Emma Reyes
JESÚS
Otro día nos contó la historia de un niño que se llamaba Jesús, la mamá de ese niño también se llamaba María, eran muy pobres y habían viajado en burro, como nosotras cuando fuimos a Guateque. Pero ese niño Jesús tenía tres papás, uno que vivía con su mamá, que se llamaba José y que era carpintero; el otro papá era viejo con barbas y vivía en el cielo entre las nubes y ese papá sí era muy rico. La monja nos dijo que él era el dueño de todo el mundo, de todos los pajaritos, de todos los árboles, de todos los ríos, de todas las flores, de las montañas, de las estrellas, todo era de él. El tercer papá se llamaba Espíritu Santo y no era un hombre sino una paloma que volaba todo el tiempo. Pero como la mamá vivía solo con el papá pobre, no tenían ni casa en qué vivir y cuando nació el niño Jesús tuvo que ir a nacer a la casa de un burro y de una vaca. Pero el papá viejo, rico, que vivía en el cielo, mandó una estrella donde unos amigos de él, que también eran muy ricos y que se llamaban Reyes como nosotras, esos señores vinieron a visitar al niño Jesús a la casa de la vaca y el burro y le trajeron tantos regalos y oro y joyas y entonces ya no fue más pobre sino rico. Yo le pedí que nos llevara a donde estaba ese niño; dijo que el Niño ya no estaba en la tierra, que se había ido a vivir con su papá rico que estaba entre las nubes, pero que si éramos buenas y obedientes lo veríamos en el cielo.
Nosotras pasábamos horas mirando al cielo para ver si lo veíamos. Helena me dijo un día que si pudiéramos subirnos a un árbol de los más grandes ella estaba segura que lo íbamos a ver, que no lo veíamos porque éramos muy chiquitas. Esperamos que la vieja portera se durmiera después del almuerzo y nos subimos al árbol. Cuando las monjas vinieron, estábamos agarradas a las últimas ramas y era tan alto que no oíamos lo que nos decían y no podíamos más bajar. Las monjas corrían en todas direcciones y nos hacían señas de esperar; trajeron unas escaleras que las amarraron juntas, llamaron a un hombre que estaba vestido de militar, que subió y nos bajó. La vieja que llamaban madre superiora nos pegó por la cabeza y las piernas, pero cuando le dijimos que habíamos subido al árbol para ver si veíamos al niño Jesús en el cielo todas se pusieron a reír y se lanzaron sobre nosotras y nos llenaron de besos la cara, la cabeza, las manos. La vieja portera lloraba y decía:
—Son dos angelitos, dos angelitos...Emma Reyes
Memoria por correspondencia
Bogotá, Laguna Libros, 2012, pp. 99-100
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