Juan Rulfo
CHONA
—... Mañana, en amaneciendo, te irás conmigo, Chona. Ya tengo aparejadas las bestias.
—¿ Y si mi padre se muere de rabia? Con lo viejo que está... Nunca me perdonaría que por mi causa le pasara algo. Soy la única gente que tiene para hacerle hacer sus necesidades. Y no hay nadie más. ¿Qué prisa corres para robarme? Aguántate un poquito. Él no tardará en morirse.
—Lo mismo me dijiste hace un año. Y hasta me echaste en cara mi falta de arriesgue, ya que tú estabas, según eso, harta de todo. He aprontado las mulas y están listas. ¿Te vas conmigo?
—Déjamelo pensar
—¡Chona! No sabes cuánto me gustas. Yo no puedo aguantar las ganas, Chona. Así que te vas conmigo o te vas conmigo.
—Déjamelo pensar. Entiende. Tenemos que esperar a que él muera. Le falta poquito. Entonces me iré contigo y no necesitarás robarme.
—Eso me dijiste también hace un año.
—¿Y qué?
—Pues que he tenido que alquilar las mulas. Ya las tengo. Nomás te están esperando. ¡Deja que él se las avenga solo! Tú estás bonita. Eres joven. No faltará cualquier vieja que venga a cuidarlo. Aquí sobran almas caritativas.
—No puedo.
—Que sí puedes.
—No puedo. Me da pena, ¿sabes? Por algo es mi padre.
—Entonces ni hablar. Iré a ver a la Juliana, que se desvive por mí.
—Está bien. Yo no te digo nada.
—¿No me quieres ver mañana?
—No. No quiero verte más.
Juan Rulfo, Pedro Páramo
Bogotá, FCE, 1980, segunda edición colombiana, pp. 29-30, 34-35
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