Los colores del agua Long Beach, LA, 2013 Foto de Triunfo Arciniegas |
De Yucca Street a Sunset Boulevard
Los Ángeles, California, 15 de noviembre de 2013
Caminé como loco hasta el final de Sunset Boulevard, me desvié a la derecha y tomé Hollywood Boulevard justamente donde se transforma en Laurel Canyon. En algunas esquinas me detenía a observar y era el único peatón entre centenares de autos. Me sentí como un extraterrestre. Nadie hace estos recorridos a pie. Un hombre así en este paisaje resulta sosprechoso. En Ciudad de México los espacios son grandes, la plaza de la Basílica o las terminales de transporte, por ejemplo, pero llenos de gente. Aquí los espacios son grandes, pero vacíos. Estoy exagerando, por supuesto. Leí que en Los Angeles hay 1.8 autos por persona.
Ya muy cansado y después de beberme un litro de agua, me senté en una acera a esperar el autobús. Un señora me advirtió que me orillara un poco más porque podían llevarme. Me preguntó si hace mucho trabajaba por acá y le dije que estaba de paseo. Gorda, muy gorda, testigo de Johová, con cincuenta años en Los Ángeles. Me explicó que nadie siente el paso del tiempo, que los años corren, que uno se va quedando. Al fin llegó el autobús y fui hasta Vine Station. La tarjeta me sirve durante una semana para el metro y los autobuses. Ya era muy tarde para visitar Redondo Beach 0 Malibu, cuyas playas me recomendaron. Para no regresar tan pronto al hotel, fui primero hasta Wilshire Station, que no me pareció gran cosa, y después hasta la 7th Street. Volví pronto, en el metro, y me bajé en Highland Station, a dos cuadras de mi nuevo hotel. Al salir a Boulevard vi que se estaban llevando la estatua de Marilyn Monroe: arrodillada y feliz, la divina rubia estampa su firma en el cemento.
Es la primera noche de luna llena.
Sigo en Hollywood. De Yucca Street me cambié a Sunset Boulevard, donde hay más movimiento, cosa que me encanta. En The Hollywood Hotel, donde durmieron, por aparte, James Dean y Marilyn Monroe, cuando fui a pagar la tercera noche (por adelantado y dos horas de la salida) ya le tenía la habitación reservada a otra persona. Estos gringos no pierden nada.
Perdí casi cinco horas buscando hotel. Encontré uno por internet pero no logré terminar la transacción. No estaba lejos y decidí caminar. Pero acababan de tomar la última habitación cuando llegué. Por el camino, vi un hotel de cuento de hadas encima de una colina: debe costar unos quinientos dólares la noche. ¿Seré alguna vez lo suficiente rico como para hospedarme allí alguna noche con alguien que tengo en mente? Ah, Los Ángeles, territorio de sueños y desdichas. Como ya había entregado la llave en The Hotel Hollywood, no tenía acceso a internet y tuve que vagabundear calle tras calle hasta que al fin, sudoroso y cansado, encontré en Sunset Boulevard un refugio sin tantas estrellas.
De todas maneras, sigo en Hollywood, una parte muy bella y glamourosa de la ciudad, y ahora más cerca de Highland Station que de Vine Station. Ya me muevo en el metro con cierta propiedad. Fui a ver el mar en Long Beach hace dos días y tomé unas fotos preciosas. Como viaje de exploración, ha sido una maravilla. Ya tengo ganas de volver.
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