José Emilio Pacheco Foto de Gorka Lejarceg Poster de Triunfo Arciniegas |
Juan Cruz
EL DESIERTO MÁS SOLO
Fue una sensación extraña, como si la noticia hubiera sido escrita por una mano equivocada y estuviera llena de letras equivocadas y fuera, además, una equivocación alevosa, dura, hecha simplemente para dañar la vida. La noticia de que José Emilio Pacheco había tenido un accidente doméstico, que estaba grave. De pronto, la medianoche sin sustancia de los domingos perdidos irrumpió como un telón, hasta que la madrugada aviesa hizo comprobar que aquella falacia nebulosa de la noche se rasgaba con la contundencia sangrienta de un vidrio. Había sucedido que el gran poeta de los desiertos humanos, el hombre que parecía haber nacido de la voluntad de un libro, y de vivir entre ellos para evitar el desastre de las calles sucias, había muerto en México de aquella casualidad tremenda que le hizo una mueca rara nada más el día anterior. Fue una sensación como de desvarío, y en ella estuve todo el día, recordando su voz, sus ojos aniñados, su risa, y sus anécdotas. Al final del día, ayer mismo, pude escribir un tributo personal, la crónica de la muerte de uno de los escritores más sencillos, y más puros, entre los que he tenido la oportunidad de conocer. Un ser como de otro tiempo, que siempre esperaba que el otro dijera algo para activar desde dentro un sentido poco común de la alegría de escuchar. José Emilio Pacheco, no hay tantos como él. Eso decía yo en mi in memoriam.
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