Philip Roth
David Levine
Philip RothLA PEOR DE LAS LECCIONES
Todos los talentos tienen sus límites: su naturaleza, su alcance, su fuerza; y también su final, un periodo, un ciclo de vida… no todos podemos ser fructíferos por siempre»
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Lo malo de la vida es que no sabes realmente si es un proceso descendente, no sabes en absoluto de qué se trata»
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Cuando uno decide ser escritor, no tiene la menor idea de lo que ese trabajo supone.
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Creo que las personas religiosas son horribles. Odio las mentiras religiosas.
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La gente es injusta con la ira, puede ser animadora y divertida.
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La gente se escandaliza todo el tiempo, es una forma de vida.
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Lo que yo quiero es poseer a mis lectores mientras leen mi libro.
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Había aprendido la peor de las lecciones que puede dar la vida: la de que carece de sentido.
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El Sueco… Durante los años de la guerra, cuando yo todavía iba a la escuela primaria, ése era un nombre mágico en nuestro vecindario de Newark, incluso para los adultos a los que sólo una generación separaba del viejo gueto de la calle Prince y que aún no estaban tan impecablemente americanizados como para quedarse como si les hubieran dado un balonazo en la cara ante la destreza de un atleta de escuela media. Su nombre era tan mágico como su rostro anómalo.
Pastoral americana
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El temor gobierna estas memorias, un temor perpetuo. Por supuesto, no hay infancia sin terrores, pero me pregunto si no habría sido yo un niño menos asustado de no haber tenido a Lindbergh por presidente o de no haber sido vástago de judíos.
La conjura contra América.
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Tenía una imponente cabellera, una laberíntica y ondeante guirnalda de espirales y bucles, ensortijados y lo bastante grandes para servir como adornos navideños. El desasosiego de su infancia parecía haber pasado a las enroscaduras de su sinuosa y espesa cabellera. Su cabellera irreversible. Podías fregar cazos con aquel cabello sin que se alterase más que si lo hubieran cosechado en las oscuras profundidades marinas, como si fuese un organismo que creciera en los arrecifes, un denso ónice vivo, híbrido de coral y arbusto, tal vez poseedor de propiedades medicinales”
La mancha humana
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¿Será este el fin de la eternidad, rumiar una y otra vez sobre las nimiedades de toda una vida? ¿Quién podría haber imaginado que uno tendría que recordar constantemente cada momento de la vida hasta en su más minúsculo componente? ¿O acaso este más allá sea tan solo el mío y, de la misma manera que cada vida es única, así también lo es la otra vida, cada una de ellas una huella dactilar imperecedera de un más allá distinto al de cualquier otro? No tengo manera de saberlo. Como en la vida, solo sé lo que es, y en la muerte lo que es resulta ser lo que fue. No solo estás encadenado a tu vida mientras la vives, sino que sigues atado a ella cuando te has ido. O, una vez más, tal vez eso solo me ocurra a mí.”
Indignación
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¿Por qué tengo que buscarle tantas justificaciones a ser algo que antaño respondía al honorable calificativo de “soltero”? Al fin y al cabo, de eso estamos hablando, sencillamente, sabe usted: de la soltería. De manera que ¿Cuál es el delito? ¿La libertad sexual? ¿A estas alturas? ¿Por qué he de ceder ante la burguesía? ¿Les pido yo a ellos que cedan ante mí? Quizá sienta uno, un poquito, la atracción de la vida bohemia, pero ¿Qué hay de malo en ello? ¿A quién hago daño con mi deseo? No me dedico a chantajear señoras, no les retuerzo el brazo para que se metan en la cama conmigo.”
El mal de Portnoy
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“Ahora es sorprendente estar todavía aquí al final de cada día. Meterme a la cama por la noche, sonreír y pensar: “Viví un día más”. Y luego es sorprendente despertar ocho horas después, ver que es la mañana del día siguiente y que sigo aquí: “Sobreviví otra noche”. Pensarlo me hace sonreír otra vez. Me duermo con una sonrisa y me despierto con otra. Me encanta seguir vivo. Además, cuando esto sucede, como ha sido semana tras semana y mes tras mes desde que comencé a cobrar mi pensión, produce la ilusión de que nunca terminará, aunque por supuesto sé que puede hacerlo en cualquier momento. Es como jugar una partida, todos los días; una partida de apuestas altas que ahora, incluso en contra de las probabilidades, simplemente sigo ganando. Ya veremos cuánto me dura la suerte.”
The New Yorker
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