Homero |
UNA ODISEA
Herencias
'Una Odisea', de Daniel Mendelsohn, interesará tanto a los que ya sepan qué significa la palabra griega 'nostos' como a los que piensen que Homero es uno de los Simpson
26 FEB 2019 - 18:09 COT
Homero |
Definida por la crítica como uno de los trabajos más singulares del escritor americano, Body Art no deja indiferente a nadie por su naturaleza paradójica.
Lo inclasificable es una de las características de su narrativa y quizá sea en Body Art donde Don DeLillo nos enfrenta a ese duelo de la muerte a través de la construcción de continuas paradojas.
La muerte de un artista confina a su pareja a una serie de experiencias anómalas que comparte con el lector, sin saber exactamente si son resultado de alucinaciones patológicas o de la existencia de un mundo paralelo que se comunica con la realidad a través de voces, grabaciones y luces.
La constante intriga de un mundo personal que se desmorona para dar paso a otro completamente idealizado nos conduce a esa ambigua percepción de las acciones y los objetos, donde desconocemos el grado de engaño y de fraude de nuestros sentidos.
Lo mejor del relato es esa simbiosis entre arte, visión y la melancolía que provoca el duelo, recreando una y otra vez figuras, sensaciones, estímulos y recuerdos que la protagonista no dudará en llevar a su próxima exposición artística. Por lo tanto, parece que lo que se relata forma parte de ese entrenamiento personal, al que se está sometiendo Lauren Hartke con tal de ejecutar una performance, donde la experiencia traumática de la ausencia se manifiesta como un hecho auténtico, lejos del fingimiento o la interpretación.
Nuevamente, las obsesiones del escritor americano vuelven a surgir de su imaginario como síntomas casi depresivos de una sociedad, la nuestra, que vive bajo la sedación de las imágenes virtuales, bajo el lastre de una pérdida prolongada de la realidad como fisicidad, un síntoma decadente de los logros neoliberales.
Body Art reivindica la necesidad vital de relacionarnos, pero que la tecnología nos niega por medio de los entornos virtuales y de unas normas que han hecho saltar por los aires cualquier estabilidad emocional en la convivencia, ya sea en pareja o dentro de un grupo.
El uso frecuente de la elipsis así como la expresión de recovecos sutiles en una prosa detallista, como nunca se ha visto en obras anteriores, nos aporta una imagen de Don DeLillo mucho más lírica, menos rotunda, pues la introspección y la limitación de espacios nos conduce a un relato más íntimo y menos coral que en Fin de Campo o El hombre del salto.
Mujer en el trigal Sebastian Denia |
Una vez me convidaron a una trilla de yeguas. Era un sitio alto, por las montañas, y quedaba bastante lejos del pueblo. Me gustó la aventura de irme solo, adivinando los caminos en aquellas serranías. Pensé que, si me perdía, alguien me daría auxilio. Con mi cabalgadura nos distanciamos de Bajo Imperial y pasamos estrechamente la barra del río. El Pacífico allí se desencadena y ataca con intermitencia las rocas y los matorrales del cerro Maule, última colina, muy alta ella. Luego me desvié por las márgenes del lago Budi. El oleaje asaltaba con tremendos golpes los pedestales del cerro. Había que aprovechar aquellos minutos en que una ola se desbarataba y se recogía para recobrar su fuerza. Entonces atravesábamos apresuradamente el trecho entre el cerro y el agua, antes de que una nueva ola nos aplastara a mí y a mi cabalgadura contra el áspero cerro.
Así como se desataban el frío, la lluvia y el barro de las calles, es decir, el cínico y desmantelado invierno del sur de América, el verano también llegaba a esas regiones, amarillo y abrasador. Estábamos rodeados de montañas vírgenes, pero yo quería conocer el mar. Por suerte mi voluntarioso padre consiguió una casa prestada de uno de sus numerosos compadres ferroviarios. Mi padre, el conductor, en plenas tinieblas, a las cuatro de la noche (nunca he sabido por qué se dice las cuatro de la mañana) despertaba a toda la casa con su pito de conductor. Desde ese minuto no había paz, ni tampoco había luz, y entre velas cuyas llamitas se doblegaban por causa de las rachas que se colaban por todas partes, mi madre, mis hermanos Laura y Rodolfo y la cocinera corrían de un lado a otro enrollando grandes colchones que se transformaban en pelotas inmensas envueltas en telas de yute que eran apresuradamente corridas por las mujeres. Había que embarcar las camas en el tren. Estaban calientes todavía los colchones cuando partían a la estación cercana. Enclenque y febe por naturaleza, sobresaltado en mitad del sueño, yo sentía náuseas y escalofríos. Mientras tanto los trajines seguían, sin terminar nunca, en la casa. No había cosa que no se llevaran para ese mes de vacaciones de pobres. Hasta los secadores de mimbre, que se ponían sobre los braseros encendidos para secar las sábanas y la ropa perpetuamente humedecida por el clima, eran etiquetados y metidos en la carreta que esperaba los bultos.
