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Ilustración de Alekos |
Triunfo Arciniegas
Noticias de mentes
Cuernavaca, 26 de octubre de 2015
El doctor me dijo hace unos días en Pamplona que no tengo problemas de memoria. Y precisó: "Está distraído". Tengo tantas cosas en la cabeza, es cierto, tantos sueños y proyectos. Estoy saliendo de un oscuro pozo de cinco años. Parezco un colibrí, no precisamente por el peso: voy de una delicia a otra casi sin pensar.
He pasado encerrado estos cinco últimos días en Cuernavaca: trabajo una vez más La sirena de agua dulce. Sólo salí para revisar si aún funcionaba mi tarjeta Bancomer en el cajero y para comprar papel, un disco duro de tres teras y una memoria USB de 16 gigas. No he ido a cine, no he visitado ningún museo, ni siquiera pasé por el zócalo. Jardines de Acapantzingo ha sido mi único territorio desde que llegué a México.
Se supone que ya había enviado a SM la versión definitiva de La sirena de agua dulce, pero tuve la oportunidad de darle otra mirada al manuscrito. Voy como un tren, como un cohete. Una nueva versión puede significar uno o dos o hasta tres meses de trabajo, pero ahora tengo una nueva cada dos o tres días. De Colombia salí con la cosecha cucuteña de la versión 22 (12 de octubre), y ya el 24 de octubre estaba imprimiendo la 23. Ahora tengo la 24, la definitiva, se que publicará en agosto de 2016. Sólo tengo que verificar si digité los cambios correctamente, y ya. Una lectura rápida, y listo. Me iré con mi música a otro libro.
Escribí la primera versión de La sirena de agua dulce el 4 de mayo de 1999, en Pamplona. Eran apenas veinte páginas, trece brevísimos capítulos, pero la aventura de Adonay ya estaba toda, de principio a fin. Fue publicada por Norma en 2001, muy trabajada, por supuesto, cuatro veces más extensa, con treinta y cinco capítulos y unas bellas ilustraciones de Alekos. Qué tiempos. Vivía unos amores tormentosos y estrenaba la inmensa casa que aún conservo.
Cuando María Fernanda Paz Castillo decidió rescatar a Adonay para Ediciones SM, aproveché la ocasión y me sumergí hasta el fondo de sus aguas. La historia se fortaleció, como un río con las lluvias benditas. Nunca había experimento tanto regocijo ni tanta felicidad con la escritura. A menudo debía detenerme para sosegar el caballo de la emoción. Durante estos meses pasaron muchas cosas en mi vida, algunas graves y definitivas, pero nada me apartó de las páginas que ahora concluyo en Jardines de Acapantzingo, una de las regiones más transparentes del aire, en la bella y dulce Cuernavaca.