jueves, 1 de agosto de 2024

Edna O’Brien / La monja y el jardinero

 



Edna O’Brien
LA MONJA Y EL JARDINERO


Nos sentamos en un cenador en lo alto de la colina y vimos desfilar ante nosotras a las demás en grupitos de tres o cuatro. Una pila de sillas de jardín ocupaba un rincón del cenador, y por el suelo había un montón de herramientas.

    —¿Quién usa estas cosas? —pregunté.

    —Las monjas —explicó Cynthia—. Ahora ya no hay jardinero.

    Al decir esto se le escapó una tímida risilla.

    —¿Y eso? —Había despertado mi curiosidad.

    —Porque una monja se fugó con él, el año pasado. Salía mucho para echarle una mano, plantar en los macizos y esas cosas, ¡y vaya si intimaron! Así que se largó con él.

    Aquello sí que era emocionante; la clase de historias que nos gustaba oír. Baba se inclinó hacia delante y se le iluminó la cara ante la idea de escuchar por fin algo sustancioso.

    —¿Y cómo se las apañó? —preguntó a Cynthia.

    —Saltó la tapia una noche.

    Baba se puso a tararear: «Y cuando la lu-lu-luna brille sobre la vaqueriza, te estaré esperando en la puerta de la co-cocina…».

    —¿Y se casaron? —quise saber.

    De nuevo me estremecí, ansiosa por escuchar cómo terminaba la historia; temblaba porque deseaba un final feliz.

    —No. Nos enteramos de que él la dejó al cabo de unos meses —dijo Cynthia con indiferencia.


Edna O’Brien

LAS CHICAS DEL CAMPO, cap. 9, pp. 114-115

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