martes, 30 de abril de 2013

Triunfo Arciniegas / Los casibandidos en Cuernavaca



Los casibandidos que casi roban en sol,
de Triunfo Arciniegas,
en Cuernavaca, México

Ayer 29 de abril La Ada Cuentera (así se llama la titiritera) presentó en el Papalote de Cuernavaca, México, Los casibandidos que casi roban el sol. A las doce y a las cuatro Plutonio, Plutarco y Plumero, los tres guapetones, subieron a escena con la cuentera. No conozco la versión, pero estoy seguro de que es divertida. Espero que pronto tenga la oportunidad de ver a estos bandidos. 

Las funciones siguen, por supuesto. Hoy a las 11 de la mañana habrá función en la Nopalera de Yautepec.



lunes, 29 de abril de 2013

Casa de citas / Yolanda Reyes / Triunfo Arciniegas


Autorretrato
Pamplona, 2011
Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas, revisitado

13ABR
006_triunfo_málaga
Triunfo Arciniegas
FOTO RECIENTE
por: Yolanda Reyes
Soy un imaginador, es mi oficio, un soñador que tropieza con la vida cotidiana, un despistado. Me inquieta el amanecer como a los vampiros, temo a la soledad y el olvido. De pocos amigos y pocas palabras, busco la niebla y los lugares solitarios”.
Así comenzaba el retrato hablado que Triunfo me mandó por correo desde Pamplona cuando lo entrevisté para laRevista Espantapájaros hace muchos, pero muchísimos años. (En esa época, aunque ahora parezca inconcebible, no existía Internet y sus palabras llegaron en un sobre lleno de estampillas). Lo curioso era estar ahora, después de tanto tiempo, recordando aquella profesión de fe: “Soy un imaginador, es mi oficio”. Cómo se las arreglan ciertas frases para grabarse en la memoria, pensé, a medida que desempolvaba los viejos ejemplares que sobrevivieron a los trasteos y a las manos de los niños. ¿Cuántos cumpleaños habían pasado? ¿Cuántas historias, cuántos inventos, cuántos sueños?
Guiada por la necesidad de reconstruir el autorretrato de mi amigo, me fui detrás de  aquel rastro de palabras. Y quiso la fortuna que, entre los pocos números de la Revista Espantapájaros que conservo –en papel, aclaro, porque cada página sigue guardada en mi memoria–, apareciera el ejemplar número 11, fechado en 1992. Habían pasado 17 años desde aquella entrevista y habíamos cambiado de milenio, pero los rasgos esenciales del retrato se mantenían idénticos. Como solemos decir, casi siempre en tono adulador a quienes reencontramos después de muchos años, sentí la tentación de repetir la frase hecha: “pareces un retrato”. Y no se trata de una simple anécdota ni de un dato aleatorio, porque una de las características que asocio con Triunfo Arciniegas es esa coherencia a toda prueba; esa envidiable claridad para saber qué es y que no es, sin extraviarse en las trampas de la falsa popularidad ni de los trabajos por encargo. Aun en los momentos más difíciles, la terquedad de Triunfo, o quizás la fuerza de su nombre
–pues nunca fue tan cierto que el nombre modifica lo nombrado–, lo ha hecho perseverar en el oficio de imaginador, sin concesiones ni imposturas.
Con la revista entre las manos, seguí leyendo sus palabras: “Quisiera volar de noche, tocar el saxofón y conocer París con una mujer. Soy piscis y detesto los cumpleaños. Tengo infinidad de gustos: dibujar, escribir cartas, leer historias de amor, coleccionar libros y revistas, el jugo de mandarina, el chocolate con galletas y el ron con Coca Cola, la comida de mar. Me gusta perder el tiempo. Quisiera ser un gato”. Pensé que quizás lo único que le había faltado en el inventario de gustos y deseos de esos años era su afición por la fotografía y, más exactamente, por las fotos de personas. O quizás no, pues otro rasgo de Triunfo es esa manera suya de ir por la vida, poco importa si lo hace armado de  una cámara o de un lápiz, robando rostros y conversaciones y observando detalles de los que nadie se percata, hasta que luego salen a la luz. Es un peligro andar con él y es un peligro verlo tan callado, como esos niños que guardan silencio en el cuarto de al lado, pues su silencio “triunfal” suele ocultar alguna travesura. Recuerdo que una vez nos invitaron a almorzar a la casa de unos amigos en Coyoacán y Triunfo, cámara en mano, nos iba retratando. Yo, que suelo ponerme nerviosa con las fotos, no me di cuenta de que, entre plato y charla, él fue robándonos el alma. Tal vez es eso lo que hace con los niños de las veredas por las que viaja haciendo talleres de literatura y de teatro: les saca la expresión, les roba el alma.