Otto Mueller Mother and Child under Rain |
Comenzaré por decir, sobre los días y años de mi infancia, que mi único personaje inolvidable fue la lluvia. La gran lluvia austral que cae como una catarata del Polo, desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la frontera. En esta frontera, o Far West de mi patria, nací a la vida, a la tierra, a la poesía y a la lluvia.
Por mucho que he caminado me parece que se ha perdido ese arte de llover que se ejercía como un poder terrible y sutil en mi Araucanía natal. Llovía meses enteros, años enteros. La lluvia caía en hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en los techos, o llegaban en olas transparentes contra las ventanas, y cada casa era una nave que difícilmente llegaba a puerto en aquel océano de invierno.
Mary Karr |
Cuando les dije a mi hermana y a mi madre: “Me violaron dos veces, primero el vecino, luego tu segundo marido”. Ella dijo: “Qué hijos de puta”. Y mi hermana: “Vamos a pedir comida mexicana”. Eso fue todo.
Mary Karr |
Empecé a escribir poemas a los cinco años, lo cual es inexplicable. Nunca había conocido a ningún poeta. Si alguien me hubiera dicho: ‘Mary, ven, en el cuarto de al lado hay un poeta’, es como si me hubieran dicho que me iban a enseñar un unicornio o un caballero andante. La anécdota más extraña es algo que me ocurrió cuando tenía 12 o 13 años. La maestra, molesta con mi insistencia en decir que quería ser poeta, me mandó al despacho del director del colegio, que me dijo: ‘Como persistas en la idea de dedicarte a la poesía, acabarás siendo prostituta’. ¿Se imagina decirle algo así a una niña? Claro que fue en Texas.
Triunfo Arciniegas
LOS ENAMORADOS
14 de febrero de 2021
Fui a comprar ollas al mercado de la Sexta. Qué manera de celebrar el día de los enamorados. Y casi que ni eso. Un agudo dolor me hizo sudar desde las cuatro de la mañana, cuando subía las entradas de los blogs. Suspendí el trabajo. No pude más. Tomé Metocarbamol mientras amanecía. Me tendí en el piso y Cata vino a mi lado. El dolor volvió. Tomé otra dosis y más tarde llamé a René. Me llevó a la farmacia y me aplicaron una inyección. El farmaceuta, un señor muy amable, me formuló Tiamina y complejo B. Ni siquiera tuve alientos para recordar el gastado chiste de que complejos ya tengo suficientes. Ni siquiera me acordé. El dolor disminuyó casi de inmediato y entonces le pedí a René que me llevara a la Sexta. Tenía ganas de un caldero y lo conseguí, el mismo que compré hace tres semanas en Pamplona, y por el mismo precio. Compré una vajilla para la casa del Carmelitano, donde no tengo sino dos platos. El jueves pasado tuve tres invitados: dos comimos en cacerolas. Compré un portacubiertos: no un libro. Y el alimento de mi dulce Cata. Eso fue todo. El asunto de las ollas y los platos de la casa de Cuatrovientos quedó resuelto el pasado diciembre. Incluso pinté la cocina. Solo faltan las visitas.
Vi una pareja en la Sexta. Ella, muy mal vestida y embarazada, uno o dos metros atrás. Y él, vendiendo dulces y cositas así. Muy jóvenes. ¿Cómo podrá sostenerse esa familia? Están juntos, es cierto, pero muy jodidos. La ciudad rebosa de parejas así. O de mujeres solas con dos o tres niños.
He visto numerosos videos de una famosa pareja de actores. Llevan más de veinte años juntos. Siguen enamorados y descaradamente ricos. Son muy trabajadores, entre otras cosas: se merecen la dicha que rebosan. No los envidio: los festejo. No sólo son afortunados sino inteligentes. ¿Será la inteligencia parte de la suerte? Tuvieron la suerte de encontrarse y la inteligencia suficiente para permanecer juntos. Ella sigue absolutamente hermosa. Aún no quieren hijos. No creo que los tengan nunca. Se nota a leguas que en la cama les va de maravilla.
