C’est pas moi!
4 de mayo de 2021
Existe una literatura tan etérea que resulta imposible recordar pasajes escritos en ella. Paseo por Madrid con una amiga y, de repente, aparece en mis manos Cada día es un árbol que cae de Gabrielle Wittkop. «Lo que mayor regocijo le procura es el análisis del análisis, superado sólo en ocasiones por la refutación y la reconstrucción de sus propios análisis». Diario de viajes y recuerdos de infancia. ¿Cómo se puede narrar con tanta ostentación sobre la India? Termino su lectura en un avión que vuela a Madrid y deja atrás a las Baleares. Están a punto de fundirse en el mar.
Gabrielle Wittkop escribió de manera perturbada. Es así. A sus 20 años, Francia y los nazis eran un mismo lugar, se casó con un desertor alemán, homosexual como ella, y se fue a vivir a Alemania. Un enlace erudito. Cuando llegada a cierta edad lo único que una puede querer es un final tranquilo, a Wittkop le diagnosticaron un cáncer en fase avanzada y se dio muerte para no presenciar ni un atisbo de enfermedad en su cuerpo. Poco tiempo después, su secretaria encontró el manuscrito. Nunca se lo había dejado leer.
La de Wittkop siempre será una escritura fatal, en el buen sentido del adjetivo, el retrato de un rostro desconcertado, la pureza de una huida hacia delante. La maldición de quedarse dormido y encima tener que soñar. Hippolyte c´est pas moi. Una trenza y un paisaje verde. Pronunciación germana y algunos pocos buenos amigos. «No hay confesión que se escape con más ligereza que la del amor que no se siente».
Aquí va una lección para toda una vida: los miopes sabemos verlo todo.
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