El 10 de mayo de 2012 se realizó en Villavicencio, Colombia, el lanzamiento de Mujeres, libro de poemas de Triunfo Arciniegas, con las generosas y bellas palabras de Juan Manuel Roca (leídas por Henry Benjumea) ya publicadas en este blog y el texto de Jaime Fernández que se presenta a continuación.
Jaime
Fernández Molano
EL OTRO
TRIUNFO
QUE ES
EL MISMO PERO DE OTRA FORMA
No sé si alguien se pueda atrever a leer
un texto de crítica poética si tiene que hacerlo con Juan Manuel Roca al lado
–o en este caso con su voz desde su otra voz–. Al menos yo no seré. Por eso sé
que sobre la poesía de Triunfo se leerá aquí y enseguida una pieza de esas a
las que nos tiene acostumbrados el mejor: Juan Manuel Roca.
Yo, entre tanto, me limitaré a decir que
conozco a Triunfo, el hijo Isaías, herrero de profesión y de la paciente María
Herminia Cáceres, desde cuando lanzaba esos dardos venenosos que él llamaba
textos breves, allá en las lejanas montañas erizadas y felices de su segunda
juventud: Pamplona.
Lo recuerdo desde la memoria de Evelio
Rosero –ese otro amigo eterno–, cuando arribaba asustado a Bogotá con libros y
bocadillos debajo del brazo, que traía a sus escasos amigos, en la búsqueda de
destinos imposibles para un provinciano como él, pero que alcanzó –en contra de
todos los pronósticos– más rápido de lo esperado. Claro, con la terquedad,
osadía, disciplina y perseverancia de quien tuvo que responder, con seriedad y
fundamento, a su nombre de pila.
Lo conocí a través de sus primeras
publicaciones de principiante prometedor: El
Cadáver del sol y En concierto;
en la época en que Germán Arciniegas, Isaías Peña y otros tantos escritores
nacionales empezaron a contarnos que allá entre las montañas del norte existía
un joven de enorme talento que se había propuesto devorar relámpagos, beber
mucha coca–cola, escuchar todo Pink Floyd y amar a Marilyn Monroe sin
restricciones, encerrado escribiendo en su casa de Pamplona: una isla rodeada
de frío por todas partes.
Luego llegaron La silla que perdió una pata y otras historias, El león que escribía cartas de amor, La lagartija y el sol, y Las batallas de Rosalino, libros con los
que encontró su primer salto certero hacia la inmortalidad como escritor, no
solo de textos infantiles.
Decenas de premios nacionales e
internacionales, sinnúmero de reconocimientos, publicaciones a montón (hoy
presentamos su libro número 53), y profusas ediciones aquí en Colombia, en
México y en otros países; traducciones, inclusión en múltiples antologías de
América y Europa, en fin, ese ya es el Triunfo del que todos hablan y que todos
conocemos.
Pequeños instantes: las primeras
veces
Pero no todos conocen el otro lado de
este escritor. Lo que llamaré las primeras veces de Triunfo.
Sigue lejano (al tiempo y a la luz
pública) el día en que el niño Triunfo, con el corazón roto por primera vez,
comenzara a escribir sus primeras líneas sin presentir el futuro que este
oficio le traería: las cartas de amor a su abuela Emperatriz, que por
circunstancias familiares de fuerza mayor había tenido que abandonar en Málaga,
para partir al lado de sus padres rumbo a Pamplona.
O su primer libro, que cargaba como
acompañante de viaje en sus años de adolescencia: un libro de oraciones que le
regaló Candelaria, su otra abuela, cuando aún no sabía leer y mucho menos
escribir. Y que un día decidió guardar en el baúl de sus tesoros escondidos.
O saber que llegó a la literatura
infantil gracias a ese nombramiento con destino a la escuela perdida de la vereda Chíchira, en Pamplona, Norte de
Santander, donde se desempeñó como maestro rural, y fundó el grupo de teatro de
niñas La manzana Azul y tantos talleres literarios como veredas recorrió por
esas rocosas montañas del norte de la cordillera oriental.
Y en la colección de primeras veces está
su profesor Gabriel Suárez, de la Escuela Normal, quien fue el encargado de
presentarle a los señores Hemingway, Kafka, Moravia, Neruda, Camus, Flaubert, y
con ellos el vicio más grande que ha tenido: el de la lectura –que no tiene
antecedentes en su familia, de abuelos analfabetas y padres que no llegaron a
terminar la educación básica–. Como él mismo lo reconoce: en casa de herrero,
escritor de palo.
O la primera vez que pudo calzar zapatos
propios, pues la pobreza extrema y la niñez desgraciada fueron los principales
acompañantes de su primera infancia.
Y cómo, gracias a los trucos del padre
Marino Troncoso (q.e.p.d.) –uno de los mejores amigos de su vida y por quien
aún los ojos le llueven desde el fondo del alma en sus recuerdos–, pudo
ingresar, con una beca inventada por éste, a la Pontificia Universidad
Javeriana, para realizar sus estudios de maestría en Literatura.
Recuerda Triunfo que con esa cara de
pobre que le acompaña, era el único estudiante al que los celadores siempre
requisaban.
En fin, son muchas vidas en esta vida del
Triunfo que pocos conocen y que llevarían muchas páginas y muchos minutos más,
pero que por hoy dejamos aquí. No sin antes recordar otras de sus profesiones a
las que le ha dedicado buena parte de su tiempo: la fotografía y la
ilustración. Ha ilustrado varios libros de su autoría y ha realizado muchas más
por hobby; pero a la fotografía si se ha dedicado muy en serio. Ha realizado
varias exposiciones, le han encargado diversos trabajos fotográficos para
publicaciones y editoriales. Y vive haciendo fotografía. Sus blogs están llenos
de muestras de todo el mundo, porque esos sí, además, es un trotamundos
empedernido, ayer en Caracas, mañana y pasado en México, luego por todo
Suramérica, ahora en Nueva York y la otra semana para Perú.
Porque ahora recorre más países que
mujeres, y tal vez por eso ha querido conquistar, de una vez y para siempre, a
estas dos mil que hoy lanza al vacío de su público: hechas de papel y de carne
y de hueso y de piernas solapadas y de lomos grises que atrapan sus nostalgias.
Ese es el Triunfo que conozco desde siempre
y desde antes, desde mucho antes del primer abrazo.
Y desde entonces, he percibido que lo más
importante de este escritor no es su medio centenar de publicaciones ni sus
éxitos hechos a pulso y contra la corriente de tantas figuritas de pasarela
literaria, ni su mismo talento de escritor: su encanto radica en esa alma de
niño feliz, ávido e hiperkinético que le acompaña y que pretende ocultar bajo
la piel de lobo para blindarse de la gente, que solo entreabre para una que
otra mujer, unos muy, pero muy pocos amigos y –eso sí– para todos los niños del
mundo (que son sus verdaderos colegas).
Ese es el Triunfo que conozco. De su
poesía, de su primer libro de poesía, no me atrevo a hablar. Tuve solo dos
atrevimientos con este texto: leerlo y disfrutarlo al extremo, y editarlo con
plena convicción y mucho, mucho amor.
Gracias.
Bogotá, 1 de mayo de 2012
Villavicencio, 10 de mayo
de 2012
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