lunes, 25 de marzo de 2019

Casa de citas / Emma Reyes / El río

Wild River
Frank Lee

Emma Reyes
EL RÍO

Los sábados eran el gran día; ese día tenía que ir con Betzabé para lavar la ropa en el río. Salíamos muy temprano a la mañana. Betzabé se ponía en la cabeza el atado de la ropa y en un canasto llevaba la comida para las dos, yo llevaba el chorote para el chocolate. El camino era largo, a ratos Betzabé me alzaba para ir más rápido. El río Súnuba me parecía enorme, era el primero que veía en mi vida, a las orillas había cantidades de árboles, aguacates, guayabos, naranjos; siempre íbamos al mismo sitio donde el río hacía una curva y desde donde veíamos el puente. Apenas llegábamos, Betzabé jabonaba la ropa y la tendía sobre el pasto para despercudirla al sol, luego nos íbamos a recoger leña y a coger frutas; de regreso prendíamos el fuego y poníamos la olla con las papas y las mazorcas. Mientras se hacía la sopa, Betzabé juagaba la ropa, yo soplaba el fuego y cuidaba la olla. Cuando terminaba de extender la ropa, nos desvestíamos, ella se ponía un chingue, a mí me dejaba desnuda, me tomaba en los brazos y nos metíamos al río. ¡Qué felicidad! Yo hubiera querido que esos baños no terminaran nunca. Claro que cuando había tempestades y el río estaba crecido no podíamos bañarnos. Una vez fue terrible, estábamos almorzando, nos acabábamos de vestir y de un solo golpe el río subió varios metros; perdimos casi toda la ropa, lo único que Betzabé alcanzó a salvar fueron las sábanas. Con una rapidez increíble, me alzó y me subió sobre un árbol. Yo me agarraba con todas mis fuerzas y sentí que el agua con la fuerza que venía lo hacía temblar desde las raíces, ella corrió por entre el agua agarrándose a las ramas hasta llegar al puente y empezó a gritar; al rato vinieron una cantidad de indios que se amarraron por la cintura con unos lazos y todos unidos bajaron hasta el árbol donde yo estaba agrapada y me bajaron. Naturalmente perdimos la olla y toda la comida, regresamos temprano y muy agitadas. Betzabé lloraba porque creía que la señorita María la iba a echar de la casa por haber dejado perder la ropa pero, al contrario, se rió enormemente de nuestra aventura y dijo que la ropa no importaba.

Emma Reyes
Memoria por correspondencia
Bogotá, Laguna Libros, 2012, pp. 47-49




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