Señora Metro de París, 2017 |
Triunfo Arciniegas
En Paris con agua de panela
En Paris con agua de panela
Barcelona, 30 de marzo de 2017
Me pregunta un amigo colombiano que si estoy en París con aguacero. Ni lo uno ni lo otro. Tengo escalofrío, fiebre, dolor de cabeza, dolor de huesos. El amigo no pierde la oportunidad de recomendarme agua de panela con limón. ¿Se entenderá esta frase fuera de Colombia? Me reiría si tuviera alientos.
He pasado tres días de encierro, tres días perdidos. Cuando tengo el ánimo tan bajo ni siquiera soy capaz de tomar fotos. Y por acá la gente no es muy amable, ni siquiera en las farmacias, aquí los vendedores no sonríen. A ratos me siento como en Buenos Aires.
Tengo inflamadas las orejas. Se me van a caer? ¿Terminaré convertido en insecto? Con la ilusión que tenía de viajar a Praga, señor Kafka.
La gente pensaría que si uno está en Europa es feliz pero no: se trata de la misma vida miserable con distinto paisaje. El trabajo me sigue donde sea. Los problemas llegan, de todas maneras. De hecho, un viaje a menudo es una infinita resolución de problemas. Y los males me acompañan. El cuerpo ya no aguanta como antes. Ya no puedo ser el viajero salvaje de otros tiempos, cuando pasaba la noche en un árbol, debajo de una mesa o en la desolada silla de una estación de autobuses.
He pasado tres días de encierro, tres días perdidos. Cuando tengo el ánimo tan bajo ni siquiera soy capaz de tomar fotos. Y por acá la gente no es muy amable, ni siquiera en las farmacias, aquí los vendedores no sonríen. A ratos me siento como en Buenos Aires.
Tengo inflamadas las orejas. Se me van a caer? ¿Terminaré convertido en insecto? Con la ilusión que tenía de viajar a Praga, señor Kafka.
La gente pensaría que si uno está en Europa es feliz pero no: se trata de la misma vida miserable con distinto paisaje. El trabajo me sigue donde sea. Los problemas llegan, de todas maneras. De hecho, un viaje a menudo es una infinita resolución de problemas. Y los males me acompañan. El cuerpo ya no aguanta como antes. Ya no puedo ser el viajero salvaje de otros tiempos, cuando pasaba la noche en un árbol, debajo de una mesa o en la desolada silla de una estación de autobuses.