William Somerset Maugham
PERDIDO EN LA SELVA
Hace algunos años salí una vez con mi cazamariposas. Tuve mucha suerte, porque encontré varias especies raras que buscaba hacía tiempo. Pero después comencé a sentir hambre y di media vuelta. Anduve un rato, y entonces comprendí que me había alejado del terreno que conocía. De pronto vi una caja de fósforos vacía. Proferí un juramento. Inmediatamente me di cuenta de lo que pasaba. La había tirado al emprender el camino de regreso. Así, pues, había estado dando vueltas, de modo que me encontraba hacía una hora exactamente en el mismo sitio. Esto no me gustó. Pero examiné los alrededores y eché a andar de nuevo. Hacía un calor terrible y estaba bañado en sudor. Sabía poco más o menos la dirección del campo, y busqué las huellas de mis pasos para ver si había seguido aquel camino. Creí encontrar dos o tres y continué esperanzado. Tenía una sed espantosa. Seguí andando, andando, abriéndome paso a través de los obstáculos y enredaderas, hasta que de pronto comprendí que me había extraviado. Era imposible que hubiese recorrido tanta distancia en línea recta sin encontrar el campamento. Le confieso que me asusté. Me di cuenta de que tenía que conservar la serenidad, y me senté para reflexionar. La sed eme torturaba. Era ya bastante más de medio día, y tres o cuatro horas después todo estaría oscuro. No me hacía gracia pasar la noche en la jungla. Lo único que se me ocurrió fue tratar de encontrar un arroyo. Su curso me llevaría, en todo caso, a otro más importante, y éste, más tarde o más temprano, al río. Pero, naturalmente, podía tardar un par de días. Lamenté haber sido tan loco, pero no me quedaba otro recurso y eché a andar. De todas formas, si encontraba un arroyo podría beber. Pero no pude hallar el menor rastro de agua ni el más pequeño regato que pudiera llevarme a un arroyo. Empecé a sentirme alarmado. Me veía vagando por la jungla hasta caer exhausto. No ignoraba que en ella había muchas fieras, y si me encontraba con un rinoceronte todo habría terminado. Lo que más me desesperaba era la seguridad que tenía de no encontrarme a más de diez millas del campamento. Hice un esfuerzo para no perder la cabeza. El sol se ponía, y en el corazón de la jungla reinaba ya la oscuridad. Si hubiera llevado una escopeta podría haberla disparado. En el campamento se habrían dado cuenta de que me había perdido y me estarían buscando. La maleza era tan densa que no veía a un metro más allá de donde me hallaba. De pronto (no sé si fueron mis nervios o no) tuve la sensación de que un animal me seguía cautelosamente. Me detuve, y él se detuvo también. Eché a andar, y él me imitó. No podía verlo ni percibía el menor movimiento en la maleza. Ni siquiera oí el ruido de una rama al romperse, ni el roce de un cuerpo entre las hojas, pero sabía cuán silenciosamente podían moverse los animales, y estaba seguro de que alguien me acechaba. Mi corazón latía tan violentamente que creía que me iba a saltar del pecho. Estaba aterrorizado. Tuve que hacer un terrible esfuerzo de voluntad para no echar a correr. No ignoraba que si lo hacía estaba perdido. Me hubiera caído al tropezar con alguna raíz antes de recorrer veinte yardas, y cuando estuviera en el suelo se lanzaría sobre mí. Además, si empezaba a correr, Dios sabe dónde hubiera ido a parar. Por otra parte, tenía que conservar mis fuerzas. Estaba a punto de echarme a llorar. ¡Y aquella sed intolerable! En mi vida había estado tan aterrorizado. Créame, si hubiese tenido un revólver me parece que me habría pegado un tiro. Aquello era tan terrible que me hubiera parecido mejor terminar cuanto antes. Me sentía tan agotado que apenas podía andar. Si acaso tuviera un enemigo que me hubiese inferido una ofensa imperdonable, no le desearía la agonía que sufrí. De pronto escuché dos tiros. Mi corazón cesó de latir. Me estaban buscando. Entonces perdí la cabeza. Eché a correr en la dirección en que había oído los disparos, gritando con todas mis fuerzas. Me caí, volví a levantarme, seguí corriendo y gritando hasta desgañitarme. Oí otro tiro más cerca y grité de nuevo, oyendo que otros gritos me contestaban. Un tropel de hombres agitaron la maleza. Al cabo de un minuto me vi rodeado de cazadores dayacos. Me abrazaron y me besaron las manos, riendo y llorando. Yo también estaba a punto de llorar. Me sentía extenuado, pero me dieron algo de beber. Estábamos sólo a tres millas del campamento. Cuando llegamos a él era de noche. ¡Dios mío! Escapé de milagro.