“La exploración del alma”, como él mismo la llama en el folleto de presentación de una muestra fotográfica de niños que hizo en 2007 y que saltó también, entre mi colección particular de objetos de Triunfo que atesoro, puede brindar algunas pistas para entender su arte poética: “La fotografía es memoria y encierra miles de palabras –escribió–… De pronto olvidamos la máscara, la pose, el artificio, y en una foto se nos escapa el alma. Alguien nos sorprende con una lágrima a punto de escapar, con los ojos al borde del abismo, visitando los cuartos de la vida cerrados para siempre”. En esos cuartos de la vida por los que Triunfo Arciniegas merodea como un gato, apenas sin ser visto, se oculta el material de sus historias. Alguna vez me confesó que aprendió a escribir diálogos por física necesidad vital, pues era un niño extremadamente tímido. (Algo me dice que todavía lo es). Entonces quería saber cómo se las arreglaba la gente para tener conversaciones cotidianas y se sentaba a hurtadillas detrás de sus compañeros, tratando de robar esas palabras con las que todo el mundo llena horas enteras de charla intrascendente. Y así, copiando en un papel lo que decía la gente, descubrió la materia prima de la que están hechos también sus personajes. A veces pienso que Triunfo escribe con las orejas, pero no me refiero a un facilismo para hacer frases “sonoras y bonitas”, sino de una sutil habilidad para captar matices con un oído fino, como escudriña rostros cuando anda con su cámara: “La foto es puro ojo. De nada sirve una cámara si no se tiene el ojo. Sigiloso y paciente, como el cocodrilo, espero que se olviden de la cámara. Espío y espero”. Ojo avizor y oído atento: quizás es eso mismo lo que hace cuando escribe.
Sus libros son tantos que requieren un anaquel completo de la biblioteca. En la mía, están organizados por orden de estatura, pues hay, desde libros para bebés, hasta otros que conviene mantener lejos del alcance de los niños. Aquí entre nos –y que no salga de estas páginas–, algo me dice que lo mejor de Triunfo Arciniegas aún está sin editar debidamente y que se oculta entre los pliegues de esa sonrisa suya, medio sonrisa y medio mueca, en la que no han reparado los editores, por esa manía de etiquetarlo en la categoría de “literatura infantil”, que a tantos nos resulta tan difícil traspasar. Quizás es esa mueca la que captan los niños y la que le agradecen, pues él los trata como “gente”, y no como las tiernas criaturitas que han fabricado los adultos. De nuevo, sus palabras ayudan a ilustrarlo: “Si bien en algunas tomas los niños enfrentan la cámara y se saben observados, en otras atrapo a hurtadillas el instante, la puerta entreabierta a otros mundos, el rastro que dejan los ángeles cuando nos visitan”. Yo añadiría que no sólo de ángeles están pobladas sus ficciones, sino que más de un demonio se oculta detrás de esas “puertas entreabiertas a otros mundos” que ofrece Triunfo a los adultos y a los niños. Y pienso que la edad es un dato irrelevante para él, pues todo indica que escribe para esa categoría de gente que responde a un vocablo más flexible y más liberador: el de lectores.
De vez en cuando me da por mirar las palabras y los dibujos puestos por Triunfo en las dedicatorias de los libros que me ha regalado y, aunque sospecho que a todas sus amigas les escribe las frases perfectas para hacerlas sentir tan únicas como esa rosa que cuidaba El Principito en su planeta, me resulta inevitable ceder a los encantamientos de este imaginador, como si fuera una de las Mujeres muertas de amor de sus “cuentos para adultos”. Ahora mismo, desde mi mesa de trabajo, evoco el ritmo incierto que marca sus apariciones y el ritmo también impredecible de sus desapariciones, y me pregunto en dónde andará: si está sumido entre la niebla de Pamplona, si está de viaje en Buenos Aires, o si tropezaré con él en alguna feria del libro, vaya uno a saber en qué lugar. Tal vez cuando aparezca me contará, como hace siempre, que estuvo viviendo en un pueblo de México o la Pampa, con una mujer que lo albergó unos meses.  Y aunque confieso que jamás he sabido bien qué creerle, mi única certeza es que, en esa bisagra entre ficción y realidad, nos la hemos apañado para inventar una complicidad extraña que nos ayuda a compartir las preguntas y los fantasmas de este oficio solitario. Me gusta verlo llegar, como si fuera un marinero, trayendo mil historias que amarra como las cuentas de un collar hecho con piedras de sitios remotos, y siempre con un libro nuevo bajo el brazo, que vuelve a regalarme y me vuelve a dedicar.  Y a pesar de que han pasado tantos años, a veces pienso que apenas lo conozco y a veces pienso exactamente lo contrario: con él, uno no sabe nunca a qué atenerse. Quizás, parodiando al mismo Triunfo, cabe la posibilidad de que me lo haya inventado. A fuerza de desconocerlo y de reconocerlo en lo que escribe, entre la magia y el silencio, cabe la posibilidad de que haya tenido que inventármelo para escribir este retrato.




domingo, 28 de abril de 2013

Casa de citas / Elliott Erwitt / La cámara

Fotografía de Elliot Erwitt

Elliot Erwitt
LA CÁMARA

No pasa nada mientras estás sentado en casa. Siempre que puedo me gusta llevar una cámara conmigo a todos los lados... así puedo disparar a lo que me interesa en el momento preciso.



sábado, 27 de abril de 2013

Casa de citas / Xavier Miserachs / Sobre la fotografía

Fotografía de Henri Cartier-Bresson

Xavier Miserachs

SOBRE LA FOTOGRAFÍA 


¿Cuáles son los fotógrafos que admiras o que más te han influido? Muchos, cito sólo algunos: W. Klein, H. Cartier-Bresson, Elliot Erwitt, J.H. Lartigue; todos los que han pasado por Magnum, con pocas excepciones; los colegas inmediatos (Masats, Maspons, Terré, Colom, Català-Roca); los incombustibles Avedon, Penn y Newton y algunos atípicos como Guy Bourdin o Bill Brandt ... ¿Cuáles son las características que debe tener una buena foto? La imagen debe subyugarnos de tal manera que nos preguntemos quién es el coco que hay detrás. No hay otro secreto. ¿Una buena foto se busca o se encuentra? Buscar y encontrar son dos aspectos de la misma actividad. Una conlleva la otra. ¿Cuáles han sido las aportaciones de la fotografía a la cultura del siglo XX? Prefiero invertir la cuestión: la cultura real del siglo XX sería impensable sin la fotografía. Ésta ha contribuido de forma decisiva en dicha cultura. Para ti un fotógrafo es un declassé. ¿Qué quieres decir con esta afirmación? Se refiere a que el fotógrafo no tiene una clase social concreta que lo acoja. No es ni un obrero ni un empresario, ni un finolis ni un granuja, pero es capaz de desempeñar cualquiera de estos papeles y muchos más. Para mí, el fotógrafo practica siempre el transfuguismo social.




viernes, 26 de abril de 2013

jueves, 25 de abril de 2013

Casa de citas / Balthus / Picasso


Balthus
PICASSO

Recuerdo mis días solitarios en el estudio de la calle Furstenberg. Conocía a Picasso, a Braque, les veía a menudo. Sentían mucha simpatía hacia mí. Hacia el hombre peculiar que era yo, diferente, bohemio e indómito. Picasso venía a verme. Me decía: "Eres el único de los pintores de tu generación que me interesa. Los demás quieren ser como Picasso. Tú no". El estudio estaba encaramado en un quinto piso. Había que tener ganas para ir a verme. Era un lugar extraño, yo vivía apartado del mundo, enfrascado en mi pintura.


Balthus

Memorias
Edición de Alain Vircondelet
Barcelona, Debolsillo, 2007, p 21



miércoles, 24 de abril de 2013

martes, 23 de abril de 2013

Casa de citas / Roy Lichtenstein / El mismo Picasso

Sweet Dreams Baby, 1965
by Roy Lichtenstein

Roy Lichtenstein
CITA

Seguramente el propio Picasso hubiera vomitado al contemplar mis cuadros.




lunes, 22 de abril de 2013

Casa de citas / Savater / Octavio Paz

Octavio Paz
Fernando Savater
OCTAVIO PAZ

Llegué muy conmocionado, temiendo ver a mi amigo en estado de sufrimiento. Octavio se encontraba ya muy consumido, prácticamente no podía hablar, y lo trasladaban en silla de ruedas sólo el par de horas al día que se levantaba de la cama. Pero aún así, al verme me lanzó una sonrisa con el afecto y la complicidad que habíamos tenido durante muchos años. Yo no sabía qué decir, era tal la emoción que me embargaba. Entonces Marie Jo [la mujer de Paz] tuvo un gesto maravilloso y le pasó la mano por el cabello mientras me decía con ternura: ´Mira qué pelo más bonito tiene todavía`. Esa caricia me desgarró, pero también me llenó de vida. Fue la última vez que lo vi.





domingo, 21 de abril de 2013

Casa de citas / Robert Walser / Esos ojos

Fotografía de Terry Richardson
Robert Walser
ESOS OJOS

1



¡Y esos ojos! Contemplarlos es como sumergir la mirada en algo profundo, angustiosamente abisal. Con su brillante negrura, esos ojos parecen no decir nada y expresar, a la vez, lo inexpresable, a tal punto resultan conocidos y desconocidos al mismo tiempo.


2


Ya sus ojos... ¿No han sido siempre para mí como una orden, un mandamiento de intangible belleza? No, no, no le miento. Y cuando aparecía usted en la puerta...Aquí dentro nunca he necesitado el cielo, ni la luna, el sol o las estrellas. Usted, sí, usted ha sido para mí la aparición suprema. Le estoy diciendo la verdad, señorita, y espero que sienta cuán lejos de todo intento de adulación se hallan mis palabras.

3


Quizá hubiera podido convencerla a tiempo de que tenía buenas intenciones, de que su querida persona me era importante, y de que por muchos hermosos motivos quería hacerla feliz, y con ello a mí mismo; pero no me esforcé más, y ella partió.

sábado, 20 de abril de 2013

Casa de citas / Robert Walser / Sobre las apariencias

Robert Walser
Robert Walser
SOBRE LAS APARIENCIAS

A menudo las apariencias engañan, señor mío, y lo mejor es dejar el juicio sobre una persona a esa misma persona. Nadie puede conocer tan bien como él mismo a un hombre que ha visto y vivido tanto.

Lea, además
Biografía de Robert Walser





viernes, 19 de abril de 2013

Casa de citas / Robert Walser / El último aliento

Robert Walser
EL ÚLTIMO ALIENTO

Hace ya tiempo que debería haber acabado mis días y exhalado mi último aliento en interés de las necrológicas, que acaso más de uno habrá querido redactar sobre mi persona. En este aspecto soy muy desconsiderado...


Lea, además
Biografía de Robert Walser




jueves, 18 de abril de 2013

Casa de citas / Robert Walser / El infinito


Manuscrito de Robert Walser
Robert Walser
El INFINITO 


Siento que podría seguir con este relato hasta el infinito. ¿En qué consiste lo infinito, si no en una sucesión interminable de puntos?


  Lea, además
Biografía de Robert Walser


miércoles, 17 de abril de 2013

Casa de citas / Robert Walser / Delirio

Robert Walser

Robert Walser
DELIRIO

A menudo necesitamos del delirio para mantenernos de algún modo a flote en el oleaje de la vida.

Lea, además
Biografía de Robert Walser



martes, 16 de abril de 2013

Casa de citas / Jon Lee Anderson / Cuando América Latina entró en el imaginario internacional

Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson

Cuando América Latina 

entró en el imaginario internacional

Con esas obras América Latina adquirió un lugar reconocido en el imaginario internacional literario. Su influencia es universal

El País Nueva York 17 NOV 2012 - 20:23 CET

Portad de 'Cien años de soledad', de García Márquez, diseñada por Vicente Rojo.
Pregunta: ¿Qué opina del boomlatinoamericano y cuál fue su primer acercamiento a él o con qué autor o libro?
Respuesta. Mi primer acercamiento con los autores del boom fue con Gabriel García Márquez, con Cien Anos de Soledad, alrededor de 1977, cuando tenía 20 años y yo iba y venía entre Nueva York y América Latina. El libro fue una revelación, y me abrió los ojos a nuevas posibilidades de ver, de creer, y de narrar el mundo. (Los siguientes autores que leí fueron Cortázar, con Rayuela, creo; Jorge Amado con Gabriela, Clavo y Canela, y Mario Vargas Llosa, con La Casa Verde.)
P. ¿Cuál cree que es la principal aportación a la literatura de ese grupo de escritores?
Respuesta. Con esas obras América Latina (como una entidad cultural y geográfica propia) adquirió un lugar reconocido en el imaginario internacional literario, realmente por primera vez. América dejaría de ser interpretada casi exclusivamente en el ámbito internacional por autores extranjeros salvo algunas notables excepciones como Paz, Borges y Carpentier. Y sobre todo con la obra de García Márquez, los “boomistas” también ofrecieron, y por primera vez, una manera distinta de narrar, y de percibir, la realidad latinoamericana, destacando historias de la gente “común" - los indígenas, los mestizos, los negros, y las gentes del campo, tradicionalmente marginados- en lugar de personajes de la élite criolla hispana.
P. ¿Alguna reflexión particular?
Respuesta. El boom ha tenido un efecto y una metástasis más allá de la novela, por supuesto, que ha sido de una contribución contundente en el hemisferio -y mucho más allá también-. En el cine, en el teatro, en la telenovela, y en la crónica periodística como género literario, podemos presenciar las múltiples enriquecedoras maneras en que la rotura de moldes sociales de los autores del boom ha contribuido a un canon cultural contemporáneo mucho más incluyente y abarcador. ¿Sería posible el boom actual de literatura entre los autores híbridos del poscolonialismo de la India y África -autores como Salman Rushdie, Zadie Smith, Hanif Kureishi, Chimamanda Ngozi Adichie, y Dinaw Mengistu- si no fuera por el boom latinoamericano de los 60? Lo dudo. El boom latinoamericano abrió la pauta y dio paso a un mundo literario internacional más incluyente, democrático y vibrante -más representativo- que el que había existido antes.
* Jon Lee Anderson (California, 1957) Periodista de The New Yorker, y colaborador de medios internacionales. Es autor de La herencia colonial y otras maldiciones (Sexto Piso) y La caída de Bagdad.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/17/actualidad/1353180190_634095.html

domingo, 14 de abril de 2013

Arturo Pérez-Reverte / Angélica de Alquézar



Arturo Pérez-Reverte
Angélica de Alquézar

Fue entonces cuando vi la carroza. Sería mendaz por mi parte negar que esperaba su paso, que tenía lugar por la calle de Toledo más o menos a la misma hora dos o tres veces por semana. Era negra, forrada con cuero y terciopelo rojo, y el cochero no iba en el pescante arreando el tiro de dos mulas, sino que cabalgaba una de ellas, como era habitual en ese tipo de carruajes. El coche tenía un aspecto sólido pero discreto, habitual en propietarios que gozaban de buena posición pero no tenían derecho, o deseos, de mostrarse en exceso. Algo propio de comerciantes ricos, o de altos funcionarios que sin pertenecer a la nobleza desempeñaban puestos poderosos en la Corte.
A mí, sin embargo, no me importaba el continente, sino el contenido. Aquella mano todavía infantil, blanca como papel de seda, que asomaba discretamente apoyada en el marco de la ventanilla. Aquel reflejo dorado de cabello largo y rubio peinado en tirabuzones. Y los ojos. A pesar del tiempo transcurrido desde que los vi por primera vez, y de las muchas aventuras y sinsabores que aquellos iris azules iban a introducir en mi vida durante los años siguientes, todavía hoy sigo siendo incapaz de expresar por escrito el efecto de esa mirada luminosa y purísima, tan engañosamente limpia, de un color idéntico a los cielos de Madrid que, más tarde, supo pintar como nadie el pintor favorito del rey nuestro señor, don Diego Velázquez.
Por esa época, Angélica Alquézar debía de tener once o doce años, y ya era un prometedor anuncio de la espléndida belleza en que se convertiría más tarde, y de la que dio buena cuenta el propio Velázquez en el cuadro famoso para el que ella posaría tiempo después, hacia 1635. Peor más de una década antes, en aquellas mañanas de marzo que precedieron a la aventura de los ingleses, yo ignoraba la identidad de la jovencita, casi niña, que cada dos o tres días recorría en carroza la calle de Toledo, en dirección a la Plaza Mayor y el Palacio Real, donde ─supe más tarde─ asistía a la reina y las princesas jóvenes como menina, merced a la posición de su tío el aragonés Luis de Alquézar, a la sazón uno de los más influyentes secretarios del rey. Para mí, la jovencita rubia de la carroza era sólo una visión celestial, maravillosa, tan lejos de mi pobre condición mortal como podían estarlo el sol o la más bella estrella de esa esquina de la calle de Toledo, donde las ruedas del carruaje y las patas de las mulas salpicaban de barro, altaneras, a quienes se cruzaban en su camino.

Arturo Pérez-Reverte
El capitán Alatriste
Madrid, Alfaguara, 2001, pp. 66-70



sábado, 13 de abril de 2013

Casa de citas / Pérez-Reverte / Siglo de Oro

Niños comiendo melón y uvas
Bartolomé Esteban Murillo, 1645 - 1655


Arturo Pérez-Reverte
SIGLO DE ORO

Y en eso tenía razón el mozo. Si en el casi medio siglo de reinado de nuestro buen e inútil monarca don Felipe Cuarto, por mal nombre llamado el Grande, los gestos caballerescos y hospitalarios, la misa en días de guardar y el pasearse con la espada muy tiesa y la barriga vacía llenaran el puchero o pusieran picas en Flandes, otro gallo nos hubiese cantado a mí, al capitán Alatriste, a los españoles en general y a la pobre España en su conjunto. A ese tiempo infame lo llaman siglo de Oro. Mas lo cierto es que, quienes lo vivimos y sufrimos, de oro vimos poco; y de plata, la justa. Sacrificio estéril, gloriosas derrotas, corrupción, picaresca, miseria y poca vergüenza, de eso sí que tuvimos a espuertas. Lo que pasa es que luego uno va y mira un cuadro de Diego Velázquez, oye unos versos de Lope o de Calderón, lee un soneto de don Francisco de Quevedo, y se dice que bueno, que tal vez mereció la pena.

Arturo Pérez-Reverte
El capitán Alatriste
Madrid, Alfaguara, 2001, p. 112





viernes, 12 de abril de 2013

Casa de citas / Pérez-Reverte / Lope de Vega


Arturo Pérez-Reverte
Lope de Vega

─Ahí viene Lope ─dijo alguien.
Todos se quitaron los sombreros cuando Lope, el gran Félix Lope de Vega Carpio, apareció caminando despacio entre los saludos de la gente que se apartaba para dejarle paso, y se detuvo unos instantes a departir con don Francisco de Quevedo, quien lo felicitó por la comedia que representaban al día siguiente en el corral del Príncipe: acontecimiento teatral al que Diego Alatriste había prometido llevarme, y yo iba a presenciar por primera vez en mi vida. Después, don Francisco hizo algunas presentaciones.
─El capitán don Diego Alatriste y Tenorio… Ya conoce vuestra merced a Juan Vicuña… Diego Silva… El jovencito es Íñigo Balboa, hijo de un militar caído en Flandes.
Al oír aquello, Lope me tocó un momento la cabeza con espontáneo gesto de simpatía. Fue la primera vez que lo vi, aunque tendría después otras ocasiones; y recordaré siempre su continente sexagenario y grave, su digna figura clerical vestida de negro, el rostro enjuto con cabellos cortos, casi blancos, el bigote gris y la sonrisa cordial, algo ausente, como fatigada, que nos dedicó a todos antes de proseguir camino rodeado por muestras de respeto.
─No olvides a ese hombre ni ese día ─me dijo el capitán, dándome un afectuoso pescozón en el mismo sitio donde Lope me había tocado.
Y no lo olvidé nunca. Todavía hoy, tantos años después de aquello, me llevo la mano a la coronilla y siento allí el contacto de los dedos afectuosos del Fénix de los Ingenios. Ni él, ni don Francisco de Quevedo, ni Velázquez, ni el capitán Alatriste, ni la época miserable y magnífica que entonces conocí, existen ya. Pero queda, en las bibliotecas, en los libros, en los lienzos, en las iglesias, en los palacios, calles y plazas, la huella indeleble que aquellos hombres dejaron de su paso por la tierra. El recuerdo de la mano de Lope desaparecerá conmigo cuando yo muera, como también el acento andaluz de Diego de Silva, el sonido de las espuelas de oro de don Francisco de Quevedo al cojear, o la mirada glauca y serena del capitán Alatriste. Pero el eco de sus vidas singulares seguirá resonando mientras exista ese lugar impreciso, mezcla de pueblos, lenguas, historias, sangres y sueños traicionados: ese escenario maravilloso y trágico que llamamos España.

Arturo Pérez-Reverte
El capitán Alatriste
Madrid, Alfaguara, 2001, pp. 186-187





jueves, 11 de abril de 2013

Casa de citas / Pérez-Reverte / Quevedo

Don Francisco de Quevedo
Arturo Pérez-Reverte
QUEVEDO

Venía bastante atravesado, pues no eran buenos tiempos para él, ni para su prosa, ni para su poesía, ni para sus finanzas. Hacía solo unas semanas que el Cuarto Felipe había tenido a bien levantar la orden, de prisión primero y luego de destierro, que pesaba sobre él desde la caída en desgracia, dos o tres años atrás, de su amigo y protector el duque de Osuna. Rehabilitado por fin, don Francisco había podido regresar a Madrid; pero estaba ayuno de recursos monetarios, y el memorial que había dirigido al rey solicitando la antigua pensión de cuatrocientos escudos que se le debía por sus servicios en Italia -había llegado a ser espía en Venecia, fugitivo y con dos compañeros ejecutados- sólo gozaba de la callada por respuesta. Aquello lo enfurecía más, aguzaba su mal humor y su ingenio, que iban parejos, y contribuía a buscarle nuevos problemas.


Arturo Pérez-Reverte
El capitán Alatriste
Madrid, Alfaguara, 2001, pp. 60-61




miércoles, 10 de abril de 2013

Casa de citas / Sergio Andricaín / José Luis Sampedro


Sergio Andricaín
JOSÉ LUIS SAMPEDRO

Hoy (8 de abril) falleció en Madrid, a la edad de 96 años, uno de los grandes escritores españoles: José Luis Sampedro (también es uno de mis autores favoritos). Suyas son tres novelas fundamentales de la narrativa iberoamericana: "La sonrisa etrusca" (1985), "La vieja sirena" (1990) y "El amante lesbiano" (2000). Me dirijo al estante de mi biblioteca donde están los escritores españoles, saco esos tres libros y me pongo a disfrutar los textos que marqué en lecturas anteriores. Es el mejor homenaje que se le puede rendir a un autor que nos dice adiós: leerlo.



martes, 9 de abril de 2013

Diario / Lydia Davis

Triunfo Arciniegas
Lydia Davis
8 de abril de 2013

Hace un momento subí a MESTER DE BREVERÍA un cuento de Lydia Davis, "The Mother": dos traducciones (Adriana Valdés y Justo Navarro), el texto original en inglés y unas notas sobre la escritora. Ojalá todas las entradas fueran así, tan completas. No siempre consigo el texto original. Y muy pocas veces, el lujo de dos traducciones. La cacería exige tiempo y paciencia.

Lydia Davis me interesa cada vez más. Fue la primera mujer de Paul Auster. Entiendo que se separaron en 1981. Auster,   en medio de una grave sequía literaria, se casó de inmediato con otra magnífica escritora, la bella Siri Hustvedt, autora de The Blindfold. Leí con inmenso regocijo este libro, hace unos doce o quince años. Fue publicado por Norma bajo el título de La venda. En Anagrama se encuentran traducidas tres o cuatro novelas de Siri Hustvedt, cada vez más reconocida por los lectores exigentes. Paul Auster, sin duda, además de talento, tiene ojo para las mujeres.

Lydia Davis es una prestigiosa traductora de Flaubert y Proust. De su relación con Paul Auster le quedó un hijo, Daniel. Tiene otro hijo, Theo, con el artista Alan Cote. Profesora de creación literaria en la Universidad de Albany y autora de seis libros de cuentos y una novela. The Thirteenth Woman and Other Stories (1976), Break it Down (1976) o Varieties of Disturbance son algunos de sus títulos. En 2009 recopiló sus cuentos en The Collected Stories of Lydia Davis. "Aguda, hábil, irónica, subestimada y sorprendente", así la considera Joyce Carol Oates. Por su parte, Jonathan Frazen dice: "Pocos escritores de la actualidad hacen que las palabras escritas sean tan importantes".




domingo, 7 de abril de 2013

Casa de citas / José Mujica / Cristina Fernández


El presidente de Uruguay, José Mujica, y su homóloga argentina, Cristina Fernández

José Mujica

CRISTINA FERNÁNDEZ

Esta vieja es peor que el tuerto.


sábado, 6 de abril de 2013

Casa de citas / Anne Sexton / Carta a su hija


Anne Sexton
CARTA A SU HIJA
Querida Linda,
Estoy a la mitad de un vuelo a St. Louis para dar una conferencia. Estaba leyendo una historia en el New Yorker que me hizo pensar en mi madre y, sin darme cuenta, sola, en el asiento, susurré: «Yo sé, madre, yo sé» –encontré  una pluma, y pensé en ti– que algún día volarás sola a alguna parte, que quizás yo ya haya muerto, y desearás hablar conmigo.
Yo quiero hablar. (Linda, quizás no estés volando, quizás estés en la mesa de tu cocina tomando té, alguna tarde cuando tengas 40. En cualquier momento) y quiero decirte:
Primero, que te amo.
Dos, que nunca me decepcionaste.
Tres, yo sé. Yo estuve ahí alguna vez. Yo también tuve 40 con una madre muerta que todavía me hace falta.
Éste es mi mensaje para la para la Linda de cuarenta. No importa lo que pase, siempre serás mi pajarito, mi Linda Gray. La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé. Ahora tú también lo sabes –en donde estés, Linda, hablándome. Pero yo tuve una buena vida –escribí infeliz– pero viví a capa y espada. Tú también, Linda –vive al límite. Te amo, mi Linda, a los cuarenta, y amo lo que haces, lo que encuentras, lo que eres. Sé tú misma. Pertenece a aquellos que amas. Háblale a mis poemas y a tu corazón  –estaré en los dos: si me necesitas. Mentí, Linda. Yo también amé a mi madre y ella me amó a mí, ella nunca me sostuvo pero la extraño, tanto, que tuve que negar que alguna vez la amé –o ella a mí, ¡pero qué tonta, Anne! ¡Así es!