Patricia Highsmith |
Fernando Aramburu
Cierta persona que la conoció lo poco que ella se dejaba conocer me dijo: Era muuuy complicada. Las prolongadas ues me evocaron la figura de una mujer habitada por demonios interiores. Ya en su niñez, Patricia Highsmith adquirió el hábito del odio. Aborreció a su madre, a su padrastro, a la necesidad de comer, a los niños, los negros y los judíos. Acaso su mayor aborrecimiento lo suscitaba la imagen que sin compasión le devolvían los espejos, aquellos rasgos cada día menos agraciados que transparentaban miedos, obsesiones y rencores indomables, sin contar los estragos del alcohol y la vejez. Uno de sus editores la reputó de “espécimen humano horrible”. Se ha dicho de ella que prefería los caracoles a las personas. Los coleccionaba, jugaba con ellos, la fascinaba contemplarlos en sus lentos, blandos y mucosos apareamientos. Me la imagino conversando en ultratumba con su hermano Dostoievski.
El Cultural, 07/01/2011
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