Emma Reyes
CALZONES
Nosotras veníamos de un mundo tan lejano al del convento, que nuestra adaptación fue muy lenta y difícil. Obedecíamos, escuchábamos, pero comprendíamos muy poco de todo lo que pasaba alrededor nuestro. Esa falta de adaptación y comprensión nos impedía comunicar con las compañeras, que nos inspiraban más miedo que amor. Nosotras teníamos todo que aprender y ellas aprovechaban nuestra ignorancia para ser crueles con nosotras. Nadie nos decía por nuestro nombre, todas se dirigían a nosotras llamándonos las «Nuevas». «Que las Nuevas laven los platos, que las Nuevas rompieron, que las Nuevas robaron»... Eso sin contar las que al pasar junto a nosotras nos pisaban los pies, nos pellizcaban, nos tiraban del pelo o simplemente nos sacaban la lengua. Hacía ya muchos días que habíamos llegado y un día, a la hora del recreo, sor Teresa mandó a Helena a barrer la panadería y a ayudar a recoger un saco de harina que se había roto. Yo estaba sola, muy cerca, parada contra el muro esperándola. Había un grupo en el que, todas cogidas de la mano, jugaban a la rueda. Yo no sé cómo me encontré de pronto en medio de la rueda que empezó a cerrarse, cerrarse contra mí, al tiempo que todas me gritaban:
—¡China cochina, cagada, cagada, cochina!...
La rueda se cerró y me tiraron al suelo y me quitaron mi único pedazo de calzón que poseía. Claro que estaba sucio, era todavía el calzón que me había puesto la señora María cuando salimos de Fusagasugá. Una muy gorda y bizca, como yo, ensartó mi calzón en un palo de escoba y, marchando adelante con la escoba en alto, hicieron una larga fila que desfiló por todos los patios mientras gritaban en coro:
—Los calzones cagados de la Nueva chiquita, los calzones cagados de la Nueva chiqui...
Helena alcanzó a sentir la última frase y salió como una loca, corriendo y llamándome, yo estaba escondida en uno de los inodoros temblando del miedo. Por suerte sonó la campana y terminó el recreo. Sor Teresa preguntó qué era ese trapo en la escoba y en coro le contestaron:
—Los calzones cagados de la Nueva.
Sor Teresa se puso furiosa porque era falta de modestia dejar una niña sin calzones. El mismo día le ordenaron a sor María que me hiciera dos pares de calzones.Emma Reyes
Memoria por correspondencia
Bogotá, Laguna Libros, 2012, pp. 117-119
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