Bellísima habanera El Malecón, La Habana, 1 de noviembre de 2015 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Triunfo Arciniegas
Cuba
Palma de Mallorca, 18 de marzo de 2017
De todos los países que he visitado en mi vida, Cuba es el único que me ha dejado sin ganas de volver, y menos mientras dure la dictadura de los Castro, que ya va por los sesenta años. Ningún país es tan despiadado ni tan aprovechado con el turista. Sé que en otros muchos países a uno le ven la cara de extraño y le cobran el doble. Pero en Cuba exageran. Tal vez la necesidad, digo. El socialismo no acabó con la prostitución: uno levanta el brazo y se le acomoda una puta. El socialismo no acabó con la pobreza, flor nacional. Qué mierda, una revolución para morirse de hambre. Donde antes había una fábrica, ahora hay un edificio abandonado, un cascarón. Qué mierda, un socialismo que persigue a los homosexuales, un socialismo que persigue, censura y aparta a sus escritores. Nombro tres que vienen a mi mente: Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas.
De Cuba resaltan con razón dos virtudes: la educación y la salud. Los cubanos saben leer y escribir pero no hay nada más triste que una librería cubana. Y no hay sino un solo puto periódico en la isla, el periódico oficial con las consabidas alabanzas a la Revolución y los Castro. Es decir, a los Castro. La televisión, aparte de las novelas trasnochadas, es el mismo cuento. ¿De qué sirve un doctorado cuando se tiene que ganar la vida manejando un taxi? Supe de un cirujano plástico que se ganaba el pan reciclando latas, cortándolas para hacer esculturas pero exponiendo sus preciosas manos. ¿Y de qué sirve andar rebosante de salud si se vive en una cárcel rodeada de agua por todas partes?
Digan lo que digan, Cuba es un país aburrido. Tedioso. Uno ni siquiera puede conversar a sus anchas, no sabe quién puede estar oyendo, el sapo de la cuadra -no recuerdo ahora su nombre- puede estar registrando la conversa. Como todo Estado totalitario, la vigilancia es extrema. Ahí están los imbéciles del comité de defensa de la revolución.
Pobre gente, tan musical, tan bella, no merecen la desgracia que les cayó encima. Pobre gente, con esa rutina tan insoportable: nunca se cambian de casa. De hecho, viven agradecidos si tienen casa. Nunca salen a otra ciudad: demasiado caro. Nunca van al monte: pertenece al Estado. Viven en un país ajeno. Por eso muchos prefieren lanzarse al mar con lo que tienen puesto y exponerse al hambre de los tiburones. La diversión nacional es tirar, no hay más. Pero es una diversión de cualquier parte del mundo.
En Cuba se me salieron las lágrimas de pesar, no de emoción sino de pesar. Pocos espectáculos tan bellos como una mulata en el malecón. Con ese tumbao. Con ese caminado que es música pura. "La belleza está en el caminado", dijo María Félix, la María Bonita de Agustín Lara. Pero ninguna mujer, creo, haría que uno se quedara en la isla. Y ellas, por su parte, no quieren quedarse: quieren largarse con su música a otra parte. Los cubanos sueñan con Estados Unidos: los taxistas a menudo exhiben juntas la bandera cubana y la gringa. Deliran por la ropa de marca, cosa rara.
Pobre gente, tan musical, tan bella, no merecen la desgracia que les cayó encima. Pobre gente, con esa rutina tan insoportable: nunca se cambian de casa. De hecho, viven agradecidos si tienen casa. Nunca salen a otra ciudad: demasiado caro. Nunca van al monte: pertenece al Estado. Viven en un país ajeno. Por eso muchos prefieren lanzarse al mar con lo que tienen puesto y exponerse al hambre de los tiburones. La diversión nacional es tirar, no hay más. Pero es una diversión de cualquier parte del mundo.
En Cuba se me salieron las lágrimas de pesar, no de emoción sino de pesar. Pocos espectáculos tan bellos como una mulata en el malecón. Con ese tumbao. Con ese caminado que es música pura. "La belleza está en el caminado", dijo María Félix, la María Bonita de Agustín Lara. Pero ninguna mujer, creo, haría que uno se quedara en la isla. Y ellas, por su parte, no quieren quedarse: quieren largarse con su música a otra parte. Los cubanos sueñan con Estados Unidos: los taxistas a menudo exhiben juntas la bandera cubana y la gringa. Deliran por la ropa de marca, cosa rara.
¿De qué han servido los muertos? ¿De qué ha servido el delirio? En Guadalajara, el año pasado le pregunté a un escritor cubano en el exilio sobre la muerte de Fidel y me dijo una frase contundente: "Ya el daño está hecho". Es decir, ya pasó la vida. Ya no habrá otra oportunidad.
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