viernes, 1 de agosto de 2025

Joan Margarit / Último ecos





Joan Margarit
ÚLTIMOS ECOS

Terminada la guerra,

el saco familiar de historias tristes

se abría en cada casa: personajes

que para aquellos niños fueron sólo

un nombre, un dolor vago en los retratos

explicados en tardes de domingo

sin luz eléctrica, que se morían

oscurecidas como un gran desván.


Nuestra alegría se desparramaba

por todos los solares, con silbidos

que en el crepúsculo se oían

mezclándose al llamado de las madres.


Vuelvo a la Escuela Nacional de Niños,

puedo oír, en la calle sin aceras,

el recreo en mitad de la mañana,

el griterío y las rodillas sucias

tras pelotas de trapos y cordeles.


La calle polvorienta donde estuvo

con su estucado gris y sus dos aulas,

sin ningún patio ni jardín, mi escuela.


Pero, de aquellos días queda, apenas,

el frío anochecer

que mi padre traía en el abrigo,

miedos nocturnos, tardes

de juegos en lejanas azoteas.

 

Y la sombra de inviernos ferroviarios,

cuando al alba mi madre iba alejándose

por una calle oscura y solitaria

con mi hermana cogida de la mano:

la maestra y su niña hacia la escuela,

tapadas con bufandas bajo el frío.


La infancia transcurría sin pasado:

cometas de papel en la alta tarde

y canicas debajo de los muebles

y aburrimiento de calcomanías

en los días más fríos y lluviosos.


Mi madre, con mi hermana, ya se alejan

en un tren sin paradas que recorre

las soledades de mi propio invierno.




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