Alice Munro
LECTURAS
Otra cosa que hacía tras la cortina era leer. Leía libros que cogía de la biblioteca de Kitsilano, que se encontraba a unas manzanas de casa. Y cuando estaba allí tendida boca arriba en aquel estado de asombro que me podía producir un libro, un vértigo generado por las riquezas de lo que digería, lo que veía era aquellas franjas. Y no sólo los personajes y la trama, sino también el clima creado por el libro impregnaba las flores artificiales y fluía a lo largo del arroyo del vino tinto o del verde lóbrego. Leía libros pesados cuyos títulos ya me eran familiares y que tenían un cierto halo místico —incluso llegué a tratar de leer Los novios—, y entre aquellos platos fuertes leía también las novelas de Aldous Huxley y de Henry Green, y Al faro, El fin de Chéri o Ha muerto un corazón. Devoraba uno tras otro sin establecer un criterio de preferencias, rindiéndome ante ellos de la misma forma que lo había hecho con los libros leídos en la infancia. Todavía me encontraba en una etapa de convulso apetito, mi voracidad era casi angustiosa.
Pero se había añadido una nueva complicación respecto a las lecturas de infancia, y es que yo tenía que ser escritora además de lectora. Compré un cuadernillo escolar e intenté escribir; y sí que escribí: páginas que comenzaban con autoridad y que luego se marchitaban, de modo que acababa arrancándolas y las retorcía en severo castigo y las tiraba al cubo de la basura. Lo hice una y otra vez hasta que sólo me quedó la cubierta del cuadernillo. Luego compré otro y comencé el proceso una vez más. Siempre el mismo ciclo: emoción y desesperanza, emoción y desesperanza. Era como tener un embarazo secreto y un aborto no provocado cada semana.
Alice Munro
"La isla de Cortés"
Si desea leer el cuento completo:
"La isla de Cortes"
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"La isla de Cortés"
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"La isla de Cortes"
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