miércoles, 2 de noviembre de 2022

Casa de citas / Hebe Uhart / Sobre el taller

 


Hebe Uhart
SOBRE EL TALLER

1

No se enseña a escribir. Yo no enseño a escribir. Lo que les enseño entre lo que pueden estar haciendo y el esfuerzo que necesitarían hacer para escribir. El trabajo de un escritor es consigo mismo. No se logra por ósmosis. La gente es muy cholula, cree que se logra todo por ósmosis, por estar cerca de alguien. Lo lindo y bueno es raro. Lo que pasa es que es un oficio. Hay momentos de placer, de duda, de trabajo. No puede ser todo placer. Vos te casás y no es todo placer. Una vez estaba en una terapia de grupo y uno dijo algo que me quedó: “Si se trabaja en todas las áreas, para el amor también”.

La actividad de escribir tiene algo de actividad oculta, de brujo, uno hace cosas con las letras en el papel. Los indios, en un libro muy lindo, llamaban a un chico que sabía leer y escribir “el chico que conversaba con el papel”. Eso es muy lindo. Como cualquier oficio tiene todas sus partes. El que escribe tiene que darse cuenta de eso.

En la facultad nos juntábamos a tomar algo y hablábamos mucho, de todo. Eso se perdió, y es muy importante para la formación de los jóvenes. Se aprenden muchas cosas.

2

Muchas veces en el taller propongo escribir sobre la propia infancia, aunque por lo general hay una idealización de la infancia. Alicia Steimberg decía: “yo no les creo a esos que me dicen que tuvieron una infancia feliz”. Los chicos pueden aburrirse soberanamente, pero el que escribe, ya mayor y a lo lejos, no recuerda ese aburrimiento, o lo niega.

3

Si hago un texto mal hecho o una silla de tres patas o una mesa sin terminar, demuestro falta de interés o apuro por publicar.

4

Una alumna dijo “escribí una hoja y me cansé”. Un artesano nunca diría “hice una silla de tres patas y me cansé”. Las cosas se hacen y se terminan.

5

La mayoría de los errores de los que empiezan a escribir son por impaciencia, por querer terminar, por no detenerse en los detalles

6

Los chicos arman cosas y quieren ver rápido el resultado; el escritor no debe caer en ese pensamiento mágico, el interés debe concentrarse en el proceso. Un deseo no desarrollado en un niño causa una pataleta. En el grande, el deseo va aminorando con el tiempo, hay menos urgencias: te vas desapasionando. Nietzsche decía que cuando se anula la manifestación del deseo, finalmente se anula el deseo

7

Una chica en un taller de Córdoba escribía desde la necesidad, desde lo que le faltaba. Pero así, si uno escribe desde lo que le falta, le va a salir mal. Uno tiene que escribir desde lo que le sobra. Tampoco hay que dar demasiadas explicaciones al escribir. ¿Acaso uno da explicaciones por todo en la vida?

8

me parece que los escritores o los aspirantes a tales deben evitar los lugares comunes de los escritores, que hay muchos. Uno es que no podrían vivir sin escribir. Podría ser, pero es impúdico decirlo. Otro es llamar hijos a los libros. Otro es el terror de la página en blanco. Otro el de que los bestsellers no pueden ser buenos. Otro es llamar por el nombre de pila a un escritor conocido por todos pero que no conocen, usando una familiaridad cholula. Otro lugar común, que no sé si todavía está de moda, es ponerle a los personajes nombres y apellidos de colegas y escritores, como un guiño para elegidos, como si los que fueran a leer tuvieran que estar en la pomada.

9

Se va escribiendo de a poco, así como uno va viviendo de a poco lo que a uno le pasa. No debo apurarme ni tener ansiedad, sólo debo preocuparme en escribir, como decía Isak Dinesen, “un poco cada día, sin esperanza y sin desesperación”.

10

El taller es un estímulo, no es otra cosa. Yo he tenido de todo y nunca escribí una crónica de mis talleres

11

El siglo XIX es el siglo de la carta. Una carta tardaba quince días en llegar a destino y el estado de ánimo se mantenía más tiempo estable, mucho más que en nuestra época, cuando estamos acostumbrados a la comunicación vertiginosa. También era el mundo de los jardines hermosos, que no son espacios para atravesar o trasponer sino para detenerse, para meditar y reflexionar. En comparación con esas personas del siglo XIX que vivían en otro tiempo y paseaban por otros espacios, hoy cambiamos mucho más rápido, sin apenas posibilidad de conectarnos con nosotros mismos y sin transiciones.

12

El oficio de escribir es similar al de la vida. Tengo que darme tiempo, esperarme, reconocer cuándo un cuento es para mí y cuándo no. Cada uno tiene que saber dónde le aprieta el zapato. El trabajo del escritor no es tanto el trabajo de escribir sino todo el proceso de ideación previo. Si se escribe a la mañana o a la tarde, eso no importa tanto. Si estoy perezosa y dejo para mañana, no sirve. No hacer más de lo que yo puedo hacer me da una imagen más baja de mí misma. Esto sirve para cualquier trabajo que haga. Yo, por ejemplo, me quiero más cuando soy diligente, cuando no me achancho

13

Un alumno del taller escribió sobre su abuelo: “lo veo podando el cerco”. Esa es una visión idealizada y sentimental del abuelo y el apego no sirve para escribir. ¿Cómo, de qué manera podaba el cerco el abuelo? “Mi madre amasaba el pan cada día” es otra generalidad, hay millones de madres que han amasado el pan, pero ¿de qué forma?, ¿qué olores yo percibía cada día?, ¿de qué manera particular amasaba mi madre el pan? Siempre debo ir a lo particular para escribir14

14

Lo primero que tiene que saber el que va a escribir es cuál es su meta, con qué material se debe meter o puede meterse. Cada uno debe saber cuáles son sus limitaciones, decirse: no me puedo meter con este material, porque no lo puedo manejar. No todos los materiales son para mí. Yo debo saber que un tema me va a convocar y que se va a imponer sobre todos los demás. Es como elegir cualquier otra actividad de la vida. Como con un vestido: puede gustarme, pero yo sé que no me va a quedar bien. O como cuando voy a un restaurante, hay de todo pero tengo que elegir lo que a mí me gusta o lo que deseo comer o lo que puedo pagar del menú

15

Hay una pregunta de lo más curiosa: ¿Desde cuándo se siente escritor? Como si ser escritor fuera producto de una iluminación divina. No se nace escritor, se nace bebé.


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