EL PODER DEL PERRO EN NETFLIX
2 de diciembre de 2021
El poder del perro, de Jane Campion, con Benedict Cumberbatch y Kirsten Dunst, desde ayer en Netflix.
"Cuando falleció mi padre, mi mayor deseo era ver feliz a mi madre. ¿Qué clase de hombre sería si no ayudaba a mi madre? ¿Si no la salvaba?"
Con estas palabras, y antes de cualquier imagen, inicia la historia: epígrafe perfecto y clave fundamental de la película.
Extraordinaria.
La película es una maravillosa adaptación de la novela de Thomas Savage, The Power of the Dog, publicada en 1967. Los hermanos Bunbank, Phil y George, ya cuarentones, siguen durmiendo en la misma habitación de cuando eran niños, en las mismas camas de bronce. Son los dueños del rancho más grande del valle, en Montana, en 1924. Así describe Savage la relación de los hermanos:
Cuando vendían novillos cada otoño o compraban un semental Morgan para mejorar la estirpe de las monturas, tomaban las decisiones más o menos conjuntamente. Cada año, Phil esperaba con ansias que llegara octubre, mes en el que salían a cazar y en que los sauces que bordeaban el arroyo adoptaban un tono rojizo oxidado y la bruma que ascendía desde las lejanas hogueras del bosque flotaba como un velo por encima de los picos montañosos. Se les veía a los dos, con sus animales de carga, cabalgando por las llanuras hacia las montañas, Phil con su carabina corta o con su calibre treinta. No era raro que hubiera una relación como aquella entre hermanos: Phil, alto y anguloso, contemplando la lejanía con sus ojos azul cielo y luego bajando la mirada al suelo que lo rodeaba; George rechoncho e imperturbable, cabalgando a su lado con un caballo castaño, rechoncho e imperturbable. Hacían apuestas: ¿quién avistaría y dispararía al primer alce? ¡Oh, cómo le gustaba a Phil el hígado de alce! De noche acampaban al borde de los árboles y se sentaban con las piernas cruzadas ante el fuego a hablar de los viejos tiempos y de los planes de un establo nuevo que nunca se materializaban porque ello implicaría derribar el viejo; desenrollaban los sacos de dormir lado a lado y escuchaban juntos y en la oscuridad el rumor de un arroyo diminuto, no más ancho que el paso de un hombre, la fuente misma del río Misuri. Se dormían y cuando despertaban se encontraban con la escarcha.
Phil hubiera podido ser lo que quisiera y, al parecer, no se decidió. Es el patrón, el amo. Le gusta provocar. George, menos favorecido en todos los sentidos, quiere amar y ser amado. Se casa con Rose, viuda de un suicida, y la trae a la hacienda, con su hijo. Phil se propone la tarea de destruirla. Este enfrentamiento de Phil y su cuñada es el nudo de la historia. El resentimiento se extiende al hijo, por supuesto. En este duelo Rose y el muchacho llevan las de perder. ¿Pero quién el perro y quién es la presa? El título de la novela proviene de una cita bíblica. "Libra de la espada mi alma, del poder del perro mi vida. Sálvame de la boca del león y líbrame de los cuernos de los búfalos." Salmos 22: 20-21.
Después de más de doce años sin dirigir una película, vuelve por la puerta grande Jane Campion, la misma de El piano, donde dirigió con certeza a Holly Hunter, Harvey Keitel, Sam Neill y Anna Paquin, y En carne viva, que acabó con la carrera de la novia de América, Ryan Megan, a pesar de que se trata de su mejor interpretación. Campion teje los hilos narrativos de El poder del perro con la misma sabiduría y misma la destreza con que Phil elabora sus lazos de cuero. Ni siquiera desperdicia el primero y perturbador párrafo de la novela de Thomas Savage:
Phil siempre se encargaba de la castración. En primer lugar, cortaba la bolsa del escroto y la arrojaba a un lado; a continuación, tiraba primero de un testículo y luego del otro, hacía un tajo en la membrana color arcoíris que los rodeaba, la arrancaba y la arrojaba al fuego donde los hierros de marcar resplandecían al rojo vivo. La cantidad de sangre que despedían era sorprendentemente escasa. En pocos instantes, los testículos explotaban como inmensas palomitas de maíz. Se decía que algunos hombres los comían con un poco de sal y pimienta. «Ostras de montaña», los llamaba Phil, con su típica sonrisa traviesa, y les sugería a los peones jóvenes que, si planeaban ligar chicas, a ellos también les vendría bien comérselos.
Hay mucha tela para cortar, como la sexualidad de Phil y su relación con el personaje tantas veces mencionado, pero se corre el riesgo de echar a perder el disfrute de quienes no han visto la película. Basta decir por ahora que Benedict Cumberbatch se luce en el papel de Phil, y Kirsten Dunst, en plena madurez, sin la belleza de otras películas pero con la maestría que conceden los años al oficio, responde como si se tratara de una partitura. Cumberbatch y Dunst logran actoralmente el dueto perfecto que no se permitieron como músicos. Kodi Smit-McPhee, el delicado y frágil hijo, con su extrema delgadez y sus ojos grandes, no sólo resulta enigmático sino perturbador. Sólo después sabremos con qué destreza movió los hilos. Y en cuando a Jesse Plemons, el marido de Rose y quien tantas veces hemos visto en papeles secundarios, funciona a la perfección en este cuarteto magistral.
Sin duda, una extraordinaria película.
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