Cristina Peri Rossi
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El amor es una droga dura: título de una de mis novelas. Desde el punto de vista biológico, el amor pasión es un cóctel de endorfinas que imprime al cerebro un altísimo voltaje. Lo que habría que descubrir es si algunas personas necesitamos ese cóctel con más frecuencia que otras, porque, de lo contrario, nos deprimimos. Sería, entonces, un sistema de defensa contra la depresión. Quizás quienes pueden vivir sin el amor-pasión tienen la suficiente serotonina como para no necesitarlo. Cuando los discípulos le preguntaron a Freud qué era el amor, contestó: “Preguntadle a los poetas”. En el estado de excitación cerebral de la pasión las imágenes, los símbolos, los colores, las formas, los sentidos adquieren una intensidad única. Los biólogos afirman que ese estado de sobreproducción de endorfinas no puede durar más que tres años, a lo sumo cinco, cuando la pareja no vive bajo el mismo techo; le sucede la producción de feromonas, que son las drogas de la serenidad y de la felicidad, dos sensaciones de menor voltaje, a veces, casi imperceptibles. Pero los adictos a las emociones fuertes (adictos a las endorfinas) suelen experimentar, entonces, una especie de desilusión, un bajón equivalente al síndrome de abstinencia de cocaína. Este es el substrato químico del régimen literario del enamoramiento romántico. Ahora los biólogos dicen incluso que no puede durar ni siquiera tres años, pero yo creo que hay un componente ideológico muy importante en esta restricción de lo pasional: una sociedad muy productiva no puede permitirse este derroche hormonal; al fin y al cabo, el amor pasión sólo produce sentimientos y emociones, difíciles de controlar y sin cotización en el mercado. Cuando publiqué El amor es una droga dura, muchos críticos se inquietaron: la propuesta de un amor romántico, exaltado, en régimen de vida o muerte, les pareció muy peligrosa. Sin embargo, la sociedad de consumo está dispuesta a vivir estresada por el trabajo, por la Bolsa, por la inseguridad ciudadana, por las hipotecas. La pasión romántica provoca estrés, pero la falta de pasión produce aburrimiento. La pasión no persigue la felicidad; es un fin en sí misma. La felicidad es un sentimiento mucho más débil.
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Para mí la escritura forma parte de la pasión; escribo en estado libidinal hasta los artículos periodísticos. No distingo entre la energía amorosa y la artística; nacen del mismo lugar. Escritura, amor y juego para mí son la misma cosa; en todo caso, lo importante es la concentración, la intensidad que tienen las tres. Actividades llevadas al límite. Estoy de acuerdo con Antonio Machado, que dijo: la inteligencia no escribe buenos versos. Pero cuando tengo que elegir, y eso, por suerte, no ocurre muchas veces, elijo la pasión amorosa. Sé que será un enorme estímulo para escribir, por lo tanto, no pierdo nada. Y si perdiera algo, no me importaría. Si me ofrecieran el Premio Nobel o una noche más de amor, elegiría una noche más, pero quizás es porque ya no soy tan joven, y como Fausto, anhelo la oportunidad de decir: “Detente, instante, eres tan bello”.
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Yo creo que la gente se hace adicta al trabajo porque no está enamorada, o porque le teme al desorden amoroso; es la tesis de Solitario de amor. El amor romántico necesita ocio, tiempo, dedicación. Si trabajamos doce horas al día, más los desplazamientos, sólo en la etapa de producción intensa de endorfinas podemos enamorarnos. Se forma un círculo muy perverso: no se enamoran porque trabajan mucho, pero trabajan mucho porque no están enamorados. Ni los ricos saben ser ricos: viven como los pobres, es decir, trabajando, preocupados, estresados. En Estrategias del deseo cité el título del libro de Caballero Bonald: Somos el tiempo que nos queda. La vida es tiempo. El mayor tributo que le podemos hacer a quien amamos es nuestra disponibilidad, es regalarle nuestro tiempo, que es vida. Cuando estoy enamorada, ni siquiera leo el periódico, ni escucho la radio, ni miro la televisión: qué me importa el mundo, ni las noticias, si en la fusión amorosa encuentro, justamente, todo el mundo. Hasta me parece poco elegante, poco cortés, en el sentido amoroso del término, perder el tiempo leyendo el diario. El amor romántico impregna lo cotidiano de tal aura de excepcionalidad que el mundo exterior parece superfluo, inhabitable. No se trata de hacer cosas insólitas, sino justamente de convertir lo habitual en diferente, insólito, y eso lo consigue la pasión, la fusión. Cuando no existe, la vida es más pálida. Menos estresante, pero también menos intensa. La mayoría de las personas trabajan más de ocho horas, además hacen un curso de inglés y van al gimnasio.
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