Somerset Maugham / Neil MacAdam
It was some years ago, I'd gone out with my butterfly net and I'd been very lucky, I'd got several rare specimens that I'd been looking for a long time. After a while I thought I was getting hungry so I turned back. I walked for some time and it struck me I'd come a good deal farther than I knew. Suddenly I caught sight of an empty match-box. I'd thrown it away when I started to come back; I'd been walking in a circle and was exactly where I was an hour before. I was not pleased. But I had a look round and set off again. It was fearfully hot and I was simply dripping with sweat. I knew more or less the direction the camp was in and I looked about for traces of my passage to see if I had come that way. I thought I found one or two and went on hopefully. I was frightfully thirsty. I walked on and on, picking my way over snags and trailing plants, and suddenly I knew I was lost. I couldn't have gone so far in the right direction without hitting the camp. I can tell you I was startled. I knew I must keep my head, so I sat down and thought the situation over. I was tortured by thirst. It was long past midday and in three or four hours it would be dark. I didn't like the idea of spending a night in the jungle at all. The only thing I could think of was to try and find a stream; if I followed its course, it would eventually bring me to a larger stream and sooner or later to the river. But of course it might take a couple of days. I cursed myself for being such a fool, but there was nothing better to do and I began walking. At all events if I found a stream I should be able to get a drink. I couldn't find a trickle of water anywhere, not the smallest brook that might lead to something like a stream. I began to be alarmed. I saw myself wandering on till at last I fell exhausted. I knew there was a lot of game in the forest and if I came upon a rhino I was done for. The maddening thing was I knew I couldn't be more than ten miles from my camp. I forced myself to keep my head. The day was waning and in the depths of the jungle it was growing dark already. If I'd brought a gun I could have fired it. In the camp they must have realised I was lost and would be looking for me. The undergrowth was so thick that I couldn't see six feet into it and presently, I don't know if it was nerves or not, I had the sensation that some animal was walking stealthily beside me. I stopped and it stopped too. I went on and it went on. I couldn't see it. I could see no movement in the undergrowth. I didn't even hear the breaking of a twig or the brushing of a body through leaves, but I knew how silently those beasts could move, and I was positive something was stalking me. My heart beat so violently against my ribs that I thought it would break. I was scared out of my wits. It was only by the exercise of all the self-control I had that I prevented myself from breaking into a run. I knew if I did that I was lost. I should be tripped up before I had gone twenty yards by a tangled root and when I was down it would spring on me. And if I started to run God knew where I should get to. And I had to husband my strength. I felt very like crying. And that intolerable thirst. I've never been so frightened in my life. Believe me, if I'd had a revolver I think I'd have blown my brains out. It was so awful I just wanted to finish with it. I was so exhausted I could hardly stagger. If I had an enemy who'd done me a deadly injury I wouldn't wish him the agony I endured then. Suddenly I heard two shots. My heart stood still. They were looking for me. Then I did lose my head. I ran in the direction of the sound, screaming at the top of my voice, I fell, I picked myself up again, I ran on, I shouted till I thought my lungs would burst, there was another shot, nearer, I shouted again, I heard answering shouts; there was a scramble of men in the undergrowth. In a minute I was surrounded by Dyak hunters. They wrung and kissed my hands. They laughed and cried. I very nearly cried too. I was down and out, but they gave me a drink. We were only three miles from the camp. It was pitch dark when we got back. By God, it was a near thing.