domingo, 13 de marzo de 2022

Triunfo Arciniegas / Diario / Un pecado de la adolescencia

Colibrí
Ilustración de Triunfo Arciniegas


Triunfo Arciniegas
UN PECADO DE LA ADOLESCENCIA
13 de marzo de 2022

Ayer, a propósito de una pregunta de Alberto Salcedo Ramos sobre el emprendimiento, me acordé de un pecado de mi adolescencia: hacía los trabajos de la clase. Me encargaba de los análisis literarios y cobraba según la nota que el cliente necesitaba. Cuatro pesos por un trabajo de cuatro, cuatro pesos con cincuenta centavos por un trabajo de cuatro con cinco, por ejemplo. También hacía trabajos de tres o cinco pesos.

Lo juro: era tan preciso en el oficio que podía garantizar la nota, y nunca tuve que devolver dinero.

Siempre pensé que el profesor Elio Buitrago jamás supo que en ocasiones la mitad de los trabajos eran míos, aunque ahora sospecho que entendió que Arciniegas sólo se ganaba la vida. 

Por ese entonces El Tiempo publicó un cuento mío y el profesor Elio dijo que, como reconocimiento, mi nota del bimestre era cinco, y que la oferta seguía en pie para todo el que publicara un cuento en el mismo periódico, el más prestigioso del país del desangrado Corazón de Jesús. La clase entera se miró con un aire de desconsuelo que todavía recuerdo.

También vendí cuentos, pero el negocio no funcionó bien. El pedido era escaso. A mi casa solían venir por el análisis de La mala hora, jamás por la novela de García Márquez, y menos por un original mío. Un milagroso domingo en la tarde una muchacha vino a mi casa porque necesitaba un cuento para una tarea y le enseñé uno. Quería mostrarlo en su casa y estuve de acuerdo. Pendejo siempre he sido. Volvió dos o tres horas después, cuando ya lo había copiado seguramente, y dijo que a su mamá no le había gustado. Me devolvió el original y no me pagó un peso. 

Nunca había confesado este pecado de escritor fantasma. Verónica y Alejandra se reían, sorprendidas e incrédulas, mientras almorzábamos en el vecindario. Alejandra dijo que el profe sin duda reconoció mi estilo, aunque me las ingeniara para disfrazarme. Y ahora pienso que sí, que el profe Elio Buitrago, hijo de una lavandera, como nos contaba con orgullo una y otra vez, se hizo el que no veía el pecado del hijo del herrero.


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