaba la fama para conocer actrices en Hollywood mientras adelantaba el guión de Lolita con Stanley Kubrick. La rubia y el escritor se entendían muy bien, según cuenta Mónika Zgustova en El País, pero la historia no tuvo comienzo ni fin. Véra, inteligente y práctica, como la mayoría de las mujeres, se llevó a su marido a vivir por el resto de sus días a un hotel de Montreux, un tedioso pueblo suizo, lejos del mundanal ruido y las tentaciones del demonio.

La anécdota parece cierta. En su monumental biografía de Nabokov (Los años rusos y Los años americanos suman 1660 páginas), Brian  Boyd menciona a Marilyn Monroe una sola vez. Nabokov le preguntó a John Wayne a qué se dedicaba y a la actriz italiana Gina Lollobrigida le reconoció un maravilloso acento parisino. "Es francés de Roma", aclaró la actriz. Brian Boyd, sin embargo, precisa: "No siempre metía la pata: en una fiesta Marilyn Monroe quedó prendada de él, pero, consciente de que en ese ambiente estaba fuera de lugar, el escritor pronto abandonó el circuito de los cocteles". (Los años americanos, Barcelona, Anagrama, 2005, p. 498)

Nabokov y Véra, ambos rusos, ambos exiliados, se conocieron en un baile de disfraces, según Zgustova, y vivieron juntos toda la vida. Nabokov le dedicó todos sus libros. Antes de la fama, el dinero y el vendaval de Lolita tuvieron un hijo y pasearon su amor de pobres por Berlín, París y Nueva York. Dice Mónika Zgustova que Véra obligó a su marido a escribir en inglés y a transformar un cuento de 1939, "El encantador", en la obra obra maestra que todos conocemos. Y dice que borró de la biografía de Nabokov el rastro de otras mujeres. Cuando el periodista Andrew Field le preguntó por Irina Guadanini, la sensual rusa que fue la gran pasión de Nabokov en París, sólo dijo: "No la ponga, no vale la pena".

Brian Boyd no menciona la fiesta de disfraces en ninguno de los dos tomos de la biografía y precisa que fue su agente literaria, Altagracia de Jannelli, quien obligó a Nabokov a escribir en inglés. El hecho de que Nabokov y Véra se cartearan antes de conocerse echa por el suelo la anécdota de la fiesta. 

Mónika Zgustova dice que Véra acudió al baile con una máscara de lobo que cubría su pronunciada nariz y que, cuando regresaban a casa, recitó versos de Nabokov para seducirlo: "Véra, esa mujer racional, calculadora y controladora, según el retrato de su biógrafa Stacy Schiff, sabía que esta era la llave infalible al corazón del joven autor". Sin duda, pero también era una mujer culta, imaginativa y con gran sentido del humor. Se habían leído uno al otro en el periódico de los exiliados. Y es necesario señalar que Nabokov alguna vez llegó a Berlín, donde vivía desde hacía años, con la firme intención de conocerla.

Por último, hay que decir que la orden conyugal de escribir Lolita tiene sus matices. La idea del hombre que se casaba con una mujer sólo con el propósito de seducir a la hija venía de mucho tiempo atrás. Antes de convertirse en "El encantador", fue un párrafo de La dádiva, una novela sobre los emigrados rusos en Berlín publicada en 1938. La idea, aunque profunda como una pena de amor, no daba resultados, y Nabokov tampoco disponía del tiempo necesario. La situación económica lo obligaba a resolver algo menos ambicioso que pudiera vender a The New Yorker. Decidido a renunciar, llevó la pila de notas al incinerador del jardín, pero Véra lo detuvo y lo animó a que lo pensara mejor. Nabokov supo que su mujer tenía razón. "El fantasma del libro destruido rondaría por mis archivos el resto de mi vida", se dijo. Continuó con sus clases en Cornell, con los cuentos y las traducciones, con la novela, y solo en 6 de diciembre de 1953 pudo escribir con evidente alivio en su diario: "Lolita terminada; empezó hace exactamente cinco años". (Los años americanos, p. 287)





Nota



Mónika Zgustova, escritora y traductora checa, escribió un libro sobre Bohumil Hrabal, el grandísimo autor de Una soledad demasiado ruidosa, y acaba de publicar una novela sobre el horror de las mujeres en los campos de prisioneros de la Unión Soviética, Vestidas para un baile en la nieve.








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