Pensaba cocinar pasta para todos, pero René propuso que Adriana preparara mute y dejáramos la pasta para mañana. Ya todo queda listo. Tengo la carne adobada desde el jueves. De regreso, compramos agua, pan y cerveza.
El resto del día me dediqué a explorar el celular nuevo, a tomarme fotos con Cata y a ver videos de inglés. ¿Cuándo terminaré de aprender? ¿Cuándo podré sostener una conversación normal? ¿Cuándo leeré con fluidez? A veces me canso y quiero tirar la toalla. Son tantos años tratando de aprender.
No es un gran día, desde luego, aunque tampoco miserable. Jaime Echeverri me dice que lo raro ahora es pasarla bien. Subí a Facebook una caricatura de Pablo Escobar. "Cambio de planes: búsquenme a Cupido", dice el narco. "Y me le dan plomo, repito: plomo." Estoy de acuerdo.
Dice Patricia Highsmith en el prólogo: "Los cuentos son un poco como sueños: proféticos, útiles para profundizar en un problema que ya está ahí o que va a surgir, y a veces un alivio para la ansiedad". El texto de la contratapa de la edición de Anagrama, como si fuese escrito por el típico intelectual que comenta libros que nunca ha leído, menciona dos títulos que no se incluyen en el libro: "En El espantapájaros, el lector descubre lo peligroso que pueden resultar los vecinos, tan peligrosos como el ladrón de El amante de los escalofríos". Aparte de mala, la frase es falsa.
"A merced del viento", el cuento favorito de Patricia Highsmith y el más reciente a la fecha de la publicación del libro, 1989, nace de una frase de un asesor de Richard Nixon que expresó su deseo de ver colgados a sus enemigos, balanceándose despacio, a merced del viento.
En "Los pájaros a punto de volar", mi favorito, y "Bajo la mirada de un ángel sombrío", el más desolado, no hay asesinatos pero sí engaños. No se parecen en nada estos dos cuentos, pero ambos demuestran la capacidad del ser humano para falsear la realidad y aprovecharse del otro.
En "Acabar con todo" un hombre no puede decidirse por una sola mujer y en "A lo hecho, pecho" una mujer resuelve a su manera el asalto de un ladrón.
No basta con exponer el asesinato si no hay una clara posición sobre la culpa y la impunidad. ¿Por qué unos personajes pagan sus culpas o otros se libran? Los personajes de Patricia Highsmith pertenecen en su mayoría al segundo grupo. Ripley es el más famoso ejemplo. Los protagonistas de "Un suicidio curioso" y "Lo que trajo el gato" se libran del castigo. ¿Merecían sus víctimas el trágico final?
La poderosa fuerza del odio desplaza al amor conyugal en "Sustancia de locura y "Donde las dan..." En la primera historia una mujer adorna el jardín con animales disecados y en la segunda la casa se convierte en una trampa mortal. En ambas, víctima y victimario confunden sus papeles.
Nada extraño. Los límites entre el bien y el mal se borran en las páginas de Patricia Highsmith. Un matrimonio con buenas intenciones adopta una pareja de ancianos, y nada, absolutamente nada saldrá bien.
Pero no se trata sólo de la trama sino ante todo de la armazón. No se puede dejar de lado una historia de Patricia Highsmith recién comenzada. Una frase lleva a la otra, un párrafo a otro. La escritura de Highsmith carece de adornos superfluos y desvíos agotadores: seca, precisa, eficaz, descarnada y adictiva. Pareciera que no hay hechizo, pero la mayor astucia del demonio, según se dice, es hacernos creer que no existe.
Con razón dicen que leer a Patricia Highmith es como tomar el té con una vieja bruja. La decisión, por supuesto, corresponde al lector. La bruja sonríe, enigmática, mientras sirve el té y las galletas.
11 de febrero de 2021
Patricia Highsmith |
Las buenas narraciones se hacen solo con las emociones del escritor. Aunque un libro de suspense esté totalmente calculado, habrá escenas, descripciones —un perro atropellado, la sensación de que alguien te sigue por una calle oscura— que probablemente el escritor habrá experimentado en persona. El libro es siempre mejor si contiene experiencias como estas, de primera mano, realmente sentidas.
No hay nada de espectacular en el argumento de A pleno sol, pero se hizo popular por su prosa frenética y la insolencia y audacia del propio Ripley. Me imaginé a mí misma en su piel. Ningún libro me ha resultado tan fácil y a menudo sentí que Ripley lo estaba escribiendo y que lo único que hacía yo era pasarlo a máquina.