Ilustración de T.A. |
Camille Paglia
LOS HUESOS DE LOS MUERTOS
Cada generación impulsa su arado sobre los huesos de los muertos.
Camille Paglia |
También aprendí algo de los hombres en el taller. En Bennington, iba a las reuniones de la facultad y estaba consciente de que todo el mundo me odiaba. Los hombres estaban horrorizados por una mujer fuerte, que hablaba fuerte. Pero cuando iba al taller mecánico los hombres allí pensaban que era linda. "Oh, es esa profesora de la universidad, Paglia". Los hombres de verdad, los hombres que trabajan en autos, me encuentran bonita. No me tienen miedo, no importa lo fuerte que sea. Pero los hombres de la universidad estaban aterrorizados porque son eunucos, y era una maldita amenaza para cada uno de ellos.
Robert McKee |
Elizabeth Taylor con Mike Taylor e hijo |
Siempre he sabido que lo que más necesitaba en este mundo es un hombre que pueda controlarme. Mike Todd era fuerte, y esto era estupendo para mí. Me encantaba cuando sacaba su genio y me dominaba.
Solo estuve casada con Todd algo más de un año. Pero cuando falleció, esos meses me parecieron más ricos que toda una vida con otra pareja.
Muy pocas mujeres pueden vanagloriarse de haber unido su vida a hombres como Mike Todd o Richard Burton. Aprecio sinceramente la suerte que he tenido en ese aspecto.
Elizabeth Taylor, 1951 |
Todo me ha sido otorgado: el físico, la fama, el amor... pero he pagado esa suerte con tragedias: la muerte de tantos buenos amigos, las terribles enfermedades que he padecido, las adicciones y los matrimonios rotos. Teniendo en cuenta todo esto, creo que tengo suerte de estar aún viva.
1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: “Estoy releyendo...” y nunca “Estoy leyendo...”.
2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje de las costumbres).
8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.
Antonio Muñoz Molina |
Agim Sulaj |
Federico García Lorca SCIAMMARELLA |
Quienes lo hemos amado durante muchos años, en los que ha sido una presencia y una ausencia, una voz viva pero de remoto rostro diluido, tenemos derecho a llamarlo así, por su nombre de pila, y sin trivializarlo, al cumplirse los cien años de su nacimiento. Porque nos ha acompañado a través de tiempos oscuros y nos ha recordado siempre el difícil y mágico equilibrio que es la vida. Él dijo que nunca sería viejo, y la insurrección fascista se empeñó en darle la razón de una manera inesperada. Sus asesinos -importa subrayarlo- sabían a quién mataban y lo que mataban. Su asesinato no es un oscuro episodio de la retaguardia nacionalista sino un suceso tan fatal como transparente. Lo anómalo hubiera sido que hubiese escapado a la represión. Él representaba, en su persona y en su obra, todo lo contrario de sus matadores . Significaba el ansia y la voluntad de libertad: libertad en la sociedad, libertad en el amor, libertad para que cada uno fuera dueño de su propio destino.Su obra habla mucho de la muerte porque ésta es la enemiga de la vida y la vida está siempre amenazada: vivimos en la amenaza. Nunca ha sido tan verdad como en este criminalísimo siglo que ahora termina. Murió víctima de la deslealtad y la traición: «Entre tus propias gentes y por las propias manos que un día servilmente te halagarán», dejó dicho para siempre Luis Cernuda en el mejor poema que se ha escrito sobre su muerte. Los asesinos quisieron tapar, prohibir, envilecer incluso, su memoria. No lo han conseguido. Su voz -poesía, teatro, prosa- está más viva que nunca. Pudo aparecer en un momento como el último resplandor de la España romántica; hoy sabemos que es bastante más.
De los ocho finos tomitos de la benemérita edición de las obras completas de Losada (1931-1946) hemos pasado a los cuatro gruesos tomos de la última edición del Círculo de Lectores (1996-1997). Lorca -un Lorca sin Federico, como escribió Jorge Guillén- ha sido el gran vengador del ultraje a que su persona fue sometida. Terminada la guerra civil, aparecía -en México y en Nueva York y casi a la vez- su libro más ambicioso, Poeta en Nueva York. Cinco años después, la compañía de Margarita Xirgu estrenaba en el teatro Avenida de Buenos Aires -escenario de sus apoteosis de dramaturgo entre 1933 y 1934- La casa de Bernarda Alba, que había concluido un mes antes de la sublevación militar. Mientras tanto, la edición Losada había seguido recogiendo poemas y prosas. Y luego siguieron apareciendo más textos: versos de juventud, cartas -incandescentes cartas llenas de sangre y de verdad-, algún manuscrito dramático, dibujos... En 1954 el tirano decidió autorizar la edición en España de sus obras completas; ya superaban en extensión a la edición Losada. Pero eran un grueso volumen de piel y costaba caro. A lo mejor, el tirano pensó que lo leería poca gente; pero el hecho es que se convirtió en el gran éxito de la editorial Aguilar, que fue agotando impresión tras impresión. Vendedores anónimos llevaban el libro por pueblos y ciudades, y la gente lo compraba; vendedores anónimos y en muchos casos represaliados de la guerra civil. La edición fue creciendo, y con el tiempo se convirtió en dos volúmenes, y luego en tres.
El gran ultrajado eran un manantial sin fondo. Brotaban poemas y textos por todas partes. Y no eran secundarios. En 1975 aparecía el gran drama de la subversión existencial y teatral, El público, una de las piezas capitales del siglo. Un año más tarde se daba a conocer el primer acto de una pieza inconclusa -El público seguramente está completo-, Comedia sin título. En los años ochenta veía la luz la prodigiosa serie de los Sonetos del amor oscuro, hasta entonces sólo muy parcialmente conocida, así como el libro de Suites, cerca de tres mil versos, donde hay momentos memorables. También en esa década se publicaba el pasmoso guión de cine Viaje a la Luna, y otros versos y otras prosas y otros textos dramáticos. Un Lorca casi siempre fundamental. Por fin, en los noventa se ha editado, junto a otras y diversas expresiones de su talento, la obra juvenil, que él no quiso publicar pero que, a la luz de su gran obra canónica, anticipa señales, vislumbres, intuiciones, que demuestran la fatalidad de su terrestre escritura de diamante.
La voz de ese manantial es ante todo la de una criatura iluminada por el fuego de la palabra original y poblada a la vez de todos los sonidos de la cultura judeocristiana, y aún más: de los sonidos oscuros, negros, fulgurantes, que vienen del fondo de los tiempos, de los elementos primarios de la conciencia humana. El gran vanguardista es el más antiguo de nuestros grandes creadores, el más arcaico de todos. Su obra hunde sus raíces en el mito, en los grandes arquetipos del inconsciente humano, siendo tan audaz como es de formas y de estilos. De ahí su extraordinaria complejidad. Por eso, siendo tan español de instinto creador y de lengua, es Lorca tan traducible. Porque habla de lo permanente y porque es, al mismo tiempo, el más solidario de los poetas: solidario con todos los humillados de este mundo, pero solidario también con la tierra y con el cielo, «con los animalitos que se olvidan» y que nuestra civilización escarnece y aplasta. Ecologista, franciscano, panteísta, él, Federico, previó en Poeta en Nueva York el fracaso de la sociedad industrial cuando tantos amantes de la modernidad, incluidos los poetas soviéticos, se extasiaban con su triunfo: recordemos el fervor de Mayakovski ante el puente de Brooklyn. «Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada», cantó él, Federico, sumido en el «Nueva York de cieno». Y su voz suena cada vez más desligada, más honda, más verdadera.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de junio de 1998