lunes, 27 de abril de 2020

Casa de citas / Max Frisch / Montauk





Max Frisch

MONTAUK


El escritor recela de los sentimientos que no se prestan a ser publicados. Él espera entonces su ironía. Supedita sus percepciones a la cuestión de si son dignas de ser escritas y vive de mal grado lo que no puede en absoluto poner en palabras. Esta enfermedad profesional del escritor convierte a algunos en bebedores.
La literatura conserva el momento, para eso existe.
Amagannsett se llama, pues, la pequeña localidad donde ayer decidió relatar este fin de semana: de manera autobiográfica, sí autobiográfica. Sin inventar personajes; sin inventar acontecimientos que fueran más ejemplares que su realidad; sin desviarse con invenciones. Sin justificar su escritura en virtud del compromiso frente a la sociedad; sin mensaje. No tiene ninguno y, sin embargo, vive. Él solo quiere contar (con todo respeto hacia las personas que cita por su nombre): su vida. 
No vivo con mi propia historia, sólo con las partes que pude transformar en literatura.
Un nobel francés solicita papel y pluma por el trayecto hacia la guillotina a fin de anotar algo, y le son proporcionados. La nota podría, claro está, ser destruida en caso de que estuviera dirigida a alguien. No es así. La nota es pura y simplemente para él mismo: pro memoria.


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