Triunfo Arciniegas
El amante de Madame Bovary
-¿Qué hace cuando no escribe?
-Me echo en la cama hasta que me duele la espalda.
-¿En serio?
-“Sin mis dieciocho horas de sueño soy un inútil”, dijo Woody Allen.
-¿Entonces ha escrito dormido más de cuarenta libros?
-Cuando ando volando bajo puedo quedarme horas y horas mirando el marco de una ventana.
-¿Y cuando vuela menos bajo?
-Veo televisión.
-¿Qué programas?
-Cualquier cosa, hasta El Chavo del Ocho. Conocí a Roberto Gómez Bolaños el año pasado. Hice una fila de tres horas en la Feria del Libro de Guadalajara para que me firmara sus memorias. En México tengo amistades que lo detestan por sus ideas políticas, pero respeto su obra y me parece admirable que sus personajes ya tengan cuarenta años y sigan fascinando a los niños. Unos niños cuyos padres no habían nacido cuando Chespirito se inventó el cuento. Este apodo, que significa “Pequeño Shakespeare”, le cae de maravilla. Pequeño, es cierto, pero al fin y al cabo un “Shakespeare”.
-¿Y cuando toma un poco de altura?
-Leo y ya no me siento como el gusano que contempla golondrinas.
-¿Qué lee ahora?
-Desde el mes pasado La novela de Genji, escrita por Murasaki Shikibu entre finales del siglo X y principios del XI. Una maravilla japonesa de casi dos mil páginas, un mundo anterior a las geishas, el kimono y los samurais. A veces es como volver a Proust. Murasaki tiene la estatura de un Balzac o un Cervantes. Kawabata, Paz, Yourcenar, Borges y otros se quitan el sombrero ante sus páginas.
-¿Y de relecturas?
-Hemingway. Un día de la semana pasada amanecí con ganas de leer las obras maestras de Hemingway: Las nieves del Kilimanjaro, La vida breve y feliz de Francis Macomber y Los asesinos. Al otro día me dio por leer mis cuentos favoritos de Hemingway: El gato bajo la lluvia, Campamento indio y El campeón. Hemingway es un placer asegurado. Hace unos quince o veinte años, en el suplemento literario del que entonces era el periódico más importante del país, se levantó una polvareda. Palabras más, palabras menos, se decía que Hemingway era un escritor menor. Me sentí herido, como si me hubieran mentado la madre. Alguien que ha escrito los cuentos que acabo de mencionar, y además El viejo y el mar, París era una fiesta y el séptimo capítulo de Por quién doblan las campanas, no es ni será nunca un escritor menor. Y otra cosa: ningún otro escritor ha tenido una vida tan fascinante. Le cuento un secreto. El poco inglés que manejo lo aprendí para leer a Hemingway en su idioma. Hemingway y
Playboy. Los dos pilares fundamentales de mi formación son Hugh Hefner, por la celestial revista, y el Padre Astete, por su catecismo infernal. En mi niñez, Astete. El resto de vida, Hefner, el hombre más envidiado del planeta Tierra.
-¿Puede hacer la misma selección con Borges?
-Sus obras maestras, en el orden que usted considere: El Sur, Las ruinas circulares y Tlön, Upbar, Orbis Terties. Pero mis favoritos, en riguroso orden, son La intrusa, Emma Zunz y La casa de Asterión. Podría mencionar otros tres si me lo permite: El evangelio según Marcos, El inmortal y El hombre de la esquina rosada. Quedan por fuera unos cuantos títulos. Sólo permítame añadir uno más, que no es exactamente un cuento pero sí una pieza perfecta: Borges y yo. Borges es el más grande en nuestra lengua. Antes que él, sólo Cervantes.
-¿Y de Cortázar?
-Es curioso: los tres cuentos que más me gustan de Cortázar pertenecen a su primer libro,
Bestiario: La casa tomada, Carta a una señorita en París y Circe. Me quedan por fuera Axolotl, que es la historia de un hombre que va a un acuario a contemplar un pez y al final es el pez que contempla al hombre que viene a visitarlo al acuario, La noche boca arriba y Cartas de mamá. Pero diría que la obra maestra de Cortázar es El perseguidor. En todo caso, al igual que con Borges, una lista difícil.
-Por último, Rulfo.
-Quitémonos el sombrero primero. Las obras maestras y los que me gustan, en este caso, se confunden: Es que somos muy pobres, Talpa, Diles que no me maten. Pero debo añadir otros tres, del mismo nivel: La herencia de Matilde Arcángel, La Cuesta de las Comadres y Macario. Y podría añadir otros tres. Y otros tres. Rulfo, al igual que Kokorico, no tiene presa mala.
