lunes, 9 de septiembre de 2013

Diario / El pozo

Autorretrato con pelos
Ilustración de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
El pozo
5 de septiembre de 2013

Vuelvo a caminar de madrugada. Al fin tengo ganas. Quiero decir, al fin puedo hacerlo, porque el deseo estaba ahí pero no me sentía capaz de concretarlo. Sé que lo necesito. Sé que esos amaneceres son toda una droga. El viento helado, el cuerpo sudoroso, los nuevos pensamientos: es como si la vida volviera a empezar.

Salgo aún de noche, sin documentos, sin dinero, sin celular, apenas con las llaves de la casa y tres piedras para espantar a los perros y, aunque casi no hay nadie, me cubro la cabeza con un gorro o con la capucha de la chaqueta: un borracho que regresa a casa, un vagabundo que duerme frente a una puerta cerrada, la mujer que ofrece el café de las madrugadas, el taxista que busca el primer cliente, los barrenderos que se cuentan los sueños mientras limpian las calles. A veces llevo una bufanda y lentes oscuros. No quiero ver a nadie. No quiero hablar con nadie. Me gusta recorrer las calles sin gente, me gusta caminar mientras los demás todavía duermen. Cuando apenas amanece y se aclara el perfil de las montañas vuelvo a casa, sudoroso, con el temblor de los vampiros.

Estoy volando bajo desde marzo, cuando llegué de Brasil. Rio de Janeiro y São Paulo fueron una total euforia. No era para menos. Estuve en Rio en pleno carnaval y por primea vez me sumergí en el delirio de esta fiesta. No entendí el carnaval en Barranquilla ni en Veracruz, donde apenas fui un espectador. En las calles de Rio vi el gozo. Escribí como loco, tomé fotografías, volé. Y luego, al regresar a Colombia, caí en un pozo oscuro y profundo.

Me asomo para ver a alguien y vuelvo al pozo. Me asomo para conversar con alguien y vuelvo. El pozo es un territorio de absoluta soledad.



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