ESCRITOR
Ser escritor en Portugal es como estar enterrado y arañar sin cesar la tapa de su propio ataúd.
Ser escritor en Portugal es como estar enterrado y arañar sin cesar la tapa de su propio ataúd.
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Labial París, 2017 Fotografía de Triunfo Arciniegs |
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Carta de Henry Miller a Brenda Venus |
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Marlene Dietrich |
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Nélida Piñón |
La ambición desmedida tiene mucho más prestigio. La bondad no es un momento histórico, está asociado a la ignorancia, a la ingenuidad. Tiene un propósito sin propósito. Porque no tiene ambición por sí misma, no tiene dinero, no tiene oro. No tiene la enfermedad de la ambición. Eso es algo que me encantaría. Si me preguntas si quiero ser inteligente, puedes preguntármelo. Sí, quiero. Pero quiero una inteligencia que me abrace, que me bendiga, para no hacer tonterías. Una inteligencia que me enseñe el camino para ser generosa, que me enseñe el bien, y que me ayude a escribir lo que quiero. Y no sé lo que quiero.
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Nélida Piñón |
La familia mata, asfixia y todo, pero también salva. La familia es el sitio al cual regresar cuando estás perdido.
Mi ginecólogo me sigue por Twitter, la verdad es que no sé qué más quiere ver.
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Juan Marsé Ilustración de Triunfo Arciniegas |
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Koko Kondo Nueva York, 2018 |
Tendría dos o tres años. Mi padre era un reverendo protestante y muchos huérfanos, niños de la calle, venían a la parroquia. Me trataban como su hermanita. A muchos no podía verles la cara, estaban desfigurados. Yo no tenía recuerdo de la bomba, sabía que había pasado algo terrible pero también que no debía preguntar. Un día, una de estas niñas me peinaba. Me volví a mirarla, quería ver cómo lo hacía. La chica tenía los dedos de las manos fundidos entre sí.
De unos tres metros de largo y cuatro toneladas de peso, la bomba que llevaba 50 kilos de uranio tardó 43 segundos en caer. Su explosión a unos 580 metros de altura sobre el centro de la ciudad causó una bola de fuego de 28 metros de diámetro y una temperatura de 30.000 grados centígrados. La fuerza del estallido derrumbó edificios, atrapó a miles de personas bajo los escombros, arrojó cuerpos en posiciones grotescas. El calor imprimió sombras permanentes en lo poco que quedó en pie, derritió ojos y pieles; comenzaron incendios. Muchos supervivientes hablarían después de ríos llenos de cadáveres flotando; de voces bajo las ruinas que suplicaban ayuda mientras se acercaban las llamas; de riadas de heridos con aspecto fantasmal, algunos con los ojos en las manos, otros con los brazos en alto para que la piel hecha jirones no tocara el suelo, caminando en silencio sin saber muy bien a dónde.
70.000 personas murieron inmediatamente, entre ellos 3.600 de los escolares que demolían viviendas. Otras 70.000 fallecerían antes de que terminara el año, de sus heridas o por la radiación. Hasta agosto de 2019 se contabilizaban 319.816 víctimas fallecidas a lo largo de los años como consecuencia de esa bomba y de la que la Fuerza Aérea de EE UU arrojaría tres días después, el 9 de agosto de 1945, en Nagasaki.
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Hiroshima |
De los varios objetivos propuestos, hubo algunos en aquel grupo que querían tirar la bomba en la bahía de Tokio. Una explosión de tal envergadura frente al palacio imperial y las ventanas del Gobierno nipón les obligaría firmar la capitulación y las víctimas habrían sido casi testimoniales. Sin embargo, ganó el ala dura. Si querían impresionar a los generales japoneses y, de paso, al mundo entero, con el poder de EEUU en forma de bomba, había que tirarla en una ciudad para que la destrucción y la mortandad sirvieran de ejemplo. De forma algo macabra, Hiroshima y Nagasaki formaron parte de una lista de ciudades objetivo que no había que bombardear con armamento convencional o bombas incendiarias. Querían reservarlas intactas para la bomba atómica.