-Esa misma pasión la experimentó por un poeta, por Pablo Neruda.
-Durante años creí que no me curaría de este sarampión. Ya casi no lo leo. Escribió tantos libros malos. Con
Residencia en la tierra hubiera bastado, y con su espléndido libro de memorias,
Confieso que he vivido. Y algunas odas, sólo algunas. Y fragmentos de
El Canto General. Fui a Chile a conocer sus casas. Conocí La Chascona en Santiago, La Sebastiana en Valparaíso, y la más famosa de todas, esa casa de madera y piedra en Isla Negra, allí donde reposan sus huesos junto a Matilde Urrutia.
-¿Sigue con la antología mental?
-Sigo. De cuando en cuando añado un título. Mencionemos tres nada más: Pata de mono, de Jacobs, La hoja que no había caído en su otoño, de Julio Garmendia, y Delicada presa, de Paul Bowles.
-La antología mental sólo considera obras maestras, ¿cierto?
-Una por autor.
-¿Cuál de Raymond Carver?
-Parece una tontería.
-¿De Truman Capote?
-Miriam.
-¿De Faulkner?
-Una rosa para Emily. Pero no he leído todo Faulkner. Es uno de los autores que me ha quedado grande.
-¿De Chejov?
-La boticaria.
-¿De Maupassant?
-Bola de sebo, por supuesto.
-¿De Carlos Fuentes?
-Ninguno. Ojalá me equivoque, pero Fuentes va para el cesto del olvido. Es un escritor con más imagen que obra, como pasa con tantos otros, como pasa en Colombia, y no me pregunte nombres porque no quiero acrecentar la lista de los enemigos.
-¿De Vargas Llosa?
-Cuentos, no. Vargas Llosa es novelista, y de los grandes. Me quedo con
Conversación en la Catedral,
La Casa Verde y
La fiesta del Chivo. Ante cualquiera de estas novelas me quito el sombrero, pero tiene libros horribles:
Pez en el agua,
Elogio de la Madrastra,
Los cuadernos de don Rigoberto. Y una absoluta obra maestra, uno de mis libros favoritos,
La orgía perpetua, donde Vargas Llosa desarma y vuelve a armar con delicia otra obra maestra,
Madame Bovary. No se puede negar que le están debiendo el Nobel.
-¿A Vargas Llosa y a quién más?
-Rubem Fonseca, Paul Auster, Kazuo Ishiguro, Ian McEwan, Haruki Murakami, Javier Marías.
-Sigamos con la antología mental. ¿De Felisberto Hernández?
-Otra vez estoy en problemas, porque Felisberto es uno de mis escritores más amados. Un título para mi antología mental, uno solo, con todo mi pesar, El cocodrilo.
-¿De Onetti?
-El infierno tan temido, que es la historia de una mujer que le envía a su hombre las fotos pornográficas con sus nuevos amantes.
-No se me ocurren otros nombres por ahora.
-Por suerte.
-¿Sigue coleccionando libros?
-Con el mismo placer de la adolescencia.
-Ha llenado su casa de libros.
-Nada más cuatro habitaciones.
-¿Qué libros o autores lo indujeron a la vida literaria?
-Flaubert con su
Madame Bovary y Hemingway con sus maravillosos cuentos. Mientras otros leían
María, de Jorge Isaacs, Madame Bovary pervirtió mi adolescencia. Pero debo nombrar otros, de estos mismos años: Kafka, Moravia, Neruda. Hasta acá la respuesta. Por el camino encontré y sigo encontrando maravillosas compañías: Nabokov, Raymond Chandler, Raymond Carver, Capote, Camus, Bukowski, Calvino, Bowles. La lista continúa.
-¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
-
Madame Bovary. Soy un amante de
Madame Bovary, como puede apreciarse. Pero, si en realidad la isla está desierta, me conformaría con cualquier madame de carne y hueso.
-¿Cuántas veces ha leído esta novela?
-Nada más siete, y hace como veinte años que no la leo. Espero que la vida me alcance para las otras siete lecturas.
-¿Hay un libro que haya leído más veces?
-
El coronel no tiene quien le escriba.
-Otros dos libros para el equipaje de la isla desierta.
-Las obras completas de Shakespeare y
Don Quijote.
-¿Qué hace cuando vuelta alto?
-Escribir, por supuesto. O pintar. O hacer fotografía.
-Ha vuelto a pintar.
-He vuelto a pintar después de casi treinta años. Creo que por fin voy a quitarme el estigma de pintor frustrado. Estoy experimentando con acrílicos. Por ahora, pinto hojas y traseros.
-Extraña combinación.
-Hojas verdes y traseros morenos, sobre papel acuarela y sobre madera. En realidad, quiero ejercitarme para ilustrar un libro con esta técnica. Ilustro libros para niños. Los ilustradores profesionales detestan que me meta a sus potreros. Imagínese, con tantos libros para niños que he publicado, a cuántos ilustres ilustradores les he dado de comer. En fin, cada vez estoy más metido con esta delicia. De
Roberto está loco, que va con mis mamarrachos, Fondo de Cultura Económica, de México, hizo el año pasado una edición de ochenta y dos mil ejemplares para la Secretaría de Educación Primaria. Los profes que hicieron la selección aceptaron por igual el texto y mis ilustraciones. No estoy tan mal.
-¿Cómo fue el proceso?
-Escribí ese texto hace unos quince años, ya con dibujos. Hice la maqueta definitiva hace unos tres años, y luego las acuarelas. Fotografié las acuarelas y las trabajé en el computador. Presenté el libro al editor en el mismo portátil, en Ciudad de México. El editor lo aprobó de inmediato, pero el director de arte, Mauricio Gómez Morín, dijo que la resolución era muy baja. Volví a fotografiar, volví a trabajar las ilustraciones hasta triplicar la resolución, volví a presentar el libro y seguía con el mismo problema. Se me fueron las vacaciones mexicanas en este libro. Volví a Colombia, me compré una cámara de 8 megapixeles, que en ese entonces me costó un ojo de la cara, y repetí el trabajo. Cada ilustración alcanzaba esta vez unas veinticinco megas. Necesité dos CDs para esta nueva versión y por fin convencí al editor de arte, a quien agradezco sus luces y su bondad.
-¿Qué otros libros ha ilustrado?
-
Las batallas de Rosalino y
Caperucita Roja y otras historias perversas. Ilustré unos cuentos de Jean Muzi para Norma. Y tengo unos cuantos títulos míos listos para publicar.
-¿Qué pintores lo han marcado?
-Picasso, el más grande de todos, el gran artista del siglo XX. Picasso es bueno hasta para el oficio de la escritura. Pero hay otro pintor que me fascina, Balthus.
-¿De dónde vienen
Las batallas de Rosalino?
-De los bigotes de Rosalino Pacheco, un profesor de Pamplona, y del oficio de mi padre, herrero por más de medio siglo. Había intentado escribir este libro un par de veces cuando supe el nombre del profesor. La idea siguió dando vueltas hasta una noche en que parece que se entraron a la casa los ladrones. Vivía en Meissen, al sur de Bogotá, y en ese momento era el único hombre en la casa, aparte de los supuestos ladrones. Las muchachas, la hija y la sobrina de la dueña, que estaba en ese entonces en un pueblo del Tolima con su esposo, subieron al tercer piso a despertarme para que espantara a los ladrones. Los perros habían ladrado con desesperación, según dijeron. Seguido por las damas, como un caballero medieval, recorrí la casa con una escoba en las manos, rogando que no hubiera nadie, por supuesto. Y no había nadie. Nos quedamos conversando en la sala hasta el amanecer, cuando llegaron las señoras que trabajaban en el restaurante. La hija y la sobrina se fueron a dormir y yo, sin sueño, me senté a escribir. Escribí treinta horas, hasta concluir la historia de Rosalino. La hija, que oyó el tableteo de mi máquina toda la noche siguiente, me dijo: “Anoche dormí tan tranquila sabiendo que usted estaba despierto”. No le respondí que si los ladrones hubieran pasado por mi lado no me hubiera dado cuenta porque estaba en otro mundo, con un caballero medieval y su gato. Con esa primera versión regresé a Pamplona después de mitad de año. Envié antes de diciembre la tercera versión al Premio Enka y seguí trabajando el texto. Cuando se anunció el fallo, ya iba por la cuarta o quinta. El libro se publicó en 1989 pero seguí haciendo versiones, hasta pasar de veinte. En el 2002 Alfaguara publicó la que considero la versión definitiva.
-¿Cuál es el libro de literatura infantil que le hubiese gustado escribir?
-
Las brujas, de Roald Dahl.
-¿De qué libro publicado se arrepìente?
-De ninguno, aunque cada vez que tengo la oportunidad hago otra versión.
-Hábleme de la fotografía.
-El fotógrafo es un pintor frustrado. Tengo el ojo. La cámara hace el resto. Todo mundo toma fotografías, pero el artista tiene el ojo, es decir, una visión del mundo, y una apremiante necesidad de expresarse. En Chíchira, Alcaparral, El Naranjo y Alto Grande, que son veredas de Pamplona, paralelo al trabajo teatral, fotografío niños, animales y paisajes.
-Me hace acordar de Lewis Carroll.
-No sólo fotografío niñas. Y no las desvisto. No hago fotografía erótica. Entre la magia y el silencio, la exposición que hice en el Consulado de Venezuela en Cúcuta este año, consta de tres temas: el paisaje, los animales y la gente. En todas las fotografías es palpable el respeto y la admiración. No hay una sola fotografía denigrante o vulgar o irrespetuosa. Tal vez hay un poco de nostalgia porque se trata de un mundo destinado a desaparecer.
-Vamos a la escritura. ¿Cómo empezó su vida literaria?
-Con las cartas a mi abuela. Con la nostalgia. Nos fuimos de Málaga a Pamplona cuando todavía era un niño. En Málaga se quedó la abuela, el primer amor de mi vida. Pamplona, con su niebla y sus montañas peladas, me golpeó. Como siempre he sido de pocos amigos, me refugié en las cartas. Le escribía largas cartas a mi abuela, con coplas y dibujos. Si se me agotaba el material, pues, inventaba. Ahí están ya los elementos de mi escritura: la poesía, la ilustración, la ficción como elaboración de la realidad.
-¿Cómo fue su infancia?
-Miserable.
-¿Con qué soñaba?
-Quería volar.
-¿Pesadillas?
-Me perseguían los vampiros.
-Usted nació en Málaga, y vivió por más de 10 años a la orilla del camino que conduce de Pamplona a Monteadentro, un lugar muy tranquilo. ¿Cree usted que esto le ayudó a formar su capacidad creativa?
-El paisaje echa raíces dentro de uno. Dentro de uno van los árboles y los ríos de su propia tierra. Es inevitable.
-¿Qué música escucha cuando escribe?
-Ninguna. Antes, para que la magia entrara al cuarto, bastaba con escuchar Pink Floyd y encender un cigarrillo. Ahora ni siquiera fumo.
-Usted es un hombre tímido.
-Se dice que los hombres tímidos son los que asaltan los aviones. Con frecuencia sabemos de actores y cantantes tímidos, a pesar de que su oficio es precisamente exponerse ante los ojos de los demás con grave riesgo. Así es el escritor, un jugador de cartas que se expone en cada libro, un hombre que lo arriesga todo. Creo que esta es una definición de Truman Capote.
-“Cuando Dios da un don, da un látigo.”
-Otra frase de Capote.
-Constantemente menciona el color azul para describir ojos y objetos. ¿Representa este color algo especial para usted?
-Los colores tienen sus connotaciones, desde luego. Nuestras inmensidades, el cielo y el mar, son azules. Inmensidad, profundidad y belleza son cualidades de este color. Pablo Neruda le dijo en un poema a Federico García Lorca: “Por ti pintan de azul los hospitales”. Picasso tuvo una época azul donde pintó el dolor y la desesperanza. La pena es negra, el dolor es azul.
-¿La ausencia del padre en sus historias tiene algo que ver con su vida?
-Mi padre es una ausencia. Borracho, y como hombre sentimental, el terror de la casa. Sobrio, un silencio insondable. Los hogares de mi ficción vienen sin padre. Y cuando lo hay, no tiene la menor importancia. El hogar gira alrededor de la madre. En general, la mujer es la fuerza, el centro del universo. Así lo siento en mi vida personal.
-Cuéntame a grandes rasgos cómo es su familia.
-Tengo once hermanos vivos, y un medio hermano. De una u otra manera han entrado en mis historias. Hacen parte de mi infancia, territorio inagotable. Con los años, cada cual toma su propio camino y marca las distancias. Nos unía nuestra madre. Todos íbamos a la casa que ella habitaba. Pero mi madre murió hace siete años, y resulta difícil reunirse alrededor de su ausencia.
-Un día me manifestó su idea de irse a vivir a Cartagena. ¿Se va a hacer realidad?
-Como tanta gente, quiero vivir cerca del mar. Una vez que me libere del magisterio, tendré la oportunidad de vivir donde quiera, y Cartagena me encanta. Escribir en las mañanas, caminar por la playa al atardecer, beber la brisa.
-¿No se va del país?
-Ni siquiera cuando el barco se hunda. Lleva varios años hundiéndose, valga la aclaración. Es una porquería de país pero es el mío, mi propia porquería. Hago viajes de dos o tres meses y siempre regreso. Es horrible despertar en tierra ajena. El mundo es ancho y ajeno, es cierto, pero en su patria uno tiene la ilusión de que al menos el aire le pertenece. Aquí hablan como uno habla, aquí se come lo que tiene por costumbre, aquí están las mujeres que le hacen a uno torcer el pescuezo.
-¿Su reino no es de este mundo?
-No hay otro reino, no hay otro mundo, promesas de políticos y religiosos. Los libros son para mí, fundamentalmente, un medio de evasión. Mi droga. Un tipo arrogante decía en la última feria del libro que leía para conocerse más a sí mismo. Qué pereza. Yo leo para olvidarme un poco de mí mismo, para vislumbrar otros mundos. “Esta noche quisiera estar en la piel de otro”, dijo Oscar Wilde. En la Edad Media hubiese sido alquimista o un monje pervertido, y antes hubiese probado suerte como brujo mientras otros salían de la cueva a arriesgar la vida cazando fieras.
-Probó suerte en Venezuela.
-Probé desgracias. Fui infeliz e indocumentado en Venezuela antes de ingresar a la universidad. Trabajé como herrero y portero de discoteca. Quería llegar a Caracas y no pasé de San Cristóbal. Sólo lo conseguí como quince años después. Ahora, cada año voy dos o tres veces a Caracas a comprar libros y recorrer calles.
-Tuvo más suerte en México.
-México es una bendición, un maravilloso país, con una gente amorosa y hospitalaria, con una comida fascinante y una cultura muy particular. Allí duermo tranquilo y sin nostalgias.
-Descríbame un día normal de su vida.
-En las mañanas, por este año, hago talleres de literatura y algo de teatro en escuelas de las veredas de Pamplona. El resto del día, varía según el ánimo. Cuando nada funciona, duermo un par de horas después del almuerzo, luego leo o veo televisión. Pero si la magia me acompaña, escribo sin horario, sin parar. Ya no frecuento el camino de niebla de Monteadentro. Vivo en una casa de dos pisos y azotea, en un barrio tranquilo y silencioso, donde nadie se mete con nadie. No me gustan las visitas.
-¿Por que escribe para los niños?
-Creo que empecé por circunstancias de trabajo. Fui maestro de escuela durante muchos años. Me gustaba leerles a los alumnos. Había inventado una materia, un territorio libre, donde no funcionaban notas ni tareas, sólo para divertirnos. Poco a poco llevé materiales de mi propia cosecha a este taller. Así comencé a escribir para niños. Luego vino el teatro. Y ya no pude detenerme.
-¿Qué representa para usted la niñez?
-La eternidad.
-Hábleme de su experiencia teatral.
-He escrito más de veinte obras de teatro, y siempre para un grupo determinado. Durante tres o cuatro años, fui por distintas escuelas de Pamplona haciendo teatro. En dos o tres meses, con tal solo un día a la semana, montaba una obra de teatro. Construía los personajes a partir de los mismos alumnos, con una idea muy vaga que despejaba a medida que trabajaba con ellos. El escenario se convertía en el papel en blanco mientras los alumnos eran algo así como las líneas de la historia.
-¿Escribir para niños se podría decir que es una estrategia suya para fomentar en ellos la lectura?
-Hacer lectores fue y sigue siendo mi más alto propósito como profesor. En un barrio pobre de Bogotá, donde hice unos talleres, cuando me veían venir, los niños decían con regocijo: “El señor de los cuentos”. Más que escritor, soy un lector, un apasionado de los libros. La escritura es como una consecuencia natural de mis lecturas.
-¿Por qué actualmente muy poca gente tiene el hábito de la lectura?
-Por pereza, porque ver televisión es mucho más fácil, porque las otras diversiones no requieren una elaboración mental, porque no hay ejemplo, porque la mayoría de los profesores no leen, porque no existe la disciplina de comprar libros, porque los muchachos viven en casas sin libros. He visto que un verdadero lector se hace de niño, que los adolescentes ya no comen cuento y mucho menos los adultos.
-Usted es un soñador eterno, según los temas de sus obras. ¿Pero cuáles son los sueños reales de Triunfo Arciniegas?
-Soy esencialmente soñador pero trabajo por la realización de mis sueños. No soy como las personas que sueñan con una casa y compran la lotería. No creo en el azar sino en el trabajo. Pero el secreto es parte esencial de la naturaleza del sueño. Quiero decir que no debe manosearse.
-¿Alguna vez se ha visto identificado con algún personaje de sus escritos?
-Aprovecho mis emociones, experiencias y conocimientos para construir los personajes, pero también hay una fuerte carga de intuiciones y sueños. En el personaje uno expresa no sólo lo que es sino lo que le gustaría ser, no sólo su luz sino su sombra. El personaje es una suma de personas que uno ha conocido en la vida y otras que tal vez no conozca nunca. Con todo esto, con esta sangre y esta imaginación, de pretende construir una criatura que convenza al lector y haga creíble la historia. Emma Bovary, como tal, sólo existió en la mente de Flaubert, pero en la mía vive con más intensidad que otras mujeres de carne y hueso.
-¿Qué ha publicado para adultos?
-Tres títulos: un libro de cuentos,
El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos, en la colección Letras Latinoamericanas, con Panamericana Editorial. Una colección de textos breves,
Noticias de la niebla, con la Universidad de Antioquia. Y una novela, que ganó un premio regional con un título falso, pero que en realidad se llama
Pequeños cadáveres.
-En
Noticias de la niebla, ¿qué presencia tienen los diarios?
-En realidad, en
Noticias de la niebla hay dos libros, casi tres. El primero corresponde a la imaginación, a esos textos breves, en su mayoría desgarradores y terribles. El otro corresponde a mi vida privada, expresada en textos más largos, sobre mi padre, mi madre, mis amores, mis miedos, textos que vienen de cartas íntimas y fragmentos del diario. Y un tercer libro bosquejado, que corresponde a reflexiones sobre la escritura. Poco a poco diferenciaré estos libros. Apenas les he dedicado un poco más de tres décadas.
-Hábleme de su diario.
-Lo llevo hace más de treinta años. Se supone que es una meditación de la vida, aunque dedico páginas y páginas al registro de las trivialidades cotidianas. Es mi memoria, en todo caso. A menudo acudo a sus páginas para saber cómo fueron las cosas. Kakfa usaba el diario como laboratorio. Los párrafos saltaban fácilmente a su literatura. Para Pizarnik el diario era un ejercicio poético. Aunque a veces me sirve para aclarar pensamientos y sentimientos, mi diario parece el cuaderno escolar de un notario.
-¿
El jardín del unicornio es una nueva versión de
El cadáver del sol?
-Así es. En 1982, se hizo una edición de doscientos ejemplares mimeografiados. Ese fue mi primer libro. Un profesor de la Universidad de Pamplona se reía de la edición de este libro, de que fuese mimeografiado, de que fuesen doscientos ejemplares en tamaño carta. Pero ya llevo más de cuarenta libros, publicados en cuatro países, y el profesor todavía no tiene el primero. Tal vez ya se le quitó la risa.
-¿Y
Noticias de la niebla es una versión de
En concierto?
-Así es. Como en el caso anterior, quito unos textos, añado otros, reescribo otros. La próxima vez que publique este libro se llamará
Lecciones para doncellas.
-¿Pasó igual con La silla que perdió una pata?
-Publiqué este libro con Carlos Valencia Editores, y cuando la editorial se acabó y mis cuatro libros de entonces pasaron a Panamericana, aproveché para reescribir esos cuentos. No eliminé ninguno.
-Aparte de sus estudios en literatura, ¿tiene algún otro titulo?
-Lo mío son las letras, por supuesto. Hice la primaria en una escuela pública de Málaga, el bachillerato y la universidad en Pamplona. Tengo una especialización en traducción de texto en la Universidad de Pamplona y una maestría en literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Acuérdese que fuimos compañeros de clase en la Javeriana. Nuestros profes fueron Fernando Charry Lara, Marino Troncoso, Otto Ricardo, Cristo Figueroa, Luz Mery Giraldo.
-Al fin se graduó.
-Al fin, medio siglo después de usted, con La seducción de la escritura, que trata del instante mágica que va de la concepción de la idea a la escritura, es decir, la cocina literaria. Esta maestría es uno de los orgullos de mi vida. Los profesores que nombré viven en mi corazón, con mi eterno agradecimiento.
-¿Ha intentado la traducción?
-No soy bueno en ese oficio, un duro oficio, por cierto. Además, traducir produce dolor de cabeza. Puedo escribir doce o quince horas, pero con dos horas de traducción me estalla la cabeza. En el postgrado de traducción todo mundo sabía más inglés pero yo sacaba mejores notas porque sabía más español que todos. Traducir no es lo mío, en todo caso. Los idiomas son una más de mis frustraciones.
-¿Ha escrito poesía?
-Hasta el momento soy un poeta clandestino. Sólo he publicado siete poemas. He escrito y publicado libros para niños en verso, pero no los considero libros de poesía. Digamos que distribuyo las líneas del texto a la manera de un poeta y que recurro a la rima como un juego, pero nada más.
-¿Cómo relaciona vida y trabajo, o es de los que puede perfectamente desvincular una cosa de otra?
-La escritura es mi verdadero trabajo, no el magisterio. La escritura le da orden y sosiego a mi vida. Me permite soñar. Me concede el derecho a soñar. Sin la escritura, la vida pierde sabor e intensidad.
-Sus libros cada vez tienen menos palabras.
-Como sus poemas, Jorge. Ya he llegado a la proeza de escribir sin palabras.
-Explique a ver si entiendo.
-Libros de imágenes. Escribí dos el año pasado en México sin una sola palabra, si puede emplearse esta inflexión verbal. El primero trata de un hombre con sombrero que atraviesa una ciudad monstruosa, y el otro, de un diablo haciendo travesuras con el tridente. El primero surgió de un taller de ilustración que hice con Satoshi Kitamura, y el otro, de un taller con el español Javier Sáez Castán. Este año escribí uno sobre una niña que extravía una pelota y termina atrapada en una casa de fantasmas, en un taller de fotografía que dirigieron dos preciosas alumnas de la Universidad de Pamplona.
-Ahí se entiende su afán por mejorar la técnica pictórica.
-Es verdad.
-¿Cuál es la palabra qué más le molesta?
-Hay muchas. Pero entre nosotros se creó una palabra especialmente horrible, “desechable”, para referirse a un ser humano que vive en la calle. Si es desechable es eliminable. ¿No ha oído el cuento de los niños ricos que salen por la noche a matar desechables? Los paramilitares hicieron “limpieza social”, es decir, juzgaban quién era desechable o ladrón o delincuente y lo asesinaban. Usted sabe, ladrones de relojes condenados a pena de muerte sin juicio alguno, sin defensa alguna. Y los asesinos se creen justicieros, salvadores, forjadores de una nueva patria. Cuando la guerrilla planea asesinar a una persona la declara “objetivo militar”. Entonces ya no se trata de un asesinato sino de una meta, de una misión inexorable. En la guerra, los otros no son personas sino “enemigos”. Hemos llegado a la estupidez de hablar de “fuego amigo” y “misiles inteligentes”. Así como el lenguaje descubre y festeja, también disfraza y condena.
-¿Cómo se siente en el panorama de la literatura nacional?
-Marginado. Me va mejor por fuera. De hecho, estoy publicando más en México que en Colombia. Ya completé doce títulos en los dominios del jaguar. Tengo un libro en Ekaré, esa bellísima editorial venezolana. Y ya empecé en España, con SM.
-¿Qué publicó en España?
-Una novela para muchachos,
La hija del vampiro.
-¿Cuáles son para usted los grandes poetas colombianos?
-Aurelio Arturo, José Manuel Arango y Raúl Gómez Jattin.
-¿Narradores?
-Perdone la obviedad: Gabriel García Márquez.
-¿Y Álvaro Mutis?
-Excelente poeta y maravillosa persona. Aparte de sus poemas, he leído con regocijo
La mansión de Araucaíma y
La nieve del Almirante. Poema de lástimas a la muerte de Marcel Proust es, para mí, una oración, quiero decir, un texto sagrado.
-¿Y de los nuevos?
-Leí tres veces
Rosario Tijeras, de Jorge Franco. Leí, muy emocionado,
El olvido que seremos, de Héctor Abad. Leí, hace muchísimos años una novela espléndida,
Primero estaba el mar, de Tomás González. Leo a Evelio Rosero, por supuesto. Y a un cuentista que no ha tenido la atención que se merece, Harold kremer.
-¿Cuales son sus planes a corto, mediano y largo plazo?
-Escribir y solamente escribir, sin más interrupciones, es mi plan a corto, mediano y largo plazo. Mi plan mayor. De resto, ya veremos. De resto, la acuarela, el acrílico, la fotografía, los viajes, el mar. Creo que continuaré con el vicio de acumular libros. “La vida exige una pasión”, dijo Borges. Tengo varias por si las moscas, y ninguna depende de otra persona.
-¿Qué está haciendo en la actualidad?
-Hago talleres de literatura y teatro en escuelas rurales del municipio de Pamplona, Colombia. Después de un año tan malo en el magisterio que me llevó al siquiatra, el año pasado levanté vuelo con el teatro. Pegado a este delicioso proyecto, hago la fotografía.
-Un gusto caro.
-Ahora, con la fotografía digital, no tanto.
-Hábleme de su pasión por el cine.
-La padezco desde niño. Mi abuela, en Málaga, lavaba ropa ajena. Los domingos me daba un traje para que lo entregara a su dueño a cambio de un peso. Con ese dinero entraba al cine. A la función de la mañana, que era para niños. Después de la misa. Me acuerdo porque algunas muchachas olvidadizas entraban al cine todavía con el velo que habían usado en la iglesia. Durante la semana me aprendía coplas para hacer reír a mi abuela y el domingo hacíamos nuestro trueque poético. Algunos domingos por la tarde mis padres iban al cine. Me veo pegado a las rejas, esperando los últimos minutos de la función, cuando el portero por fin abría la puerta, y alcanzaba a ver el beso del final.
-Tres directores.
-Ingmar Bergman, David Lych y Woody Allen. Puede cambiar a Woody Allen por Tarantino o Scorsese, pero no se atreva con los dos primeros.
-Una película.
-Fanny y Alexander, de Bergman.
-Si no hubiese sido quien es, ¿qué hubiera sido?
-Mi padre quería que fuese mecánico. Si nos hubiésemos quedado en Málaga, supongo que me hubiera cansado de la mecánica y hubiera terminado como camionero y tendría una mujer en cada pueblo. Pero fui lo que soy, ya no seré otra cosa. ¿Qué no hubiera sido? Ni boxeador ni torero. Ni político ni ginecólogo. Por encima de todas las cosas, me hubiera gustado ser músico: pianista, saxofonista o cantante. No tengo voz, no tengo talento musical, y lo lamento cada día de mi vida. La música es el primer sueño de todo niño. Shakira, Juanes, Bob Dylan, John Lennon, tipos así me inspiran una profunda admiración y me ponen verde de envidia.
-¿Cual es su filosofía de vida?
-La vida es un juego difícil, ya perdido de antemano. Pero uno se ilusiona. Trata de pensar en otras cosas, mientras va tirando. Digo, viviendo. Ya sé que esto no es ninguna filosofía.
-¿Por qué motivo le hubiese gustado ser recordado?
-Si uno no está, ya poco importa.
-¿De llegar al cielo qué le gustaría que Dios le dijera?
-“Quiero dormir, léame algo.”
-¿Su epitafio?
-Todavía no he pensado en ese asunto.
-¿Qué opina de los curas?
-No me gustan los intermediarios.
-¿De los seres humanos?
-El rector de un colegio le dijo a mi madre: “Señora, su hijo odia a la humanidad”. Todavía estoy pensando en esa frase. No es odio sino otra cosa. No creo tanto en el hombre como especie. No le tengo fe. A través de la historia los hombres se han matado unos a otros y seguirán haciéndolo. Hay tanta belleza y a la vez tanto horror. Me gustan algunas personas, nada más.
-¿De la religión?
-Es un consuelo. Verdadero o falso, es el consuelo más grande. El principio de la religión es el culto a los muertos, y la muerte es el sustento básico de toda religión. Es bello pensar que no nos podrimos en la tierra como los animales, que no terminamos en polvo como todo, sino que vamos a otro lugar, hermoso y eterno.
-¿Hijos?
-Son nuestra fugaz eternidad. ¿Lo pregunta por eso?
-¿Cuántos?
-Sólo tres. Voy por la mitad.
-Me quito el sombrero, Arciniegas, si de verdad piensa tener otros tres.
-Estoy buscando las mamás.
-¿Cómo describiría a Triunfo Arciniegas el hombre?
-Un imaginador, un fabricante de imágenes, un hombre que se lame sus heridas en el cuarto del fondo de la casa.
-Diría que no sólo se lame las heridas sino que se las lamen.
-A veces tengo suerte. Hace años escribí un poema de tres líneas, Pobre de ti: Toda la noche/ me lames una herida/ que no existe.
Pamplona-Bogotá, 2007