martes, 2 de abril de 2019

Casa de citas / Emma Reyes / Carmelita

Fat woman on a swing
Nelson Romero


Emma Reyes
CARMELITA


Una sola persona vivía en ese patio, era la señorita Carmelita. La superiora nos llevó donde ella, le contó toda nuestra historia, cómo nos habían abandonado y de nuevo discutió con ella la profunda preocupación que tenía de no saber si estábamos o no en pecado. 

—Usted sabe bien que aquí lo único que exigimos es que toda niña que tomamos debe presentar su fe de bautismo y de estas niñas no saben nada, absolutamente nada. Tenemos que pedir a Dios que nos ilumine y nos ayude a encontrar una solución, una luz, un indicio. 

Entre tanto la señorita Carmelita nos miraba de arriba abajo, a través de los gruesos vestidos nos tocaba los brazos, las espaldas, la cintura.

—Pobres, están muy flacas... Se ve que las han alimentado mal, la grande es muy bonita, la chiquita, ¿usted ha visto?, tiene los ojos torcidos. ¿Y qué vamos a hacer con ellas? Son demasiado chiquitas, no han de poder trabajar... 

—Ese es otro problema, Carmelita. ¿En qué las vamos a ocupar si son todavía tan chiquitas...? Tal vez podríamos empezar por meterlas a la cocina para que ayuden a la limpieza y a cargar el agua, además en la cocina las pueden cuidar. 

Mientras ellas discutían, Helena y yo no quitábamos los ojos de la señorita Carmelita, nunca habíamos visto una persona tan gorda, piensa en la persona más gorda que hayas visto y dóblala por cuatro más. 

La superiora nos dejó con ella y desapareció por una puerta del fondo. Nos preguntó si sabíamos cantar; con gran dificultad se levantó de la silla, entre ella y la silla se formó una especie de ventosa de aire que hizo por tres veces pluc, pluc, pluc, nosotras nos toteamos de la risa, ella también se sonrió. 

La señorita Carmelita no era monja, se había inventado un hábito negro con cofia y velo también negros y parecía una monja, pero de otra comunidad, el día lo pasaba sentada en una enorme silla de cuero y era tan gorda que no podía entrar a la capilla y tenía que oír la misa desde afuera de la puerta; el cura salía a la hora de la comunión y le llevaba la hostia donde ella estaba. 

Todas las niñas conocían su historia y ella formaba una parte muy importante en nuestra vida; poco a poco te explicaré cómo y por qué. Por ahora te voy a contar su historia: la señorita Carmelita (nadie conocía su apellido) pertenecía a una de las familias más ricas y más distinguidas de Medellín. A los quince años tuvo un novio muy bello y muy rico que la pidió en matrimonio y dio tres años de plazo. Pero puso una condición: que solo se casaría si Carmelita engordaba, parece que era tan flaca que la llamaban alambre. 

Los padres la hicieron ver de los mejores médicos de Medellín y Carmelita no engordaba, viajaron con ella a Bogotá, nuevos médicos, nuevos tratamientos y Carmelita no engordaba. Les informaron que en Panamá había un famosísimo médico alemán y se embarcaron con Carmelita y llegaron a Panamá y la vio el médico y prometió que en tres meses la haría engordar, pero, como lo que tenía era mal de ojo, Carmelita no engordó. De Panamá a Cali, de Cali a Quito, ya faltaban seis meses para vencerse el plazo de los tres años y Carmelita seguía siendo alambre. Desesperados regresaron a Medellín y le ofrecieron una promesa a la Virgen de Chiquinquirá si hacía el milagro de engordarla. Tanto ella como la familia estaban en el colmo de la desesperación. Carmelita estaba cada día más enamorada de su novio y el novio cada día más firme en su decisión, Carmelita engorda o yo no me caso con ella. Exactamente el domingo de ramos, saliendo de la misa se encontraron con Paquita, una vieja amiga de la familia. Paquita les informó que a Pácora había llegado un mago que curaba todo, todo, todo... La esperanza iluminó los ojos de toda la familia, a la mañana siguiente salieron de viaje para Pácora. El mago la miró larga y profundamente a los ojos, le hizo sacar la lengua, le dio tres golpecitos en la espalda y después de largos segundos de silencio declaró que Carmelita tenía dos enfermedades: lombrices y mal de ojo. Para el mal de ojo le dio varias hierbas acompañadas de varias oraciones y para las lombrices dos grandes botellas de un líquido marrón violáceo. 

—Usted va a ver, mi señora, que su niña será gorda en solo treinta días, al momento de la luna llena los malos espíritus le abandonarán. En cuanto a las lombrices, en una semana comenzará a ensuciarlas, examinen las deposiciones de la niña y se convencerán de mis palabras. 

Nadie supo si los espíritus malignos habían salido del cuerpo de Carmelita, en cuanto a las lombrices, salían por docenas y Carmelita engordaba y engordaba a una velocidad tal que, cuando vino el novio a visitarla, no la conoció más y, como seguía engordando, él dijo que ya no la quería porque se la habían cambiado por otra. Cuando la familia volvió donde el mago para saber por qué la niña seguía engordando, el mago tuvo que confesar que se había equivocado de botellas; que le había dado las botellas que eran para hacer engordar las vacas flacas. Y así fue como Carmelita abandonó el mundo y se encerró en el convento. Como seguía enamorada de su novio, no podía ser monja, pero regaló toda su fortuna al convento para que la dejaran vivir allí. 

Cuando llegamos al convento, la señorita Carmelita ya estaba muy vieja y cuando en el convento la veían adelgazar, todas las niñas y monjas pasaban el día rezando por ella para que volviera a engordar. Según contaban, desde hacía algunos años había tenido una enfermedad muy grave que se llamaba cinturón, que se manifestaba por una mancha negra alrededor de la cintura y cuando esa mancha se unía, es decir, cuando las dos puntas se encontraban, uno se moría. Por esa razón, la señorita Carmelita pasaba el día comiendo; en la cocina había en permanencia una niña que se ocupaba todo el día exclusivamente de preparar sopas, chocolate, pasteles, compotas, más o menos cada hora había que llevarle algo de comer, para evitar que las dos puntas se encontraran. 
Emma Reyes
Memoria por correspondencia
Bogotá, Laguna Libros, 2012, pp. 106-110


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