jueves, 2 de octubre de 2025

Triunfo Arciniegas / Diario / La vida

 


Triunfo Arciniegas 
LA VIDA
30 de septiembre de 2025

Así que aquí estoy desde hace una semana, en una puta lista, en la cama diez de una habitación colectiva, en Urgencias, con otros tres, esperando una habitación propia que no va a llegar. Toses, estornudos, lamentos, pedos, mierda, en fin, la miseria de la vida. Hace tres o cuatro días tuve que salir al pasillo a terminar de comer porque el vecino se estaba cagando. Esa misma tarde se llevaron sus 84 frágiles años a la Unidad de Cuidados Intensivos. Esta madrugada salí a respirar al pasillo porque no soportaba la maloliente atmósfera de la habitación compartida. El nuevo vecino, que llegó por un problema cardíaco y sin interés por lavarse, se está descomponiendo.

Entonces vi que la loca se arrancaba la aguja del brazo y salpicaba con su sangre las iluminadas baldosas del pasillo. Más drogadicta que loca, en realidad, según me explican. De unos veintinco años, negra y descuidada. Un pantalón rosado, estrecho, que apenas le llega a la rodilla, acentúa su delgadez. Una pieza negra, sostenida por dos cintas cruzadas, comprime sus pechos breves. “La comida del hospital es caliente”, grita en el pasillo, mientras roza el arma del vigilante. “La comida de la cárcel es fría”, dice. Y precisa que con esa arma podría matar al que la violó. Habla a toda velocidad y con acento pisa. “Tenemos que hablar”, le dice a uno de los médicos.

Aquí estoy y no es manera digna de enfrentar un mal.

Lleva horas gritando o al menos eso parece, el muchacho que mató a su novia. Iba en su motocicleta, con la novia como pasajera, perdió el control y la muchacha terminó degollada con la valla que protege la vía. Al muchacho, que ahora grita como parturienta, no le pasó nada.

Hace cinco días, en el cuarto de al lado, murió el que estaba en esta cama antes de mi llegada.

Y todo después de cotizar la vida entera, de pagar un millón de pesos mensuales o algo así, durante décadas. Y una vida de trabajo, por supuesto.

Mientras tanto pasa uno con un brazo partido porque estrelló la moto, pasa otro con otra herida y otro riega su sangre en el pasillo donde otros esperan que alguien desocupe una cama en alguna habitación, y otros afuera se mueren por entrar. Llega a la cama de al lado un tipo con cara de malandro que me obliga a encalentar el celular, y al día siguiente, un presidiario, con su respectivo guardia, porque al que no quiere caldo se le dan dos tazas. Otro guardia está en la puerta con sus esposas pulidas. Voy con celular al baño, el único para los cuatro pacientes y los acompañantes. Un imbécil instaló la puerta al revés: con el seguro por fuera. 

Un baño sin ducha. Para lavarse hay que atravesar el pasillo y entrar al cuarto de los traperos y la ropa sucia. Hay una sola ducha para todo el piso, es decir, para los enfermos de los cuartos colectivos y los pasillos. El primer día me acompañó Alejandra, que montó guardia: la puerta no tiene ningún seguro. El segundo día me tocó solo y se me coló una enfermera. Venía dejar más ropa sucia. El tercer día madrugué y tranqué la puerta con dos sillas de ruedas. Ya estaba bajo la ducha cuando alguien empujó la puerta. “Está ocupado”, dije. Me preguntó si estaba solo y me dieron ganas de responderle que andaba de luna de miel. Siguió empujando la puerta pero las sillas resistieron. “Necesito sacar la ropa”, dijo la voz. “Estoy empeloto”, dije. Total, abrevié el baño y volví a al cuarto compartido pensando que estaba en la cárcel y había salvado el honor por poco

Esto no es más que el infierno. 

El personal hace todo lo que puede, con dedicación, pero faltan instrumentos, máquinas, reactivos, y hay que acudir a los laboratorios de otras ciudades. Los resultados no llegan de un día para otro. Todavía espero los míos.

En fin, el infierno. El infierno de nuestro descontento.

Uno que no está reservado a los que ganan cincuenta millones de pesos mensuales y se roban mucho más que eso. Uno que no está reservado a los que se mueven con diez o veinte camionetas blindadas.

Uno de esos tipos infames, no más uno, nos cuesta tres millones de pesos diarios en comida y ocho millones de pesos por noche de hotel cuando sale a recorrer el mundo con el pretexto de una foto con otro político de mierda o una conferencia de unos minutos. Una puta conferencua que nos llena de vergüenza e indignación.

En fin, la vida sabrosa en el país de la belleza.

¿O no era así?


No hay comentarios: