Triunfo y Negra Pamplona, 2012 |
Triunfo Arciniegas
PEDRILLO Y LAS PERRAS
Pamplona, 7 de enero de 2013
Empieza lento el
año, como un animal que bosteza bajo el sol. Hace días que no salgo de casa.
Leo a Javier Marías y trabajo en los blogs. Debo darle el toque final a un
texto, pero retraso el momento. René viene a preparar el almuerzo y se va en
bicicleta a sus clases particulares de inglés. Una prima suya y yo somos sus
alumnos en estos días de vacaciones. Es profesor de la Universidad de Pamplona
desde el año pasado y dejó el Lada rojo de la mala suerte por una bonita Blazer
azul. Le hizo oscurecer los vidrios, le instaló alarma y le renovó el equipo de
sonido. Nunca lo había visto tan feliz. La vida se porta bien con mi muchacho: tiene
nueva novia y empezará una maestría. Alejandra y Verónica viajaron con su madre
a Cartagena de Indias. René y yo nos quedamos a cuidar los gatos y los perros.
Cuando ellas regresen, será nuestro turno, y entonces ellas responderán por los
animalitos.
La única novedad
es Negra, una perra de dos meses que unos niños me trajeron una noche a la
puerta. Se la encontraron en la calle pero en su casa no les permitieron
quedársela. Me la ofrecieron con la promesa de venir a verla. Volvieron al otro
día. Volvieron un montón de veces. Se la llevaban unos minutos y me la
devolvían, al rato volvían de nuevo, hasta que preferí que se la llevaran de
una vez por todas porque no tenía tiempo para atender la puerta. La niña
amenazó con regalársela a otra persona. Pero volvieron. “Dejamos que la perrita
viva con usted y no lo vamos a molestar más”, dijeron. Y así fue. Ya le mandé
vacunar y ya le dimos nombre. Una perra
más en mi vida.
René y Pedrillo Pamplona, 2012 |
Durante mi
reciente viaje a México se perdió Milú en Pamplona. El año pasado heredé esta
perra porque Verónica se fue a vivir a un apartamento pequeño que no le permitía
tenerla. Era una perra muy loca pero muy bonita, fina, de buena familia, y a Pedrillo le gustaba.
Entretuvo sus días. En México recibí un correo de Alejandra. Me contaba que
salió a caminar con los perros y de pronto Milú se escapó. Un auto estuvo a
punto de atropellarla. Milú, asustada, escapó. Nunca volvieron a verla. René la
buscó por toda Pamplona y Alejandra fijó avisos en la calle. Tal vez se la llevaron
y la mantienen encerrada. Tal vez algún día se libere y vuelva. O tal vez ya se
encariñó con sus nuevos dueños: las perras son así. Pedrillo dejó de comer. Con
una perra hermosa cualquiera se encariña. René me escribió que el perro lloraba
de soledad en la azotea. Ya está viejo, para colmo de males. Arrastra las
patas. Sus uñas rastrillan el cemento de la calle. Nunca se recuperó de la
segunda caída de la azotea. Cuando vuelve de su paseo diario, ya no quiere
subir las escaleras y René tiene que llevarlo a la azotea en sus brazos. Negra
será su compañía el resto de sus días. Lo sigue a todas partes, busca su calor.
Creo que aún es muy pequeña para su viejo corazón. O tal vez Pedrillo tema que
esta perra también lo deje algún día. Le estamos dando unas pastillas. Pero
contra los años no hay remedio.
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