Anne Carson |
Anne Carson
MI PROFESORA DE GRIEGO
1
Yo era una adolescente desafecta necesitada de estímulos. La visión de las dos páginas yuxtapuestas, una de ellas un texto impenetrable pero de gran belleza visual, me cautivó (una edición bilingüe de los poemas de Safo) y me compré el libro. Al año siguiente destinaron a mi padre a otra ciudad igual de aburrida, pero lo que me salvó fue que en el instituto había una profesora de latín, una mujer excéntrica, que cuando supo de mi interés por aprender griego se ofreció a darme clases a la hora del almuerzo. Se llamaba Alice Cowan y le debo mi carrera y mi felicidad.
2
Me mantuve en contacto con ella de manera asidua durante años hasta que un día desapareció sin dejar rastro. Según los rumores, se había ido a vivir a África, pero nadie sabía exactamente adónde. Durante mucho tiempo no supe absolutamente nada de ella. Un día, al final de una lectura de poemas, una mujer que se identificó como hija suya me dijo que su madre había regresado de África y vivía recluida en un bosque al norte de Ontario. No quería que nadie la importunara, pero su hija me sugirió que le escribiera, porque tenía la certeza de que a su madre le agradaría saber de mí, aunque lo más probable es que no me respondiera, y efectivamente así fue. Le escribí una carta que no contestó. Nunca más he vuelto a saber de ella.
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