viernes, 15 de agosto de 2025

Yōko Ogawa / Hotel Iris / Reseñas

 




Yōko Ogawa
HOTEL IRIS

1

Maestra en el arte de crear atmósferas perturbadoras y personajes inquie­tantes, Yoko Ogawa sitúa en una pequeña población costera y durante la sofocante estación estival una turbulenta historia de iniciación y de amor. La joven recepcionista del Iris presencia una violenta escena entre una prostituta y un hombre ya maduro en el vestíbulo del hotel. La voz mascu­lina, autoritaria y firme, ejerce sobre ella una extraña atracción. Un día, mientras está en el mercado, reconoce al hombre, lo sigue sin saber muy bien por qué y habla con él. A partir de entonces un hilo sutil pero inque­brantable irá tejiendo alrededor de la adolescente y del solitario y tímido traductor de ruso una espesa red cargada de dependencias mutuas, rituales carnales, humillaciones; una complicidad construida sobre las bases del sexo, el amor y la muerte. Para la joven es un descubrimiento de sus senti­mientos y de su cuerpo, es una rebelión, es el crecimiento; para el hombre, esta relación tal vez sea el único remedio con que aplacar un antiguo dolor.

LECTULANDIA

2

Nacida en la prefectura de Okayama, el 30 de marzo de 1962, Yoko Ogawa cursó estudios en la Universidad Waseda de Tokio e inició su exitosa carrera literaria a muy temprana edad, en 1986, con la publicación de la novela Cuando la mariposa se descompone. En 1991, con su segunda novela, El embarazo de mi hermana, se hace acreedora al Premio Akutogawa. Quedó sumamente afectada tras leer el Diario de Anne Frank, sobre el que escribió un ensayo en 1998 y se refleja a través de guiños a lo largo de su obra, expresamente en su más reciente novela, La policía de la memoria. Se reconoce asimismo influida por el Nobel, Kenzaburo Oé, obcecado por diversas formas de monstruosidad. Dicho efecto es llevado al delirio en Hotel Iris, cuya protagonista, Mari, una adolescente de diecisiete años, hija de la dueña del hotel que da título a la novela, forma parte del inmueble y es explotada laboralmente por su propia madre que insiste en peinarla a diario con aceite de camelia. Mari se encarga de la recepción y ocasionalmente suple a las camaristas. Un altercado entre una prostituta y su cliente alarma a los huéspedes. Parece ser la primera vez que la inocente Mari confronta situación semejante. Ve salir a la mujer desgreñada y despavorida, y a sus espaldas alguien exclama: ¡cállate puta! La fisonomía del dueño de la voz no corresponde al rugido que la ha impactado: enjuto, más aún, inocuo; lo bastante viejo para ser su abuelo. Se gana la vida traduciendo instructivos del ruso y por hobby traduce una truculenta novela rusa sobre un cuaderno pautado, con caligrafía exquisita. Nunca conoceremos el nombre de este personaje a quien se alude simplemente como “el traductor”, en minúsculas, Tampoco el autor ni el título de la novela que traduce. El hombrecillo no tarda en advertir el acecho de Mari. Su reacción inicial es violenta, pero no tarda en descubrir en aquella chiquilla de grandes ojos lo que siempre ha buscado: una víctima voluntaria. Permite entonces que Mari ingrese a su solitario y torcido mundo de látigos y navajas, y ella descubre el placer del miedo y del dolor a través, primero, de un violento desfloramiento que la vuelve consciente de su cuerpo, infinita herida en carne viva. Lo mejor viene tras el suplicio: “el traductor” se muestra tierno y considerado, como el padre que no alcanzó a conocer. Es viudo y en la isla se rumora que mató a su esposa. Mari no sólo ha creído la historia: la emociona. Particularmente cuando se topa con la mascada con que, se supone, se llevó a cabo el estrangulamiento, cuidadosamente doblada en un cajón, más como prenda de uso habitual que como tesoro. Ante su madre, Mari inventa excusas delirantes para acudir a sus citas con “el traductor”. Lo único que pudiera haber de anómalo en su relación, piensa, es que sea lo bastante viejo para ser su abuelo, y ni eso. Hasta que toca a su puerta un enigmático muchacho mudo de cuyo cuello pende una libreta de notas y que “el traductor” presenta a Mari como su sobrino político. Por primera vez un tercero se incorpora a aquella perfecta intimidad. El sobrino, que tampoco tiene nombre, se presenta como la pieza clave para descubrir la verdad sobre la muerte de la esposa de “el traductor”.

SEMANAL

3

Hotel Iris, la historia de amor sadomasoquista de Yoko Ogawa, es afortunadamente breve. Digo "afortunadamente" porque es una novela que te cautiva a regañadientes. Ogawa es una escritora capaz de seducir a los lectores contra su voluntad y, como prueba de su poder, ha cosechado importantes premios literarios en Japón y elogios de la crítica en Estados Unidos por muchos de sus veinte libros anteriores. Al igual que sus compatriotas Kenzaburo Oe y Natsuo Kirino, Ogawa se siente atraída por lo grotesco en la personalidad y el comportamiento humano; en Hotel Iris, novela corta de 1996, traducida al inglés por Stephen Snyder, esa fascinación por lo grotesco es explícitamente, incluso repulsivamente, sexual. Esta no es la clase de novela redentora adecuada para uno de esos apéndices editoriales concisos titulados "Preguntas para la discusión en grupo de lectura". En cambio, piense en algo decadente, minimalista, profundamente triste y retorcido.

NPR


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