jueves, 11 de mayo de 2017

Triunfo Arciniegas / Diario / Ojo por ojo





Triunfo Arciniegas

Ojo por ojo

Bogotá, 11 de mayo de 2017

Sigo en la Bogotá “humana” (el adjetivo es broma, por supuesto). Hace tres días el optómetra me remitió al oftalmólogo o, más exactamente, al retinólogo. Con lentes provisionales sólo para para leer, esta mañana acudí al Centro de Mácula, que goza de prestigio latinoamericano, según me dicen, y donde a uno lo atienden como pasajero de primera clase y le cobran un ojo de la cara. Les extrañó que no llevara compañía y luego entendí por qué. La segunda parte del examen requiere las pupilas dilatadas. Una gota en cada ojo y en diez minutos el paisaje se altera y la luz lastima. 

No tengo mujer en Bogotá, lastimosamente: estoy solo, como casi siempre. Como vagabundo que se respete. No tengo un amigo tan cercano o tan desocupado como para pedirle que me acompañe a una cita médica. No tengo en la ciudad a ninguno de mis hermanos, no tengo un hijo a la mano. De modo que, a la gravedad del diagnóstico y el atropello de la luz, se sumó el peso de la soledad. En semejante estado de debilidad, cuántas cosas bonitas le hubiera dicho a la mujer que nunca fue. Que no acudió.

Creo que soy miope desde niño pero sólo pude remediarlo en la adolescencia, cuando conseguí por mis propios medios para la consulta y los lentes. Hace doce o quince años me implantaron en el ojo izquierdo un lente para ver de lejos. Bromeo diciendo que tengo un ojo de vidrio, una pata de palo y un corazón de piedra. El cuento de la pata de palo es falso, aunque en casa de herrero escritor de palo. En todo caso, me defendí bien hasta que el ojo derecho, asignado a los libros y otras delicias cercanas, perdió notablemente capacidades. Los amigos se burlan porque ya no  leo sino escaneo y mis lecturas públicas se han vuelto un desastre.

El izquierdo izquierdo ha sido la salvación y, como en una casa con marido flojo, se ha encargado de casi todo. Ahora, para empezar y sin mencionar la cirugía que se avecina, requiero de un par de procedimientos que valen dos millones de pesos. "Aproveche ahora que tiene las pupilas dilatadas", me dijo la secretaria, y no soporté la tentación de responderle que lo que no tenía dilatado en el momento era el bolsillo.

Deslumbrado, aplastado por la noticia del diagnóstico, dos páginas en un lenguaje cifrado, me sentí miserable mientras buscaba un taxi en la avenida, en esta Bogotá despiadada que nunca he querido.



No hay comentarios: