jueves, 7 de noviembre de 2024

Casa de citas / La lluvia no sabe llover

 


Justo Serna

7 de noviembre de 2024


Los valencianos de siglos atrás conciben y padecen los desastres como puniciones divinas, como castigos que Dios manda a los naturales por los pecados cometidos. Justamente por eso, resulta habitual sacar en procesión a los patronos de las distintas localidades para obtener el perdón, con rogativas en las que pedir el cese de las lluvias torrenciales o persistentes. O para lo contrario: para superar una sequía que agosta y arruina los cultivos de esa huerta circundante. Por supuesto, esto no solo sucede en esa Valencia, sino también en tantas y tantas diócesis y parroquias de la cristiandad.


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En la cultura local y en el refranero hallamos ecos de las riadas, de las inundaciones, etcétera, para ilustración de los naturales que cultivan la tierra o simplemente en Valencia tienen su arraigo. Abans de Sant Joan, pluja beneïda, després de Sant Joan, pluja maleïda, dicho popular que expresa el ciclo fatal de las lluvias torrenciales. O: A la vora del riu no faces niu, dicho popular que alude al barraquismo, al chabolismo, que tan frecuentes fueron, por ejemplo, en la Valencia posterior a la Guerra Civil: en el cauce del Turia, con un caudal de agua habitualmente exiguo se asentaban auténticos poblados o barrios de chabolas de inmigrantes pobres, que serían arrastrados por las crecidas del río en 1949 y 1957.


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Las avenidas y desbordamientos también han tenido su eco en la cultura más refinada. Los hallamos como fuentes de inspiración literaria o como motivos, escenarios o fondos de creaciones artísticas. Ya lo rememoró Raimon en una de sus cancionesque son evocación personal y referencia colectiva. Me refiero a su pieza Al meu país la pluja… (1984). “Al meu país la pluja no sap ploure, / o plou poc o plou massa, / si plou poc és la sequera, / si plou massa és la catàstrofe…”.


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Pero hay más. Si nos limitamos al siglo XX, dos de los ejemplos más renombrados son la novela Entre naranjos (1900), de Vicente Blasco Ibáñez, y la pintura Amor de madre(1912-1913), de Antonio Muñoz Degrain. En ambos casos, podríamos decir, el novelista y el pintor sintetizan y condensan ciertas visiones de las catástrofes del siglo XIX.

Entre naranjos pertenece al ciclo de novelas valencianas de Vicente Blasco Ibáñez con explícita inspiración naturalista. Dicha obra probablemente contiene las mejores páginas de lo que es una riada o, si se quiere, el mejor ejercicio literario de los desastres naturales en tierras valencianas. Aquí, el emplazamiento corresponde a Alzira y el río que amenaza es el Júcar. Pero la descripción del desbordamiento sirve para reflejar la costumbre o la resignación con que se aceptaban estas aguas amenazantes a las que conjurar sacando en procesión al patrón o a la patrona.

“Las primeras lluvias del invierno caían con insistencia sobre la comarca”, mientras “la tierra rojiza de los campos obscurecíase bajo el continuo chaparrón”. Por su parte, “el río crecía. Las aguas rojas y gelatinosas, como arcilla líquida, chocaban contra las pilastras de los puentes, hirviendo como montones removidos de hojas secas”. Pero a pesar del riesgo, no pocos vecinos sólo parecían experimentar “una alarmada curiosidad”. ¿Para qué?, se preguntaban, si aquella inundación vendría a ser como todas las anteriores. Eso sí: la única preocupación era si en la Serranía de Cuenca llovía al mismo tiempo. “Si bajaba agua de allá, la inundación sería cosa seria”. De la despreocupación al pánico, los naturales que pueblan la novela acaban por pedir al patrón, sacándolo en santa procesión, encomendándose, pues, a la ancestral creencia: las lluvias torrenciales como un trasunto del Diluvio y, por tanto, como una maldición por la que penar.


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'Amor de madre'' de Antonio Muñoz Degraín (València, 1840 - Málaga, 1924). Óleo sobre lienzo.

'Amor de madre'' de Antonio Muñoz Degraín (València, 1840 - Málaga, 1924). Óleo sobre lienzo.MUSEU DE BELLES ARTS DE VALÈNCI

Por su parte, Amor de madre es probablemente la pieza valenciana más sobrecogedora del paisajista Muñoz Degrain. En la pintura asistimos a un episodio catastrófico: una inundación que vemos in medias res. Nunca sabremos qué riada representa el pintor o en qué desbordamiento se inspira. Probablemente, esas preguntas son innecesarias, pues la pieza es la quintaesencia de una inundación con elementos avecindados fuera de tiempo: naranjas y, a la vez, árboles en flor.

La imagen ha quedado fijada para siempre en el lienzo e ignoramos qué sucede después. Sabemos, eso sí, la localización en la que se inspira. Sabemos que es territorio valenciano por los motivos representados: una barraca, unos naranjos, una noria. Pero lo más importante, entre otras cosas, es (permítaseme decirlo así) el mar de fondo. O, por mejor decir, el río con violentos remolinos, el curso alborotado de las aguas que arrastran lodo, en una escena en la que todo fluye con violencia. Más importante aún es la figura de la mujer que mantiene en brazos y con dificultad a su criatura. Es una madre coraje y la imaginamos con angustia extrema. El episodio es dramático, no sabemos si finalmente trágico.

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Ni la historia, ni la tradición ni la modernidad han salvado a quienes perecen tras las lluvias torrenciales y las avenidas del barranco del Poyo o del río Magro, que nace en la sierra de Mira, entre Cuenca y Valencia. Son aguas que han enlodado mortalmente la vida cubriéndola de destrucción. La lengua no logra expresar el horror y al calificarlo de apocalíptico recurrimos al vocabulario religioso, a las metáforas consabidas, sabiendo ya, sabiendo además, que no hay patrón o patronos que poder sacar en procesión.


EL PAÍS




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