martes, 13 de diciembre de 2011

Diario / En traje ajeno

Autorretrato con traje ajeno
Bogotá, 9 de diciembre de 2011

Triunfo Arciniegas
EN TRAJE AJENO
5 de diciembre de 2011

La lluvia baja la temperatura de este infierno: San José de Cúcuta. He completado sin tropiezos la primera etapa de mi viaje a Bogotá. Vengo de Pamplona y tengo el último vuelo de mañana: ocho y cuarenta y cinco de la noche. Tengo casi dos días para volver a leer Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal. Si acabo antes, traigo de reserva El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon.
Iré a la entrevista de la embajada con traje prestado: saco, pantalón, camisa, corbata, zapatos. Todo es de René. Tengo que encontrar a alguien que sepa hacer el nudo de la corbata. Hace unos veinte años que no me disfrazo de señor. Voy con traje porque la pinta influye. Dicen que aunque la mona se vista de seda mona se queda, pero siempre le irá mejor de seda. No puedo presentarme con mi habitual pinta de vagabundo en una embajada: estaría perdiendo de entrada. No puedo llegar con botas y morral, con jean y chaqueta de cuero. Además, en cuestión de minutos, debo hacer que vean al escritor y no al maestro de escuela, al tipo cuyos libros se distribuyen por Latinoamérica y no al pobre hombre perdido en la niebla de las montañas de Pamplona.
El asunto del traje ajeno no es novedad en mi vida y me hace acordar de un cuento de Ray Bradbury sobre unos tipos pobres que se turnan un traje para seducir mujeres o algo así. Jorge Eliécer Pardo me heredó su ropa en mis tiempos de miseria bogotana. Es más: me gradué como maestro de escuela con ropa regalada. El profesor Yañez le consiguió a mamá un pantalón y una camisa en uno de los almacenes de la Calle Real de Pamplona y le advirtió que no me dijera nada. Pensaba que el orgullo me impediría usar la ropa. Lo supe muchos años después y aun ahora, cuando veo al profesor Yañez, siento una oleada de agradecimiento. La última vez le regalé uno de mis libros. Cuando yo era estudiante de la Escuela Normal y él un prefecto de disciplina muy estricto, se enteró de los problemas que tenía con mi padre. No nos hablábamos sencillamente. El profe me dijo: “Qué, ¿usted salió de mejor familia que su taita?” No he podido olvidar esta frase. Y es verdad: los hijos vienen no con el pan debajo del brazo sino con dos o tres estratos más.



No hay comentarios: