Tove Ditlevsen
MI MADRE
Una vez que la esperanza estaba rota, mi madre se vestía con movimientos bruscos y exasperados, como si cada prenda fuese una ofensa en su contra. Yo también tenía que vestirme y el mundo se volvía un lugar frío, lóbrego y amenazante, pues la cólera sombría de mi madre siempre acababa conmigo abofeteada o estrellada contra la estufa. Para mí era un enigma, una desconocida, y me decía a mí misma que me habían cambiado al nacer y que ella no era mi madre. Ya vestida, se miraba en el espejo de la alcoba y escupía en un trocito de papel de seda rosa que se pasaba con fuerza por las mejillas. Yo llevaba las tazas a la cocina mientras en mi interior palabras largas y extrañas se encaramaban por mi alma a modo de película protectora. Una canción, un poema, algo rítmico, calmante y melancólico a más no poder, pero jamás triste y doloroso, pues sabía que triste y doloroso sería el resto del día. Cuando me recorrían esas oleadas de palabras, sabía que mi madre ya no podría hacerme nada, porque había dejado de importarme. Ella también lo sabía y sus ojos se llenaban de una fría hostilidad. Nunca me pegaba cuando me encontraba en ese estado de ánimo, pero tampoco me hablaba. A partir de ese momento y hasta la mañana siguiente, la única cercanía era la de nuestros cuerpos, que, a pesar de lo exiguo del espacio, evitaban el más mínimo contacto. La mujer del marinero que colgaba en la pared seguía añorando al marido, pero mi madre y yo no necesitábamos ni hombres ni chiquillos en nuestro universo. Nuestra felicidad, extraña y fragilísima, solo florecía cuando estábamos a solas, y cuando dejé de ser una niña no volvió más que en raros destellos ocasionales que, sin embargo, para mí no tienen precio ahora que mi madre ha muerto y ya no queda nadie que cuente su historia tal como fue en realidad.
Tove Ditlevsen
Trilogía de Copenhague
Seix Barral, Barcelona, 2021, pp. 11-12
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