Triunfo Arciniegas
52 libros
Bogotá, 7 de octubre de 2018
Nunca antes había conseguido tantos libros en un solo día: 52. Le debo el milagro a Irene Vasco. La verdad, no entiendo cómo alguien puede desprenderse de los libros así. Yo no podría. Ni de uno solo. Nada más regalo libros repetidos, y a menudo los he comprado con este propósito. Los demás se quedan conmigo. La biblioteca, a diferencia de las mujeres, no te abandona.
Fui a la casa de Irene ayer, por la ruta equivocada, y tuve que caminar una media hora, hasta que me sorprendió la lluvia. Irene me recibió con un pocillo de café y la mesa repleta de maravillas: Camus, Joyce, Balzac, Steinbeck, Tabucchi, Kundera, Boccaccio, Baudelaire, Borges, Peter Hanke, Lévi Straus, Mirjam Pressler, Virginia Woolf, Javier Marías, Vargas Llosa, entre otros. Dieciocho kilos, según mis cálculos, que rebosaron el morral y la bolsa verde de las emergencias. Estábamos mirando las fotos de la casa de placer que Irene tiene en Tolú, La Alegría, cuando llegó Leopoldo, su esposo. Conversamos y un rato y me despedí, ligero como el viento, con mis otros dieciocho kilos de feliz sobrepeso. Tomé un taxi a La Soledad: doce mil pesos, tal como dijo Irene.
Estaba rendido porque empecé la jornada a medianoche. Terminé la primera lectura de la versión 25 de la novela, Dulce animal de compañía, ahora sí el título definitivo. Todo un récord porque imprimí hace dos días, después dos o tres de limpieza. Me ha gustado mucho el trabajo de la versión 24, cuando todavía se llamaba Amor perdido, por la bellísima canción que interpreta María Luisa Landin y que es el fondo de una escena fundamental. Toda la versión ha sido producto de este viaje, pues salí de Pamplona con la novela limpia, lista para entregarla a la editora. Pero en el primera vuelo, de Cúcuta a Bogotá, revisé la primera de las seis partes. En el segundo, de Bogotá a Medellín, la segunda. Revisiones de altura, por supuesto. Y me quedé toda la tarde en el hotel del Poblado revisando la tercera. No salí ni a la esquina, no fui a la Fiesta del Libro. Al día siguiente, antes de mediodía, me recogieron en la puerta del hotel y me llevaron al Limonar, para un encuentro con niños. Y de nuevo al hotel a trabajar. Era viernes. Seguí encerrado en el Alejandría hasta el sábado. No sólo renuncié la Fiesta del Libro sino al jacuzzi. Se me derramó la tinta de un lapicero en bolsillo del pantalón y, como dormí con ropa, rendido, manché las lujosas sábanas de la cama king size que deben costar un ojo de la cara. Me costó horas solucionar el percance, al final con la generosa ayuda de un par de camareros. En la tarde del sábado fui a la feria con Octavio Escobar, alojado en el mismo hotel, la cumplí con el segundo compromiso, la charla con Quesadas sobre los misterios prohibidos para adultos. Octavio yo desayunamos juntos el sábado y el domingo, en el hotel, y juntos fuimos a las charlas de Darío Jaramillo Agudelo y Michael Connelly. Octavio presentó y dirigió la charla con Connelly, un tipazo. Me firmó tres de sus novelas y le tomé unas cuantas fotos. El mismo domingo me cambié de hotel, y uno o dos días después había terminado la primera lectura de la versión 24. Coroné las dos restantes en Bogotá, imprimí la 25 y aquí estoy, a punto de iniciar la segunda lectura, en la madrugada del domingo.
Cuando terminé la primera lectura, esta mañana, me hice el desayuno y fui hasta Servientrega con un paquete de libros. Caminé por La Soledad hasta el apartamento de la Chiquita. Confrontamos nuestras erratas en una hora, discutiendo y festejando una por otra, y coincidimos en la mayoría. Yo soy un aprendiz pero ella es una profesional. De eso vive, entre otras cosas. Confío en su ojo de águila. Además, es la segunda vez que revisa la novela. No tengo con qué pagar tanta generosidad.
Atiendo el celular y Jaime Echeverri, refiriéndose a la mi novela, dice: "Se le nota el oficio"·