martes, 15 de octubre de 2024

Triunfo Arciniegas / La vegetariana

 


Triunfo Arciniegas

Primera lectura de La vegetariana

14 de octubre de 2024

Leí asombrado “La vegetariana”, de Han Kang. Una pieza de relojería. Breve, precisa, impecable. No sobra nada. Frases cuidadosas, párrafos perfectos, imágenes deslumbrantes. 

Los personajes viven entre el sueño y la vigilia. Para la escritora surcoreana Han Kang (Gwangju, 1970) lo uno es tan importante como lo otro. Y para Yeonghye, la protagonista, que duerme poco y apenas come, los sueños son un tormento y la realidad algo peor. Solo queda escapar del encierro por las puertas del suicidio, el hambre y la locura.

He pensado todo el tiempo en Kafka. “La vegetariana” no es otra cosa que el despiadado relato de una metamorfosis, aunque la protagonista no se transforma en un insecto. Se diría que aspira a convertirse en planta. Al final, Yeonghye asegura que sólo necesita agua y sol. Nada más. “Todos los árboles del mundo me parecen hermanos”, le dice a su hermana Kim en el sanatorio.

Según cuenta en una entrevista, muchos años antes de “La vegetariana”, Han Kang  escribió un cuento llamado “El fruto de mi mujer”, donde una mujer se convierte realmente en árbol:

A diferencia del cuento, en ‘La vegetariana’ no se produce ningún hecho sobrenatural, sino que es su imaginación lo que lleva a Yeonghye al extremo de creerse una planta. No utilizo la fantasía o lo sobrenatural en todas mis novelas. Sin embargo, lo hago cuando la verdad que se expresa en la obra me lo exige. A veces siento que no soy yo la que decido, sino que es la novela o el cuento que estoy escribiendo lo que me exige determinadas cosas.

Una novela deslumbrante, con una estructura controlada y eficaz. En la primera parte, “La vegetariana”, seguimos a la mujer desde el punto de vista del marido: ha decidido dejar de comer carne y su mundo entra en crisis. En la segunda parte, “La mancha mongólica”, la narración se traslada al cuñado, artista del video, que pinta y filma a su antojo a una Yeonghye solitaria y frágil. Y en la tercera parte, “Los árboles en llamas”, es la hermana de la protagonista y esposa del artista quien lleva el hilo de la narración. Tres partes perfectamente definidas, que encajan en un engranaje impecable. Aunque Yeonghye renunció a las relaciones íntimas en su matrimonio, una deliciosa sensualidad recorre las páginas de la primera parte y explota en la segunda, donde el marido pierde toda su importancia tanto en la narración como en la vida de Yeonghye. Otro hombre sale de escena en la tercera, el artista, el marido de la hermana de Yeonghye, Kim Inhye. Lo mismo sucede con los padres de ambas. Kim visita el sanatorio una vez al mes y luego todos los viernes para presenciar con total impotencia el deterioro de su hermana. Solo vemos a la protagonista a través de los ojos de los otros.

En la entrevista mencionada, que hace parte de la elegante edición de Rata, Han Kang es muy precisa al respecto: “Desde el principio quise que Yeonghye no tuviera voz y que fueran las personas que la rodean las que hablaran en su lugar. La única parte de la novela en que Yeonghye habla en primera persona es cuando relata sus pesadillas. En el resto de la novela es objeto de observación, existe como blanco de la incomprensión y el odio, de la lástima y la compasión, y de una extraña afinidad. Únicamente la imaginación del lector puede acercarse a ella y llegar a conocerla de un modo íntimo. La determinación de Yeonghye de rechazar la violencia y la condición humana es tan radical y atípica que pensé que esa era la única forma de relatar su historia”.

***

Los monólogos (las pesadillas) de la protagonista, brevísimos y certeros, estremecen hasta los huesos. En uno habla de la muerte del perro que la mordió cuando tenía nueve años. Así cierra la anécdota el quinto párrafo: “Aquella noche hubo un banquete en casa. Vinieron todos los hombres del mercado a los que papá conocía. Como todos decían que debía comer la carne del perro que me había mordido para que se me curara la herida, yo también comí un bocado. En realidad, me comí un cuenco entero del guiso mezclado con arroz. Me llenó la nariz el olor a perro que las semillas de perilla no lograban tapar. Recuerdo sus ojos reflejándose en la sopa, los ojos con los que me miraba cuando vomitaba sangre con espuma. No me importó. De verdad, no me importó en absoluto.”

Otro monólogo trata de los gritos, los gritos que desgarran la carne y sobre todo el alma:

No sé por qué llora esa mujer. No sé por qué me mira tan fijamente como si quisiera comerme la cara. No sé por qué acaricia con manos temblorosas la venda de mi muñeca.

Mi muñeca está bien. No me duele. Lo que me duele es el pecho. Tengo algo atascado en la boca del estómago. No sé qué es. Siempre está ahí. Ahora siento esa pesada masa a todas horas aunque no lleve el sujetador. Por más que respiro profundamente, no se me aligera el pecho.

Son gritos, alaridos apretujados, que se han atascado allí. Es por la carne. He comido demasiada carne. Todas esas vidas se han encallado en ese sitio. No me cabe la menor duda. La sangre y la carne fueron digeridas y diseminadas por todos los rincones del cuerpo y los residuos fueron excretados, pero las vidas se obstinan en obstruirme el plexo solar.

Por una vez, una sola vez, quisiera gritar con todas mis fuerzas. Quisiera salir corriendo por la oscura ventana. ¿Entonces podré desembarazarme de esa masa que me obstruye el pecho? ¿Será eso posible?

Nadie puede ayudarme.

Nadie puede salvarme.

Nadie puede hacerme respirar.

***

La trama convence, pero el lenguaje hechiza. La manera de contar, es decir, la sabia manera de tejer los hilos, los deslumbrantes remates de la primera y la segunda parte, la precisión y delicadeza de semejante arquitectura hacen memorable el texto. 

La novela, publicada con más pena que gloria en Corea en 2007, fue traducida en 2012 al español por Sunme Yoon para la editorial independiente argentina Bajo la luna, y en 2016, traducida al inglés por Deborah Smith, obtuvo el prestigioso Booker Internacional, imponiéndose a Elena Ferrante y Orhan Pamuk. Dos años después Han Kang fue finalista con “Blanco”. Y el reto es historia. Así que quienes dicen que se trata de una desconocida sólo hacen parte de la inmensa mayoría de ignorantes. 

Han Kang ha sido traducida a más de treinta idiomas y el Booker no era su único premio antes del Nobel. Alguien señaló que en cincuenta años nadie la recordaría. ¿Cómo demonios podemos saberlo? Ni siquiera estaremos vivos. Pero, sin duda, de la frase y su dueño nadie se acordará. 

Otro, más imbécil todavía, consideró que el Nobel es una broma. ¿A quién no le gustaría una broma de este calibre? El Nobel no garantiza la inmortalidad, por supuesto. Tampoco lo hace un millón de dólares. Nada garantiza la inmortalidad.

Pero, de todas maneras, es bueno precisar que este año la Academia no se equivocó.

Han Kang, grandiosa.


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