Ilustración de Luis Royo |
Triunfo Arciniegas
LA PRINCESITA PREÑADA
Ya principió el alboroto de las campanas, ya parió la princesita, la misma que se había perdido. Nadie daba razón de su paradero, hasta que de la nada apareció el príncipe, habló con el rey largo rato y se fue a buscarla en su brioso corcel de espuma. La encontró en la cueva del dragón y se la trajo, gordita y rosadita, porque el dragón le daba de comer, le daba vitaminas, la abrigaba entre las piernas. Venía encantada, jubilosa, entre las nubes, como si no se percatara de las flores que arrojábamos a su paso, de los gritos de bienvenida, de la envidia de las muchachas. El príncipe reventaba de orgullo, imagínense la hazaña, y él solito, con su espada y nada más. Pero no se casó: la princesita estaba preñada. El rey se enojó, se emputó en serio, tan viejo, con taquicardia y todo, y el príncipe desapareció del palacio antes de perder la cabeza. Se le vio en el bar de Osiris, sumergido en el vaso de cerveza y en bocas de alquiler. Se largó para siempre una noche sin luna, en el brioso corcel de la estrella negra en la frente. Ya no tan esbelto, tan radiante, tan invencible. Yo misma lo vi, señores, borracho y vomitado, frente a la catedral en ruinas y bajo una corona de polillas, con la princesita en los ojos. Lamentaba la suerte del dragón, viejo y enamorado, que apenas opuso resistencia y recibió la muerte como otra herida de amor mientras imaginaba el rostro del heredero. Yo misma oí el rumor de los cascos de plata que se alejaban para siempre. Y en cuanto a la princesa, era cierto: bien preñada estaba. La vimos en los jardines reales, retozando, cantando y arrojando piedrecitas al espejo del estanque de los cisnes. Estaba, porque ya parió, un dragoncito, señores, el heredero del reino, un dragoncito.
Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro
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